El Despertar Del Leviatán.

El Límite de la Tormenta

La lluvia cae con una furia inusual, como si el cielo intentara borrar todo rastro de lo que acaba de ocurrir. Estoy empapada, mi ropa pegada al cuerpo, pero no me muevo. No puedo. Cada gota que me golpea parece traer consigo una verdad que no estaba preparada para enfrentar.

Kaelith está de pie frente a mí, inmóvil, como si fuera parte de la tormenta misma. Su silueta es un abismo recortado contra el resplandor de los rayos que iluminan las ruinas detrás de nosotros.

Aún escucho su voz resonando en mi mente.

“No eres lo que crees. Nunca lo fuiste.”

Mis dedos tiemblan, pero no por el frío. El mundo, tal como lo conocía, se deshace como un recuerdo mal contado.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —mi voz sale más rota de lo que esperaba.

Kaelith no responde al instante. Sus ojos dorados, brillando bajo la tormenta, me observan con una mezcla de dolor y resignación.

—Porque si te lo decía… tú no serías tú —responde finalmente—. A veces, las verdades destruyen más que las mentiras.

Doy un paso hacia atrás, sintiéndome repentinamente pequeña ante él, ante todo.

—Me mentiste. Me protegiste con una mentira. ¿Qué clase de conexión puede crecer así?

—La única que podía salvarte.

Silencio.

La lluvia arrecia. El viento ruge como una bestia enfurecida entre las columnas rotas del mundo antiguo que nos rodea.

Me giro y camino hacia las sombras, sin rumbo. El barro cede bajo mis botas, y cada paso es un esfuerzo. Pero necesito espacio. Necesito respirar sin el peso de tantas revelaciones aplastándome el pecho.

Kaelith no me sigue. Lo siento. Su presencia, que antes era una constante ineludible, ahora es una ausencia que duele.

Me dejo caer bajo una vieja estructura colapsada, donde el techo aún me da algo de resguardo. Miro mis manos.

Puedo sentirlo otra vez. Esa energía. Ese fuego que se despierta cuando tengo miedo, cuando estoy herida, cuando alguien a quien amo está en peligro.

¿Eso significa que no soy humana?

¿O que lo humano en mí nunca fue todo lo que había?

Recuerdo.

El altar. La figura en la oscuridad.

La voz que me llamó por un nombre que no conocía… pero que sentí mío.

“Recuerda.”

Apreté los dientes, ahogando un grito.

¿Quién soy realmente?

El crepúsculo se arrastra lentamente y convierte el paisaje en una sombra azulada. Siento pasos. Kaelith. Él se acerca en silencio, pero no invade mi espacio. Se queda allí, observándome desde la distancia, como si no supiera si tiene derecho a acercarse.

—Sé que estás enfadada —dice—. Tienes todo el derecho.

—No estoy enfadada —susurro, apenas audible—. Estoy rota. Y tú fuiste la única persona en este mundo que pensé que nunca lo haría.

Kaelith baja la mirada. Su voz tiembla, aunque trata de contenerla.

—No tienes idea de cuántas veces quise contártelo. Pero te vi reír… te vi libre por primera vez, y supe que el momento en que supieras todo… esa libertad se iría.

—Entonces no era real.

—Sí lo era —dice con fuerza—. Lo que construimos… lo que sentimos… eso es lo único verdadero en todo este mundo arrasado.

Lo miro.

Ese ser que fue mi guía, mi refugio, mi condena y ahora… mi espejo.

—¿Tú lo sabías desde el principio?

Kaelith asiente con pesar.

—Eres parte de algo más antiguo que todo lo que esta tierra ha visto. Tus recuerdos están sellados por una razón. Hay fragmentos de ti que fueron arrancados para protegerte… de ti misma.

—¿Y tú qué eres, Kaelith? ¿Mi carcelero o mi guardián?

Él se arrodilla lentamente frente a mí, la lluvia ahora más suave, como si incluso el cielo se cansara de llorar.

—Soy quien eligió amarte, aun sabiendo que no podía —responde, y esa confesión es un golpe directo a mi corazón.

Sus manos rozan las mías, pero no me fuerza. Me deja decidir.

Y, aunque el miedo sigue allí, lo dejo tocarme.

Porque hay algo más poderoso que la ira.

La necesidad de no estar sola en medio del abismo.

—¿Qué me está pasando, Kaelith? ¿Qué soy?

Sus dedos se entrelazan con los míos. Su piel es cálida, firme. Un ancla.

—Eres la llave y la grieta. La cicatriz y la llama. El recuerdo de un poder que nunca debió despertar —dice—. Y lo peor… es que no eres la única.

Mis ojos se abren con horror.

—¿Hay más?

Kaelith asiente.

—Y algunos… ya han despertado.




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