El Despertar Del Leviatán.

Donde el Sueño Sabe Tu Nombre

El sueño me encontró, pero no como un refugio.

Dormí apenas unas horas, arrullada por un viento que traía ecos de voces antiguas. Mi cuerpo estaba exhausto, pero mi mente seguía atrapada en la imagen de esa figura frente a la grieta en esa versión de mí misma que contenía algo que podía romper el mundo.

Y entonces soñé con él.

No con Kaelith. Con él que me observaba desde lo profundo de esa Voz Negra. No tenía forma concreta, pero sí una mirada que no necesitaba ojos. Sentí que conocía cada rincón de mi ser. No con ternura. Con propósito.

—Has olvidado lo que eres —susurró dentro de mi cráneo—. Pero yo no.

Intenté despertar.

No pude.

La oscuridad se curvaba a mi alrededor, como un vientre antiguo. Todo era piel, voz y ecos. Y esa cosa seguía hablando. Su voz se parecía demasiado a la mía, como si me hablara desde dentro.

—Naciste antes de los nombres. Antes de esta carne. Esta piel que habitas no te pertenece.

Me vi a mí misma, de pie frente al abismo otra vez. Solo que esta vez no había ciudad. No había fuego. No había Kaelith.

Solo yo y la grieta.

Y entonces, lo supe.

El Recuerdo Desbloqueado

No eran sueños. Eran memorias. Algo dentro de mí despertaba a través de fragmentos.

Vi el rostro de una mujer mayor, una especie de sacerdotisa. Su piel estaba cubierta de escamas, sus ojos eran como pozos de noche.

—Esta niña es el receptáculo —decía—. El sello. No debe crecer entre los suyos.

Y vi a alguien más: un Leviatán, joven, fuerte, con los mismos ojos extraños que Kaelith. Cargándome en brazos.

—Yo la protegeré —prometió—. Aunque el mundo me niegue.

Ese Leviatán no era Kaelith. Pero su mirada tenía la misma pena contenida.

—Olvidarás quién fuiste, niña del abismo —dijo la sacerdotisa—. Pero el abismo jamás te olvidará.

El Despertar Real

Abrí los ojos de golpe.

Kaelith estaba junto al fuego. Su rostro era de pura tensión. Cuando me vio despertar, se acercó en silencio.

—Soñaste —dijo, más que preguntó.

Asentí. Mi voz era apenas un murmullo:

—No era un sueño.

Él se acuclilló frente a mí.

—¿Qué viste?

Le conté todo. Las memorias. La voz. La grieta. La promesa del Leviatán desconocido. El ritual. El olvido.

Kaelith escuchó en silencio. Al final, solo dijo una cosa:

—Te están llamando de vuelta.

—¿Quién?

—Los que te hicieron. Los que te sellaron. Y los que temen lo que podrías liberar.

La Decisión

No quería quedarme allí. No después de todo lo que había visto. Pero también sabía que el abismo no desaparecería con solo alejarme.

—¿Podemos destruir esa cosa? —pregunté.

Kaelith negó con la cabeza.

—No se puede destruir lo que no tiene cuerpo. Solo puede mantenerse contenido… o abrirse.

—¿Y si me acerco a la grieta más que antes?

Me miró, con ese gesto de advertencia que conocía bien.

—Podría despertar todo. O recordarlo todo.

—Entonces quiero hacerlo.

Kaelith no intentó detenerme. Solo me tendió la mano.

—Si vas, no te dejaré sola.

La tomé.

Y caminamos hacia la grieta.

Pero esta vez, no para observarla. Esta vez para tocarla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.