—¿Una llave? —repetí, sintiendo que el suelo bajo mis pies se desvanecía.
Kaelith no se movió. Su voz, cuando respondió, tenía un filo que cortaba el aire.
—Tú portas algo que no deberías. Algo que incluso yo no comprendo del todo, pero que despierta una resonancia en los núcleos más antiguos de este mundo y de otros.
Me llevé una mano al pecho sin pensarlo. ¿Acaso hablaba de mi sangre? ¿De algún recuerdo sellado? ¿De la conexión con los Leviatanes?
—No fui creada para esto —susurré.
Kaelith negó lentamente.
—Nadie lo fue. Pero el destino no pregunta, arrastra.
Una vibración sacudió la torre. Las estructuras metálicas temblaron. En el cielo, una de las naves descendía. No como un explorador, sino como un heraldo.
Kaelith avanzó hacia el borde. Su cuerpo cambió. No de forma grotesca, pero sí con la fluidez de algo que deja de parecer humano. Sus huesos se estiran, su espalda se arqueó, y por un segundo, su silueta parece fusionarse con la noche.
Un aullido mecánico atravesó la atmósfera.
—Van a rastrear tu esencia —dijo sin mirarme—. No importa cuán profundo te escondas, ya activaron los sensores. Quieren tu energía viva, no tu cadáver.
—¿Y si me entrego?
Kaelith se giró bruscamente, sus ojos encendidos por una ira sorda.
—No digas eso —escupió—. No entiendes lo que harían. No buscan solo el cuerpo, ni tu mente. Buscan lo que se encendió dentro de ti cuando entraste a la cámara del sello.
—¿Y qué se encendió?
—Un fragmento del origen. Algo que no debía despertar. Algo que los Leviatanes protegían con su propia extinción.
Me tambaleé.
Entonces lo comprendí.
Los Leviatanes no eran monstruos. Nunca lo habían sido. Ellos eran los guardianes de una verdad que los alienígenas venían a saquear.
—¿Quién soy realmente, Kaelith?
Él me sostuvo la mirada. Por primera vez, su expresión no fue dura, ni feroz. Fue dolida.
—Eso es lo que ellos también quieren saber.
El ataque comenzó sin aviso.
Una de las naves menores lanzó una onda de pulso que desintegró el campamento sur. El viento trajo el olor a ozono y a carne chamuscada. Desde los túneles, gritos de humanos y Leviatanes resonaron juntos, como ecos de una civilización a punto de ser aniquilada.
Kaelith me tomó del brazo.
—Ven. No podemos quedarnos aquí.
—¿Adónde iremos?
—Al corazón muerto del bosque. Ahí los sensores no funcionan. Y hay alguien que debe verte. Alguien que sabe más sobre ti de lo que yo mismo puedo decirte.
Corrimos.
El cielo se convirtió en una herida abierta. Los rayos de energía cruzaban el firmamento, perforaban la tierra, reventaban ruinas, derretían las piedras. Las naves más pequeñas bajaban como aves de rapiña, buscando cuerpos.
Pero nosotros éramos sombras.
Horas después, entre raíces milenarias y ramas que ya no recordaban la luz, nos detuvimos. El bosque muerto se extendía como una catedral antigua, tallada por la desesperanza.
Allí, bajo una estructura colapsada cubierta de musgo y ceniza, Kaelith me condujo a una grieta en la roca. Bajamos.
Dentro, todo estaba en silencio. Un silencio antinatural. Como si el tiempo se hubiera detenido.
Una figura emergió de la penumbra.
Era un Leviatán viejo. Mucho más que Kaelith. Su piel tenía escamas blancas, sus ojos eran como fragmentos de luna rota. Caminaba con lentitud, pero cada paso parecía encerrar siglos.
—La hija sin memoria —murmuró al verme—. La herida que el universo olvidó cerrar.
No supe qué responder. Él se acercó, alzó una mano y la colocó sobre mi frente.
Y entonces lo vi.
Una visión.
Un mundo anterior al nuestro. Leviatanes gigantes volando en un cielo que no era este. Un cristal enterrado en el centro de un planeta. Energía pura, capaz de alterar la materia, el tiempo, el alma. Una guerra. Una traición. Humanos creados como recipientes. Uno de esos recipientes, defectuoso diferente.
Yo.
El fragmento había despertado.
Grité.
Caí de rodillas. El anciano se apartó.
—Ya lo sabes —dijo con tristeza—. Y ahora que lo sabes, ellos vendrán con todo.
Kaelith me sostuvo. No me dejó caer del todo.
Yo temblaba.
No por miedo. Sino por la certeza de lo que significaba vivir con una verdad que todos querrán destruir.
—Entonces es tiempo de elegir —dije con voz rota.
Kaelith asintió.
—Luchar. O desaparecer.
Yo lo miré.
—Entonces pelearemos.
#665 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 03.07.2025