El silencio tras la visión del Primordial aún se aferraba a ellos como una membrana espesa. La protagonista sentía que su respiración no le pertenecía, que cada inhalación era un préstamo de algo más grande, más antiguo que ella. Kaelith estaba cerca, observándola con una calma que no era humana, pero tampoco enteramente monstruosa. Sus ojos —esas fracturas vivientes donde habitaban reflejos de mares lejanos— parecían querer retener cada temblor de su pecho, como si ahí se escondiera una respuesta que él también buscaba.
El suelo bajo sus pies vibraba débilmente, como si la tierra misma llevara un pulso secreto. El eco de la grieta que habían visto juntos, esa grieta que parecía no abrirse en piedra, sino en la tela del tiempo, persistía en su memoria. Ella cerró los ojos un instante y todavía podía sentir la presión en sus huesos, como si algo hubiera intentado arrastrarla más allá.
—No era solo una visión —susurró ella, con la voz quebrada—. Lo que vimos… estaba vivo.
Kaelith inclinó la cabeza, un gesto lento, casi reverencial.
—Lo estaba. Y aún lo está —respondió con un tono que parecía brotar desde una distancia de siglos—. Ese ser no duerme, aunque sueñe. No muere, aunque parezca enterrado. Es… una memoria encarnada, un pulso que conecta lo que fue y lo que vendrá.
Las palabras eran demasiado vastas para que su mente las sostuviera. Sin embargo, había algo en la cadencia de su voz, en el ritmo grave que se deslizaba como olas golpeando un acantilado, que hacía que todo sonara inevitablemente cierto. Ella lo miró, y por un instante deseó que el mundo se detuviera ahí, en ese silencio compartido. Pero el miedo se infiltró de nuevo.
—Si lo hemos visto… entonces otros también lo sentirán, ¿verdad? —preguntó, casi en un murmullo—. Los alienígenas… o incluso los tuyos. Nadie debería saber.
Kaelith se tensó, apenas perceptible, como si una corriente invisible atravesara su piel híbrida.
—No lo sabrán —dijo con un filo en la voz, como si estuviera prometiéndose más a sí mismo que a ella—. A menos que nos traicionen.
La palabra traición quedó suspendida entre ellos como un cuchillo. Ella recordó al líder de los Leviatanes, la forma en que sus ojos parecían desear entregarla, como si su mera existencia fuera un error que debía corregirse. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Kaelith dio un paso hacia ella. Su sombra la envolvió, pero en lugar de sentir miedo, lo que sintió fue la certeza de que, si el mundo se desgarraba en ese instante, al menos no estaría sola.
—El Primordial te miró a ti —dijo Kaelith, sin apartar sus ojos de los suyos—. No a mí. No a ningún otro. ¿Entiendes lo que significa?
Ella negó lentamente con la cabeza. No quería entender. Saber que una criatura imposible había fijado su atención en ella era demasiado. Pero Kaelith no se apartó, como si su propia obstinación pudiera arrastrarla a aceptar lo que negaba.
—Significa que no eres un accidente aquí. No eres un error. Eres un puente.
Un puente. La palabra pesó en su pecho como plomo. Recordó sus días en silencio dentro de la comunidad, el modo en que era observada como algo extraño, nunca del todo bienvenida, nunca del todo rechazada. ¿Y si siempre había sido así porque su lugar no estaba en ninguno de los dos mundos, sino en el espacio entre ellos?
—¿Un puente hacia qué? —preguntó al fin, y sus labios temblaron al pronunciarlo.
Kaelith se inclinó hacia ella, lo suficiente para que su voz pareciera un secreto arrancado del fondo del mar.
—Hacia aquello que ya nos reclama.
El viento cambió de golpe, como si algo hubiera escuchado esas palabras. Las sombras se alargaron en torno a ellos y el pulso del suelo se intensificó, más marcado, más vivo. Ella tragó saliva, sintiendo que la realidad se aflojaba a su alrededor. Un leve zumbido se expandió en el aire, como un murmullo lejano que intentaba convertirse en canto.
Ella lo reconoció al instante: era el mismo sonido que había oído en la grieta, el mismo que había resonado en sus huesos. El eco del Primordial estaba buscándolos.
Kaelith la tomó de la muñeca. Sus dedos eran demasiado fuertes, demasiado inhumanos, y sin embargo el contacto le devolvió una chispa de calor.
—No te apartes de mí —ordenó.
Ella asintió, aunque sabía que sus piernas temblaban demasiado como para resistir. El canto se intensificaba, haciéndose casi insoportable. No era un sonido para los oídos, sino para algo más profundo, como si una voz estuviera llamando directamente a la parte más oculta de su ser.
Y en ese llamado, ella sintió algo terrible: un reconocimiento. Como si ya la hubiera conocido desde siempre.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, sin saber si eran de miedo, de dolor o de una atracción imposible hacia aquello que la reclamaba. Kaelith la sostuvo con fuerza, inclinándose hacia su oído.
—Lucha —dijo—. No es dueño de ti todavía.
Todavía. La palabra la hirió más que el propio canto. ¿Significaba que tarde o temprano lo sería?
El zumbido alcanzó un clímax. Por un instante, todo se oscureció. Ella creyó caer, como si el suelo se hubiera abierto en un abismo. Pero cuando abrió los ojos de nuevo, seguía ahí, sostenida por Kaelith.
El canto había cesado. Solo quedaba un eco.
Ella jadeaba, el pecho subiendo y bajando con violencia. Kaelith no la soltaba, y sus ojos seguían clavados en ella, con un brillo imposible de descifrar.
—No eres solo humana —murmuró él, casi con una mezcla de reverencia y amenaza—. Lo que se esconde en ti también le pertenece.
Ella quiso gritar que estaba equivocada, que no era cierto, que todo lo que quería era ser ella misma. Pero las palabras murieron en su garganta, porque en el fondo… algo en su sangre ya lo sabía.
El eco en la grieta no se había apagado. Solo esperaba.
#723 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 01.09.2025