El aire estaba cargado de electricidad, una vibración que no pertenecía a la superficie ni al cielo. Era un murmullo que ascendía desde las profundidades, un eco primitivo que parecía llamar por su nombre tanto a Kaelith como a ella. La protagonista lo sintió primero en la piel: un escalofrío helado que recorrió su espalda, como si miles de dedos invisibles la tocaran a la vez. Kaelith, en cambio, lo percibió como un peso en el pecho, una presión que lo arrastraba hacia lo más oscuro de sí mismo, allí donde habitaban memorias que nunca había querido despertar.
—Lo sienten también —susurró un Leviatán anciano, de voz rota por la marea de los años—. El despertar ha comenzado.
La protagonista giró el rostro hacia él. No era frecuente que aquel anciano hablara; su silencio era casi una norma en la comunidad. Pero al escucharlo, el resto de los Leviatanes guardó un mutismo reverencial, como si sus palabras hubieran sellado un destino imposible de esquivar.
Kaelith la miró, y en su mirada había miedo disfrazado de control. La tentación de ocultarle lo que realmente estaba sucediendo era fuerte, pero no podía seguir engañándola.
—Esto no es solo un murmullo —dijo Kaelith con voz grave—. Es la señal de que algo alguien está reclamando su lugar en este mundo.
El anciano asintió, y su silueta semihundida en la penumbra del refugio parecía más un espectro que un ser vivo.
—El Leviatán mayor el primero de todos está despertando.
Las palabras fueron un puñal invisible. La protagonista dio un paso atrás, sintiendo que las paredes mismas se cerraban sobre ella. Sabía de las leyendas, de las historias que Kaelith apenas se atrevía a contar en noches de desvelo, cuando el fuego de sus ojos brillaba con un dejo de dolor y orgullo ancestral. Pero jamás había creído que aquel ser, tan inmenso que la mente humana apenas podía imaginarlo, pudiera abrir los ojos de nuevo.
—¿Y si despierta? —preguntó ella, con un hilo de voz.
El anciano clavó en ella una mirada profunda, cargada de una certeza aterradora.
—Si despierta, no habrá cielo ni tierra que resistan. Ni humanos, ni alienígenas, ni Leviatanes ocultos. El mundo será arrancado de sus cimientos.
El silencio que siguió fue insoportable. Incluso el sonido del viento parecía haberse detenido. Fue entonces cuando Kaelith avanzó hasta ella, tomándola del brazo con una firmeza que no admitía réplica.
—Tenemos que irnos —murmuró—. No es seguro quedarnos aquí.
Ella lo miró confundida.
—¿Irnos? ¿A dónde?
Kaelith la sostuvo con una intensidad desesperada, como si al mirarla buscara un ancla en medio de un océano desatado.
—A donde nadie más se atrevería a ir: hacia el origen del murmullo.
El resto de los Leviatanes se agitó, algunos protestando, otros susurrando plegarias olvidadas. El líder de la comunidad, ese que nunca la había aceptado, dio un paso al frente con una furia contenida.
—¿Estás loco, Kaelith? —rugió—. Llevar a una humana al lugar del despertar es condenarnos a todos. ¡Ella ya es una amenaza, y ahora quieres que se acerque al corazón mismo del abismo!
Los ojos de Kaelith destellaron. La criatura híbrida que llevaba en la sangre emergió en su mirada y en el temblor de sus músculos.
—Prefiero condenarme por protegerla que vivir viendo cómo la destruyen ustedes —replicó con un filo que heló la atmósfera.
Ella apenas podía respirar. No era solo el miedo lo que la atravesaba, sino una certeza extraña, como si el murmullo también hablara dentro de su sangre. Algo la llamaba, algo que no entendía, pero que la atraía con la misma fuerza con la que Kaelith intentaba retenerla.
El anciano Leviatán cerró los ojos, y en un susurro que apenas se oyó, dijo:
—Tal vez… sea necesario.
Todos se volvieron hacia él, incluso el líder.
—¿Qué dices, viejo demente? —bufó el líder.
El anciano abrió los ojos, y en ellos brillaba un reflejo del mar nocturno.
—Si el primero despierta, no hay fuerza que pueda contenerlo. Pero quizás —su mirada se posó en ella, y su voz se suavizó, como si hablara a una hija— quizá no esté despertando para destruir, sino para encontrar.
Las palabras se hundieron en ella como semillas que de inmediato comenzaron a germinar en su mente. ¿Encontrar qué? ¿A quién?
Kaelith no esperó más. La tomó de la mano y, sin dar oportunidad a réplicas, la arrastró hacia el exterior del refugio. Las protestas del líder y de varios más retumbaron tras ellos, pero ninguno se atrevió a seguirlos.
El cielo estaba cargado de nubes negras, desgarradas por relámpagos silenciosos. Y allí, en medio del horizonte, un resplandor azulado se elevaba desde el mar, como si las profundidades mismas hubieran encendido un faro prohibido.
Ella tragó saliva, temblando.
—Ese es…
—El llamado —interrumpió Kaelith—. Y lo vamos a enfrentar.
Sus palabras no eran solo decisión. Eran también una promesa.
Y así, entre la tormenta y el miedo, comenzó el camino hacia lo que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar.
Editado: 01.09.2025