El Despertar Del Leviatán.

La Flota que Vino del Cielo (Parte 1)

El cielo no era el mismo.

Durante años, aprendí a mirar hacia arriba con una mezcla de nostalgia y esperanza, preguntándome si algún día vería algo distinto a los bancos de nubes plomizas o a los relámpagos cruzando las tormentas permanentes que azotan este mundo. Pero lo que apareció aquella tarde no tenía nombre.

Primero fue el sonido. Un zumbido bajo, una vibración constante que no se originaba en la tierra, sino en el aire mismo. Después, una sombra rasgó el horizonte, seguida por otra. Y otra. Como cuchillas flotando en un mar invisible.

La flota había llegado.

Kaelith se detuvo en seco junto a mí. Sus ojos dorados se afilaron como cuchillas, clavándose en el cielo enrojecido por la puesta de sol. No dijo nada, pero su cuerpo cambió: los músculos se tensaron bajo la piel, sus dedos se crisparon como si esperaran un ataque inminente. Vi cómo su mandíbula se contrae, conteniendo lo que supuse era una maldición.

—¿Qué son? —pregunté, sabiendo que mi voz era un susurro ridículo ante la magnitud de lo que estábamos presenciando.

Kaelith no respondió de inmediato. Su silencio pesaba más que cualquier palabra.

—La vanguardia —dijo finalmente, con una voz tan baja que apenas se oyó—. Ellos vienen a reclamar lo que creen suyo.

Mi estómago se hundió.

Habíamos huido tantas veces. Escapamos de patrullas, de centinelas biomecánicos, de drones que parecían tener ojos en todas partes. Habíamos vivido entre las ruinas, escondidos en túneles olvidados, cazando en silencio para sobrevivir. Pero esto esto era distinto. No era una patrulla. Era una declaración.

Y estaba dirigida a nosotros.

—¿Van por el Leviatán? —pregunté, aún sin comprender del todo lo que implicaba.

Kaelith no me miró. En su silencio, en ese instante en el que su mirada permaneció fija en los cielos, entendí algo más profundo. No era solo el Leviatán lo que buscaban. Era el secreto.

Era a mí.

—Han detectado tu presencia en la cámara del sello —murmuró al fin—. Oyeron el despertar.

Sentí cómo mi garganta se cerraba, como si un nudo de hielo me hubiese bajado por la tráquea. No era la primera vez que temía por mi vida, pero sí era la primera vez que comprendía que mi existencia estaba conectada a algo mucho más grande. A un conflicto milenario. A una guerra que llevaba eones gestándose más allá de la comprensión humana.

—¿Qué haremos?

Kaelith me miró por fin. Su expresión, aún envuelta en sombra, tenía una seriedad que nunca antes le había visto.

—Luchar.

Silencio.

No era una elección. Era un hecho.

La noche cayó sobre nosotros con un peso asfixiante. Desde lo alto de la torre en ruinas donde nos refugiamos, podía ver las luces de la flota moviéndose como luciérnagas en formación. Algunas naves eran inmensas, estructuras flotantes que cortaban el viento con un siseo grave. Otras eran más pequeñas, rápidas, brillantes, como si ardieran con su propia energía.

Sentí a Kaelith moverse tras de mí, sus pasos apenas eran audibles.

—¿Cuántos son? —pregunté sin girarme.

—Demasiados.

Tragué saliva. Me aferré a la baranda oxidada que apenas nos separaba del vacío. Mi mente bullía con preguntas que no quería hacer. ¿Moriríamos aquí? ¿Nos atraparán? ¿Podrían usarse para acceder a algo más profundo? Algo que aún no comprendía.

Kaelith se acercó. Podía sentir el calor de su cuerpo, ese calor distinto, sobrenatural. No era del tipo que ofrecía consuelo. Era el de una criatura nacida de tormentas antiguas y secretos enterrados.

—No dejaré que te lleven —dijo de pronto.

Lo miré.

Había una determinación en sus ojos que me resultaba desconocida. No era protección. Era furia. Dolor. Juramento.

—¿Qué soy para ellos, Kaelith?

El silencio se extendió durante largos segundos. Creí que no me respondería. Pero finalmente lo hizo.

—Una llave.

(Continuará...)




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