La noche nos envolvía como una herida abierta.
Habíamos dejado atrás la torre, y el horizonte parecía arder. El sol no se había ocultado aún, pero su luz era roja, sucia, como si hubiera atravesado un velo de sangre antes de tocarnos. Las sombras eran más largas, más densas. Y por primera vez, el mundo no me parecía real.
Tal vez nunca lo fue.
Kaelith caminaba a mi lado. No hablábamos desde que salimos. Lo que nos habíamos dicho en lo alto de la torre colgaba entre nosotros como una sentencia sin ejecutar. “Fuiste marcada antes de ser traída a esta época.” Esa frase no dejaba de girar en mi mente, clavándose en cada rincón de mi memoria.
¿Quién me marcó? ¿Por qué? ¿Qué era eso que podía desatar si despertaba completamente?
No lo sabía.
Pero sí sabía una cosa: el silencio que compartíamos ahora no era por falta de palabras. Era por temor a las respuestas.
Los Restos del Mundo
Caminamos hasta que el suelo cambió de nuevo.
La tierra se convirtió en ceniza. Literalmente. Una llanura gris, cubierta por restos de algo que alguna vez fue vida. No había árboles, ni ruinas reconocibles. Solo esqueletos de estructuras calcinadas, como huesos de una civilización olvidada.
—Aquí hubo una ciudad —dijo Kaelith finalmente, rompiendo el silencio.
Lo miré. Él seguía mirando al frente.
—¿Qué le pasó?
—Nosotros.
No pregunté más. No podía.
El viento arrastraba partículas de ceniza que se pegaban a la piel. Me cubrí la boca con la tela de mi abrigo y avancé, pero cada paso se sentía como pisar sobre tumbas sin nombre.
—Esta era una de las primeras ciudades en las que coexistieron humanos y mi especie —explicó Kaelith, su voz cargada de un tono que nunca le había escuchado antes: culpa—. Creyeron que podrían entendernos. Integrarse.
—¿Y qué salió mal?
Él se detuvo. Lo hizo tan bruscamente que yo también me detuve, a su lado.
—No fue lo que salió mal. Fue lo que despertaron aquí.
Tragué saliva.
—¿Otro Leviatán?
Kaelith me miró. Sus ojos se volvieron opacos, como si lo que recordaba no pudiera ponerse en palabras.
—Algo más viejo. Más profundo.
El Nido de Voz Negra
Al centro de la ciudad muerta, había una hendidura en la tierra. No era una grieta natural. Era circular, como si algo hubiera sido arrancado del mundo desde dentro. De ahí emergía un murmullo. Bajo, casi inaudible. Como si cientos de voces susurraran al mismo tiempo sin formar palabras.
Me ericé.
—¿Lo oyes? —pregunté en voz baja.
Kaelith asintió.
—Siempre lo he oído. Desde que vine por primera vez.
Nos acercamos.
La grieta parecía pulsar. Como si tuviera un latido propio. Y entonces sentí algo que no esperaba: una sensación familiar. No acogedora, pero conocida. Como si una parte de mí hubiera estado ahí antes.
—¿Qué es este lugar?
Kaelith no me respondió. En cambio, se agachó y recogió algo del suelo: un fragmento de obsidiana con símbolos grabados. Me lo tendió.
—Toca esto —me dijo.
Lo hice.
El mundo se desdobló.
El Recuerdo Que No Era Mío
Vi la ciudad en su esplendor. Vi a los humanos y a los Leviatanes compartiendo el mismo espacio. Vi rituales, fuego, cantos… y luego, una figura emergiendo del abismo. No era como Kaelith. No tenía forma definida. Era humo, sombra, voz. Una entidad que hablaba a través de las bocas de los vivos, robándoles el aliento para manifestarse.
Vi cómo los edificios ardieron sin fuego. Cómo la gente se arrancaba los ojos para no ver lo que venía. Cómo los Leviatanes retrocedieron, aterrados, sin poder enfrentarla.
Y vi a una figura de pie, sola frente a la grieta, conteniendo lo imposible.
Esa figura… era yo.
Despertar
Caí de rodillas, soltando el fragmento.
Kaelith me sostuvo antes de que tocara el suelo con la cara.
—Lo viste, ¿verdad?
Asentí, temblando.
—¿Qué era esa cosa?
—Se le llama Voz Negra. Es anterior a nosotros. A los humanos. A los alienígenas incluso. Nadie sabe qué quiere… solo sabemos que si despierta completamente, no queda mundo.
Lo miré. Mi voz apenas fue un susurro.
—¿Y yo… cómo la contuve?
Kaelith cerró los ojos.
—Porque llevas dentro la misma marca. Porque tú eres la llave. Y también el sello.
No supe qué decir. Solo sentí las lágrimas correr por mi rostro, sucias con la ceniza del suelo.
La Ruptura
Esa noche acampamos cerca de la grieta. No podíamos avanzar más sin descanso, y la energía que me había atravesado me había dejado casi inconsciente.
Kaelith se quedó despierto. Lo vi, desde donde yacía, mirando el cielo. Su silueta quieta como una estatua maldita.
—¿Tú sabías quién era yo desde el principio? —pregunté, la voz quebrada.
—Sí.
—¿Y aún así me salvaste? ¿Me protegiste?
No respondió.
—¿Por qué?
Finalmente, habló.
—Porque antes de que supiera quién eras… ya te había elegido.
Las lágrimas me vencieron.
Y el silencio se rompió del todo.
#407 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 12.05.2025