El Despertar Del Leviatán.

Ecos de lo Innombrable

El viento que sopla en la garganta de esta montaña hueca no tiene olor, pero trae consigo un murmullo que se mete bajo la piel. Un rumor antiguo, inhumano. Como si el aire cargará con los suspiros de cosas que ya no deberían existir.

Estoy de pie frente a un abismo. No es una metáfora. La grieta que se abre ante mí parece no tener fondo, y sin embargo, en lo más profundo, algo late. Un sonido apagado, que me recuerda al corazón de la tierra… pero distorsionado. Erróneo.

Kaelith no se ha movido desde que llegamos. Sus ojos dorados observan la sima con una mezcla de reverencia y rabia contenida. Su respiración es lenta, controlada, pero lo conozco lo suficiente para notar la tensión que lo atraviesa. Él siente lo mismo que yo.

Miedo.

No el miedo a la muerte. Ese es un temor pequeño, doméstico. Lo que habita aquí es un terror distinto. Existencial. Como si nuestras almas se vieran reflejadas en el fondo de este abismo y encontraran una verdad que no están listas para comprender.

—¿Aquí es donde lo encerraron? —pregunto, mi voz casi inaudible.

Kaelith asiente lentamente.

—Aquí fue donde lo sellaron. Pero nunca dejaron de escucharlo.

Sus palabras se clavan en mí. Porque yo también lo he oído. Desde hace días. No solo en sueños. Hay momentos, cuando cierro los ojos, en los que esa voz me habla. A veces susurra cosas que no entiendo. Otras, me llaman por mi nombre.

—¿Es por eso que fui capaz de abrir el sello en la cámara anterior?

Kaelith duda antes de responder. Eso ya me da una respuesta. Pero lo dice igual.

—Sí. Lo despertaste… o, al menos, despertaste su conciencia. Está mirándote.

—¿Y por qué yo?

Kaelith no responde de inmediato. Da un paso hacia la grieta, con una expresión que me parte el alma. Por un instante, parece más criatura que nunca, como si algo en este lugar deshiciera el disfraz que lleva sobre la piel.

—Porque no eres solo humana —dice finalmente—. Nunca lo fuiste del todo.

Mis piernas flaquean. Quiero pedirle que repita eso, pero sé que no lo hará. Porque esa verdad ya estaba dentro de mí. Solo necesitaba escucharla en voz alta para empezar a romperse.

—¿Qué soy entonces?

Él me mira. Sus ojos no son hostiles, pero tampoco compasivos. Están llenos de una comprensión amarga.

—Eres el puente. Eres la grieta que conecta dos mundos. Por eso vinieron por ti. Por eso te protegemos. Por eso ahora están empezando a cazarte de nuevo.

Mi garganta se cierra. Todo lo que creía saber sobre mí misma se deshace como humo. La niña que fue rescatada, que creció entre criaturas que no la comprendían, que caminó por la frontera entre el rechazo y la aceptación… no era una sobreviviente.

Era un catalizador.

Un error.

O peor: una llave.

—¿Lo sabías desde el principio? —preguntó, sintiendo que la traición me araña desde adentro.

Kaelith baja la mirada.

—Lo sospechábamos. Pero no queríamos creerlo.

—¿Por qué?

—Porque si lo aceptamos… entonces también sabíamos que algún día ibas a tener que abrir la última puerta.

Un escalofrío me recorre el cuerpo.

La última puerta.

La grieta.

La cosa que late en el fondo, esperando ser liberada.

—¿Y si no quiero abrirla?

Kaelith se acerca. Coloca su garra sobre mi hombro con una suavidad que no concuerda con su forma. Siento el calor de su piel monstruosa, su energía vibrando bajo la superficie.

—A veces, lo que queremos no importa. Lo que somos arrastra todo a su paso.

No le contesto.

No puedo.

Porque parte de mí ya siente esa fuerza empujando desde dentro. No es como el poder que usé antes. No es energía. Es memoria. Es herencia. Una cicatriz genética que lleva siglos esperando el momento de romperse.

Nos alejamos de la grieta, pero sé que algo ha quedado atrás.

O peor: algo nos ha seguido.

Fragmentos de Sangre

La noche cae como una manta pesada sobre las ruinas. Nos refugiamos en un antiguo puesto de vigilancia, donde los muros aún conservan marcas del primer colapso. Me siento junto al fuego improvisado que Kaelith encendió usando su energía. No necesito luz para recordar el temblor del abismo. Ya lo tengo tatuado en el pecho.

Kaelith ha permanecido en silencio desde que nos alejamos. Él también está procesando algo. A veces lo observo de reojo. Su espalda poderosa. Su cabeza baja. Hay un gesto en su rostro que no había visto antes. Pena. Y culpa.

—¿Fue tu especie la que lo encerró? —pregunto, rompiendo el silencio.

Kaelith asiente.

—Fuimos nosotros. Y otros.

—¿Quiénes?

—Los que vinieron antes de nosotros. Los que nos crearon. Los que abandonaron este mundo porque sabían que algún día él despertará.

Siento que las piezas empiezan a encajar. Los extraterrestres que gobiernan hoy no son los primeros. Son apenas herederos de un linaje de errores, de pactos rotos, de sellos imperfectos.

—¿Y yo soy parte de eso?

Kaelith no me responde. No necesita hacerlo. La respuesta ya está en el aire. En mi sangre. En el modo en que el altar reaccionó a mi presencia.

No soy un accidente.

Soy una consecuencia.

El Sueño de las Voces

Esa noche, el sueño me arrastra sin resistencia.

Estoy flotando en un mar sin agua, donde los pensamientos no tienen forma y el tiempo no existe. Y entonces, lo veo.

La figura del abismo.

Ahora tiene un rostro. No humano. No es monstruoso. Algo intermedio. Lo que viene antes de que el universo decida una forma. Su piel es oscura como el vacío entre estrellas. Su voz, cuando habla, no es un sonido: es una comprensión. Como si cada palabra llevara siglos de significado.

—Me has oído desde el principio —dice.

—No quiero escucharte —respondo, aunque no con firmeza.

—Pero lo haces.

Y tiene razón.

Lo escucho. Lo entiendo. Porque estamos conectados por algo más profundo que la materia. Él no me necesita para ser libre. Solo necesita que deje de resistirme.




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