El Despertar Del Leviatán.

Bajo la Piel del Guardián

No fue la grieta lo que me inquietó. Ni siquiera la voz.

Fue ella.

Su silencio.

Su mirada al abismo.

La forma en que no retrocedió, como si algo dentro de ella estuviera respondiendo a una llamada que ni yo podría acallar.

He recorrido este mundo bajo mil formas. Vi la caída de los primeros templos y la ascensión de los dominadores. He enterrado a hermanos, he destruido a enemigos, he escondido fragmentos de verdades prohibidas bajo rocas selladas con sangre. He hecho muchas cosas.

Pero jamás me había sentido impotente.

Hasta ahora.

Ella duerme. Su respiración es calma. Su cuerpo enroscado sobre sí mismo, cubierto por una manta de fibras vegetales, parece el de una criatura frágil. Humana. Mortal.

Y sin embargo, en su interior ruge algo que los míos sellaron hace eones.

No debimos dejarla vivir.

No debimos permitir que creciera.

Pero no pude matarla entonces.

Y no puedo hacerlo ahora.

Caminos sin Retorno

Recuerdo el día en que la trajeron. Aún cubierta de barro, apenas consciente. Lloraba sin hacer ruido. Tenía los ojos rotos, como si ya hubiese visto más muerte de la que un niño puede soportar. Los ancianos discutieron durante horas. Algunos querían dejarla fuera. Otros querían entregarla.

Yo no dije nada.

Solo me quedé mirándola, y ella me devolvió la mirada.

Sin miedo.

Sin preguntas.

Como si me reconociera.

Yo, que no tenía rostro humano. Yo, que olía a sangre y a fuego.

Me vio.

Y no me temió.

Esa noche supe que me estaba atando a una condena.

No por protegerla.

Sino por amarla.

Los Sueños del Abismo

En el mundo de los Leviatanes, el amor es un concepto extraño. Lo que sentimos no es posesión ni ternura. Es algo más primitivo. Un lazo que arde y transforma, que nos obliga a proteger incluso si eso nos destruye.

Yo no elegí amarla.

Pero cada día que pasaba a su lado, cada vez que la veía caer y levantarse, alejarse de los demás, hablar con los muertos o pelear con el vacío, algo en mí cambió.

Y ahora que la siento fragmentarse desde adentro, me doy cuenta de que ya no me pertenece. Ni a mí. Ni a este mundo.

Le pertenece a él.

Al que duerme.

Al que está despertando en sus huesos.

—Perdóname —susurro mientras le acomodo un mechón de cabello.

Ella no escucha.

O tal vez sí.

Porque sus labios tiemblan. Y una sola palabra escapa de ellos, aunque esté dormida:

—Kaelith…

Mi nombre en su voz duele como un disparo.

El Juicio de los Antiguos

Esta noche, caminaré hasta las ruinas del Anillo Silente. Convocaré a los que aún recuerdan los nombres olvidados. Sé que me juzgarán. Sé que algunos pedirán su muerte. Y quizás tengan razón. Porque lo que ella carga no puede ser destruido, solo contenido.

Pero les diré la verdad.

Les diré que ella no eligió ser el vaso.

Que fue hecha así.

Diseñada por los mismos que crearon a los dominadores. Por los mismos que usaron a los nuestros como armas, y luego nos enterraron bajo tierra como reliquias fallidas.

Les diré que ella puede ser nuestra condena.

Pero también puede ser la llave de redención.

Y si no me creen…

Entonces pelearé.

Por ella.

Contra todos.

Una Promesa en la Oscuridad

Antes de irme, me acerco a su oído.

Mi voz es un hilo. Un juramento.

—Si te pierdes… si él te consume… si un día tus ojos ya no son tuyos… yo te encontraré. En esta vida. O en la próxima. Porque estoy atado a ti, incluso si el mundo arde.

Ella no responde.

Pero una lágrima resbala por su mejilla.

Y yo me voy.

Sin mirar atrás.

Con el corazón más pesado que todas las piedras del abismo.




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