El Despertar Del Leviatán.

El Umbral de las Memorias Selladas

La oscuridad del pasadizo parecía devorarlo todo, pero Kaelith se movía con precisión, como si conociera cada piedra, cada grieta. Yo corría tras él, aún temblando, no solo por el peligro que nos perseguía, sino por lo que acababa de descubrir.

Soy el eco de un juramento sellado con amor y desesperación. Y Kaelith él ya me había amado antes de que yo naciera.

No sabía si era más aterrador o hermoso.

—¿A dónde vamos? —pregunté entre jadeos, sorteando los restos oxidados de un sistema de transporte subterráneo.

—A un lugar donde las memorias se niegan a morir —respondió sin mirar atrás—. Donde quizás puedas ver quién fuiste.

Emergimos en una caverna artificial, vasta y silenciosa. El techo estaba cubierto por raíces fosforescentes que palpitaban con una luz suave, como si respondieran a nuestra presencia. Kaelith me llevó al centro, donde descansaba una estructura semicircular, hecha de piedra negra. Antiquísima.

—Aquí es donde comenzó todo —dijo.

Al acercarme, sentí un zumbido en mis huesos. Una vibración tenue, pero constante, como si algo me reconociera. Al posar la palma sobre la piedra, una imagen estalló en mi mente: una mujer de ojos como el abismo y un Leviatán arrodillado frente a ella. Sus manos se entrelazaron, y en torno a ellos danzaban símbolos que ardían sin consumir.

Caí de rodillas.

—La vi —susurré—. Vi el pacto.

Kaelith se arrodilló junto a mí, su voz grave pero serena.

—La piedra conserva los fragmentos de memoria de quienes formaron parte de aquel juramento. No puedo mostrarte todo, pero si estás lista, podrías recuperar más.

—¿Más?

—Los sellos fueron colocados dentro de ti. Para mantenerte a salvo. Pero ahora que los alienígenas te buscan, los sellos comienzan a desvanecerse.

Me levanté con dificultad. Algo dentro de mí se resistía a lo que venía. Pero la necesidad de saber pesaba más que el miedo.

—¿Y qué pasa si los rompo todos?

—Recordarás —dijo él—. Pero también te convertirás en lo que eras.

—¿Y qué era?

—Una amenaza para todos los que creen que el orden del universo les pertenece.

Kaelith colocó ambas manos sobre mis hombros. Su contacto era firme, pero no invasivo. Yo asentí, y él comenzó a murmurar palabras en un idioma antiguo, una lengua que parecía vibrar en el aire. La piedra resonó, y un haz de luz se alzó, conectando mi pecho con su superficie.

El dolor fue inmediato.

Sentí cada parte de mi cuerpo arder, pero no como fuego… sino como si algo estuviera escribiendo en mis huesos. Vi el rostro de la mujer otra vez —mi rostro—, alzando una espada de luz líquida, gritando un nombre que aún no comprendía. Vi planetas arder. Leviatanes caer. Vi a Kaelith sangrando en la nieve negra, llamándome entre susurros mientras una entidad sin forma se deshacía ante nosotros.

Cuando el haz se extinguió, caí de espaldas, jadeando. Kaelith me sostuvo antes de golpear el suelo.

—¿Qué viste? —preguntó con voz baja.

—Una guerra una promesa y una traición.

—Entonces ya sabes por qué te temen.

Asentí. En mi pecho, algo se había roto. O liberado.

—Ahora sé quién soy.

Kaelith bajó la mirada.

—Y eso te convierte en algo más que humana. Más que heredera. Eres la llave para liberar o destruir todo lo que queda.

Justo entonces, la tierra tembló. Una grieta se abrió cerca de la piedra y un sonido agudo, metálico, rompió el silencio: un dron de reconocimiento alienígena se deslizó dentro, proyectando una luz directa hacia nosotros.

Kaelith se puso delante de mí, pero era demasiado tarde.

—Transmisión activa —dijo el dron con voz hueca—. Humana marcada. Localizada.

—¡Kaelith, nos está grabando!

El Leviatán lanzó un rugido que hizo vibrar las paredes, pero el dron ya había escapado volando hacia la grieta.

—Lo saben —dijo él, con una furia contenida—. Saben quién eres.

—Entonces vendrán.

—No vendrán por ti, vendrán por todos —dijo, y su mirada se endureció—. Debemos huir. Y reunir a quienes aún recuerdan la verdad.

—¿Qué haremos?

Kaelith alzó la vista hacia la piedra.

—Vamos a despertar el último fragmento.

Me giré hacia él, el pecho aún ardiendo.

—¿Dónde?

Él me ofreció la mano.

—Donde dormía el Leviatán más antiguo. Donde nació la primera memoria: bajo el corazón sumergido del mundo.




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