El silencio después de la tormenta era casi insoportable. La ciudad, o lo que quedaba de ella, parecía un cadáver abierto al sol. Entre ruinas, polvo y fragmentos de metal que reflejaban la luz en destellos crueles, Kaelith y ella avanzaban con pasos calculados, como si cada rincón pudiera ocultar la mirada vigilante de los drones.
Había una tensión distinta en el aire, una carga que no provenía de la destrucción, sino del peso de las decisiones que habían tomado. Lo que habían compartido ya no podía deshacerse. El secreto de ambos se había vuelto tan grande que, si salía a la luz, arrastraría consigo a la comunidad entera, a los últimos humanos y a los leviatanes ocultos.
—Están buscándonos —susurró ella, ajustando el abrigo raído alrededor de su cuerpo frágil. Sus ojos avellana reflejaban una mezcla de miedo y determinación.
Kaelith inclinó el rostro, sus rasgos híbridos ocultándose bajo la penumbra de una estructura caída. Sus ojos, de un brillo sobrenatural, la miraron con una intensidad que la hizo estremecer.
—No buscan… nos cazan. —Su voz tenía un eco profundo, mitad humano, mitad ancestral.
Un ruido metálico en la distancia los obligó a detenerse. Desde lo alto de un edificio semidestruido, un dron descendía lentamente, con su ojo rojo encendido, explorando la zona. Ella contuvo la respiración, y Kaelith la atrajo hacia las sombras, envolviéndola con un brazo cuya fuerza contenida era a la vez protección y advertencia.
El dron pasó cerca, su zumbido vibrando en el aire como un insecto monstruoso. Cuando finalmente se alejó, ella exhaló con fuerza.
—Cada vez son más… —dijo con un hilo de voz.
—Porque saben que algo se mueve contra ellos. No sospechan aún qué, pero lo presienten. —Kaelith apartó la mirada hacia el horizonte donde la bruma del mar se alzaba como un muro sin fin.
Ella quiso decir algo más, pero se escucharon pasos detrás de ellos. No eran humanos. No eran leviatanes. La vibración en el suelo lo confirmaba.
De entre las ruinas emergieron tres figuras alargadas, cubiertas por una armadura negra que parecía hecha de obsidiana líquida. Eran centinelas alienígenas. Sus movimientos eran suaves, casi felinos, pero cada paso estaba cargado de poder.
Kaelith se interpuso instintivamente entre ella y las criaturas. Sus ojos brillaron, y por un instante el aire se volvió más denso, como si la tierra misma reconociera su furia.
El primero de los centinelas alzó un arma que parecía fusionar hueso y metal. Antes de que pudiera disparar, Kaelith lanzó un rugido bajo, un sonido que no pertenecía a este mundo. La vibración rompió fragmentos de concreto a su alrededor y los alienígenas se detuvieron por un instante, aturdidos.
Ella lo miró, con el corazón desbocado. Nunca lo había visto así, liberando parte de lo que realmente era.
Pero esa demostración solo sirvió para atraer más peligro. A lo lejos, se escuchó el eco de más centinelas acercándose.
—¡Debemos irnos! —dijo ella, tirando de su brazo.
Kaelith no respondió de inmediato. Sus ojos permanecían fijos en los centinelas que se reorganizaban para rodearlos. Entonces, la tomó en brazos con una rapidez que la dejó sin aliento y, en un movimiento brusco, saltó hacia una grieta en el suelo, hundiéndose en las sombras de lo profundo.
El descenso fue vertiginoso, pero pronto se encontraron en un túnel subterráneo iluminado por cristales fosforescentes. El aire allí era pesado, pero al menos estaban fuera de la vista de los drones y centinelas.
Ella se apoyó contra la pared, respirando agitadamente.
—¿Qué… qué era eso? Ese rugido… ¿qué les hiciste?
Kaelith giró lentamente hacia ella. En sus facciones se leía la tensión de haber cruzado un límite.
—Lo que viste es una fracción de lo que soy. Y también una condena.
Ella lo observó en silencio, sabiendo que cada respuesta que le daba abría nuevas preguntas. El mundo estaba desmoronándose sobre ellos, y aun así, la atracción que sentía por él crecía como una llama prohibida.
Kaelith dio un paso hacia ella.
—Mientras sigas conmigo, los pondrás en peligro a todos. Los alienígenas ya huelen lo que ocultamos. No se detendrán.
Ella lo sostuvo con la mirada, negando suavemente.
—No me importa. Si ellos ya nos han marcado, entonces prefiero estar contigo hasta el final.
El silencio entre ambos fue tan intenso que parecía que incluso el túnel respiraba con ellos. Y en lo profundo, algo comenzó a moverse… un eco antiguo, una presencia que aguardaba su momento para despertar.
El Leviatán verdadero no estaba tan lejos.
Editado: 01.09.2025