El aire ardía con una electricidad que no provenía del cielo.
La marca seguía en mi muñeca, pulsando, como si tuviera su propio corazón. Cada vez que latía, sentía que algo dentro de mí respondía: un impulso de moverme, de gritar, de defenderme o de huir.
Kaelith caminaba delante de mí, su cuerpo cubriéndome del viento mientras descendíamos por un sendero oculto entre árboles resecos y piedras hendidas. El anciano Leviatán no nos seguía. Tampoco los demás.
No sabíamos si eso era buena o mala señal.
—¿Qué es esto en mi piel? —le pregunté por fin.
Él se detuvo.
—Es un lenguaje olvidado. Antes que el tiempo, antes que las estrellas. La marca aparece solo cuando el origen toca a alguien.
—¿El origen de qué?
Sus ojos, brillando como el abismo, me observaron con un destello casi humano.
—De todo.
Avanzamos hasta llegar a una vieja estructura semienterrada entre las ruinas. Era un refugio, uno de los tantos que quedaban dispersos en el mundo, ocultos por los Leviatanes durante los primeros días de la invasión.
Kaelith levantó la puerta metálica oxidada y me ayudó a descender. El interior estaba cubierto de polvo, pero no era solo eso lo que lo hacía sentirse muerto. Era el silencio. Como si ese lugar recordara los gritos que lo habitaron antes.
Encendimos una fuente de energía olvidada. Las luces parpadearon. En las paredes, viejos mapas del mundo antes del colapso. Y en una de las mesas, grabado con crudeza, el símbolo que ahora llevaba en la muñeca.
—¿Qué es esto, Kaelith? ¿Por qué está aquí?
Él observó el grabado sin moverse.
—Porque tú no eres la primera.
Me miró con una dureza que no conocía.
—La última vez que esa marca apareció, el mundo se partió. Fue hace más de mil ciclos. La llevaron en su piel quienes intentaron detener la extinción y fallaron. Pero tú —se acercó lentamente, con la voz contenida como un trueno bajo tierra—. Tú llevas una variación. Un segundo anillo que no existía antes.
Miré mi muñeca. El símbolo vibraba. Y, como si escuchara su nombre, un destello salió de él y flotó en el aire. Una figura translúcida se formó: una mujer.
Su rostro era borroso. Su voz, apenas un eco.
—Si puedes ver esto —dijo—, entonces el despertar ha comenzado.
Kaelith retrocedió. Yo no podía moverme.
—El código original fue incompleto. Un fragmento se perdió. Tú eres ese fragmento. La simiente final. El arma o la redención.
La figura se deshizo como polvo en el viento.
El silencio volvió.
—¿Soy una pieza perdida? —pregunté, sin poder evitarlo.
Kaelith no respondió. Se acercó. Extendió la garra y la posó sobre mi hombro con una suavidad incongruente con su apariencia.
—Eres algo que no debería existir. Pero existe. Y eso lo cambia todo.
Horas después, el cielo cambió.
Los sensores del refugio, aunque antiguos, aún funcionaban. Detectaron la primera señal de la flota. Esta vez, no sobrevolaban. No exploraban. Se desplegaban.
—Ya no te buscan —dijo Kaelith, observando el mapa—. Te han encontrado.
—¿Cómo?
Kaelith bajó la vista. Y por primera vez desde que lo conocí, vi temor en sus ojos.
—Tu marca está transmitiendo.
Salimos del refugio sin decir palabra.
Sabíamos que la red de naves vendría directo a nosotros. Que los cielos se abrirán y la tierra volvería a sangrar. Pero antes de que escapáramos, Kaelith me tomó del brazo.
—Hay una grieta en las montañas. Un lugar donde el tiempo se curva. Ahí podríamos escondernos. O aprender a usar lo que llevas.
—¿Y si no puedo?
Él me observó.
—Entonces no escaparemos. Pero no sin pelear.
El cielo rugió. Los primeros destellos de luz rasgaron la atmósfera como cuchillas. No eran relámpagos. Eran sondas. Y estaban descendiendo rápido.
Corrimos.
Y mientras lo hacíamos, el símbolo en mi muñeca ardió una vez más. Esta vez, sin dolor. Con poder.
Sentí que podía ver más allá de lo visible.
Sentí que podía escuchar el lenguaje del viento.
Sentí, por primera vez, que no estaba sola.
Porque el origen me había elegido.
Y el final aún no estaba escrito.
#407 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 12.05.2025