El Despertar Del Leviatán.

La Voz en el Abismo (Parte 2)

Las figuras emergen del humo como sombras sin dueño. No caminan: se deslizan, como si el suelo no significara nada para ellas. Sus túnicas ondean sin viento. Y, a pesar de no tener ojos, siento su mirada clavándose en mí.

Kaelith se adelanta, su cuerpo expandiéndose, las marcas en su piel brillando con una intensidad que nunca antes había visto. La energía a su alrededor se distorsiona. El aire vibra. El suelo tiembla.

—¿Qué son? —pregunto, sin apartar la vista de ellos.

—Son emisarios del Abismo. Recolectores de memoria. Sirvientes de la entidad que viste en el altar. —Su voz tiene un filo que me hiela la sangre—. No vienen por mí. Vienen por ti.

Una de las figuras alza una mano. La neblina alrededor se condensa, toma forma. De su palma nace un látigo de luz negra que chasquea en el aire como una serpiente hambrienta.

Kaelith no espera.

Con un rugido que hace temblar las paredes, se lanza contra ellos. El primer impacto es brutal: su brazo atraviesa a una de las figuras, pero esta se recompone al instante, como si estuviera hecha de humo sólido. Otro de los seres gira y lanza un corte directo hacia mí. Apenas tengo tiempo de esquivar. Caigo de lado, mi brazo rozando la piedra.

Kaelith se interpone de inmediato, empujando al atacante con una onda de energía.

—¡Corre hacia el arco! —grita—. ¡Es un portal! ¡Te sacaré de aquí!

Me levanto como puedo. La neblina lo cubre todo, pero entre los escombros distingo lo que parece un semicírculo tallado en piedra, con símbolos que arden con un color turquesa. Cada paso que doy hacia él parece más pesado. Como si algo invisible tratara de detenerme.

—No los dejes entrar —dice una voz. No es Kaelith. No es una de las figuras. Es la voz. La misma del altar. Murmurando desde dentro de mí.

Me aferro al sonido de Kaelith peleando detrás de mí. Oigo carne golpeando carne, rugidos, el siseo de esas criaturas extrañas. Sé que está luchando con todo lo que tiene. Por mí.

Pero yo no soy débil.

No ahora.

Extiendo la mano hacia el portal. Las inscripciones me responden. Las líneas brillan más fuerte, reaccionando a mi presencia. El aire se enrosca en espirales a mi alrededor.

Una de las criaturas aparece frente a mí. Me detiene sin tocarme, como si su mera existencia bloqueara el paso. No tiene rostro, pero algo en su forma me resulta extrañamente familiar.

—Eres nuestra llave —susurra. O tal vez lo oigo en mi mente.

—No soy de nadie.

Mis palabras activan algo. Un círculo de energía surge desde mis pies. Las piedras tiemblan. La figura comienza a deshacerse. Y, por un segundo, veo un rostro humano donde antes no había nada. Un rostro que podría ser el mío… en otra vida.

Kaelith llega a mi lado en ese instante. Herido. Respirando con dificultad.

—¿Estás bien?

—Sí. ¿Y tú?

—He estado mejor.

El portal se abre. Un viento salvaje nos envuelve. El mundo se quiebra en luz y sonido. Las figuras se desvanecen, como si no pudieran existir en esa frecuencia.

—¿A dónde lleva? —pregunto, mirando el vórtice.

Kaelith me mira. Hay algo de temor en sus ojos por primera vez.

—A lo que viene después.

Nos tomamos de la mano.

Y saltamos.

La caída no tiene tiempo.

No hay arriba ni abajo.

Solo memorias.

Fragmentos de algo que no reconozco, pero que duele. Voces. Luces. Un rostro con ojos del mismo color que los míos. Gritos. Una promesa.

Cuando por fin tocamos suelo, no sé si ha pasado un segundo o una eternidad.

Kaelith se incorpora primero. Me ayuda a levantarme.

Estamos en otro lugar.

El cielo aquí es rojo. La tierra parece respirarse a sí misma. En el horizonte hay estructuras que flotan sobre pilares imposibles. No es nuestro mundo. Pero tampoco es el de ellos.

—¿Dónde estamos? —pregunto, mirando a mi alrededor.

—Entre mundos —responde él—. El lugar donde se guardan las verdades que nadie debería recordar.

Y entonces la escuchamos.

La voz.

Más clara que nunca.

Más… cercana.

—Bienvenida a casa.

Y mi sangre se hiela.

Porque esta vez no la escucho con miedo.

La escucho con anhelo.




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