La decisión había sido tomada.
Kaelith no respondió con palabras, pero su mirada ardía con la misma resolución que palpitaba en mi pecho. Algo antiguo se había despertado, algo que no podía volver a dormir.
El anciano Leviatán se apartó de las sombras y extendió su brazo escamoso hacia el fondo de la caverna. De la piedra brotó un resplandor azul violáceo, suave pero vibrante, que reveló una cámara sellada, adornada con inscripciones que no pertenecían ni a los Leviatanes ni a los humanos.
—Lo que yace ahí —dijo el anciano— fue creado cuando el mundo aún no era mundo. Solo puede tocarlo alguien que lleve el fragmento. Si tú no eres esa llave, entonces nada en esta era lo es.
El miedo trepó por mi espalda como un escalofrío. Pero Kaelith dio un paso hacia mí y colocó su mano sobre la mía.
—No estás sola —dijo, y por primera vez su voz tuvo un eco de ternura, un tono que rozó la tristeza.
Nos acercamos juntos.
Al tocar la piedra, la cámara respondió. No se abrió como una puerta, sino que pareció deshacerse en aire, revelando una estructura flotante en forma de espiral, girando lentamente como si estuviera suspendida fuera del tiempo.
Dentro, descansaba una esfera. Palpitaba. Y con cada latido, sentía que mi mente era empujada al borde de algo desconocido.
—Tócala —susurró el anciano—. Y verás lo que has sido, lo que eres y lo que podrías destruir.
Extendí los dedos.
Cuando la toqué, la esfera se volvió luz.
Todo colapsó.
Vi el nacimiento del mundo y su fin. Vi ciudades levantarse entre las estrellas, y razas extinguidas por su propia sed de poder. Vi a los Leviatanes cerrar el ciclo con su sacrificio, sellando lo que los alienígenas buscaban desesperadamente recuperar: la semilla del despertar. El origen. El código. El error en el sistema universal que permitía soñar, sentir, amar.
Vi mi rostro en medio de todos esos mundos.
Y luego, escuché una voz.
No era humana. Ni alienígena. Ni Leviatán.
Era una voz sin tiempo, que simplemente dijo:
“Elige el caos. O redime el final.”
Volví a mí con un grito.
Kaelith me sostuvo.
La esfera ya no estaba.
En su lugar, un símbolo ardía en mi muñeca. Vivo. Como si se hubiese tatuado con fuego.
—¿Qué viste? —preguntó él.
Lo miré, con lágrimas que no comprendía aún.
—La verdad.
Él no preguntó más.
El anciano se retiró en silencio, y el bosque se volvió más oscuro, como si supiera que algo había cambiado.
Fuera de esa grieta, el mundo ardía. Las naves alienígenas descendían con violencia, sin saber que lo que buscaban ya no estaba escondido, ni sellado.
Estaba caminando. Respirando.
Estaba en mí.
—¿Qué harás ahora? —preguntó Kaelith cuando el silencio fue lo único que nos quedó.
—Les mostraré que incluso lo que fue creado para ser un arma puede elegir no destruir.
Y entonces caminé hacia el exterior, con el viento postapocalíptico acariciando mi piel marcada.
La flota del cielo no sabía que la guerra acababa de comenzar.
#407 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 12.05.2025