El Despertar Del Leviatán.

Ecos del Olvido

El amanecer se filtraba a través de las grietas del refugio, pintando las paredes con tonos dorados y anaranjados. Me desperté con una sensación de vacío, como si algo esencial se hubiera desvanecido durante la noche. Miré mi muñeca y, para mi sorpresa, la marca que había sido una constante desde la Grieta de los Ecos estaba desvaneciéndose, sus líneas antes brillantes ahora apenas visibles.

—Kaelith —llamé, mi voz temblorosa.

Él se acercó rápidamente, sus ojos reflejando preocupación.

—¿Qué sucede?

Le mostré mi muñeca.

—La marca está desapareciendo.

Kaelith frunció el ceño, examinando la marca con cuidado.

—Esto no debería estar ocurriendo. La marca es un vínculo, una conexión con el origen. Si se desvanece, podrías perder más que solo el símbolo.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

—¿Qué más podría perder?

Kaelith me miró con una mezcla de tristeza y determinación.

—Tus recuerdos, tu conexión conmigo, todo lo que hemos compartido desde que la marca apareció.

La idea de olvidar a Kaelith, de perder los momentos que habíamos vivido juntos, era insoportable.

—¿Hay alguna manera de detener esto?

Kaelith asintió lentamente.

—Hay un lugar, un antiguo santuario donde los Leviatanes solían renovar sus vínculos con el origen. Si llegamos allí a tiempo, podríamos restaurar la marca y preservar tus recuerdos.

Sin dudarlo, recogí mis pertenencias y nos preparamos para partir.

El viaje fue arduo, atravesando paisajes desolados y enfrentando peligros tanto naturales como creados por el hombre. A medida que avanzábamos, comencé a notar lagunas en mi memoria: nombres que no podía recordar, lugares que parecían familiares pero que no lograba ubicar.

Kaelith se mantenía a mi lado, guiándome con paciencia y cuidado. Cada vez que olvidaba algo, él me lo recordaba, compartiendo anécdotas y detalles que me ayudaban a reconstruir los fragmentos perdidos.

Finalmente, llegamos al santuario: una estructura imponente tallada en la roca, con símbolos antiguos que brillaban con una luz tenue. Al ingresar, una energía cálida nos envolvió, y la marca en mi muñeca comenzó a brillar débilmente.

Kaelith me condujo al centro del santuario, donde un pedestal de piedra se alzaba.

—Coloca tu mano sobre el pedestal —indicó.

Obedecí, y al hacerlo, una oleada de recuerdos me invadió: momentos con Kaelith, nuestras conversaciones, las emociones compartidas. La marca en mi muñeca resplandeció con intensidad, restaurando su brillo original.

Cuando retiré la mano, me sentí completa nuevamente, como si una parte de mí que había estado perdida hubiera regresado.

—Gracias, Kaelith —dije, con lágrimas en los ojos.

Él sonrió, acariciando mi mejilla con ternura.

—Siempre estaré aquí para ti.

En ese momento, supe que, sin importar los desafíos que enfrentáramos, nuestra conexión era más fuerte que cualquier obstáculo. Juntos, podríamos superar cualquier adversidad.




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