El viento de la noche golpeaba los ventanales del antiguo refugio, trayendo consigo un murmullo que parecía el eco de voces lejanas. Lena permanecía junto a Kaelith, con la mirada fija en el fuego que chisporroteaba en el centro de la sala. El silencio entre ambos no era vacío, sino denso, lleno de significados no dichos. Desde su encuentro con los Aliados, cada paso parecía guiarlos hacia un precipicio inevitable, una verdad que ninguno de los dos había pedido, pero que ahora se abría frente a ellos como un destino compartido. Kaelith inclinó su cuerpo hacia adelante, la penumbra acentuando la dualidad de sus rasgos, a veces humanos, a veces monstruosos. “El tiempo se acorta, Lena. Cada día que pasa, ellos nos observan más de cerca.” Lena tragó saliva, intentando mantener la calma. Había aprendido a descifrar en sus palabras más de lo que él mismo decía. Cuando Kaelith hablaba de “ellos”, no solo se refería a los alienígenas, sino también a la propia comunidad de Leviatanes que nunca la había aceptado por completo. Recordó los ojos del líder, fríos y acusadores, aquella sombra que siempre acechaba sus pasos. “No quiero que me protejas a costa de todo, Kaelith,” susurró, con una determinación temblorosa. “Si nos descubren, quiero enfrentarlo contigo. No sola… no escondida.” Kaelith giró el rostro hacia ella y, por un instante, el peso de siglos enteros se reflejó en sus ojos. Su voz, grave y casi quebrada, se fundió con el crepitar del fuego: “No entiendes, Lena. Tú eres la grieta en el muro que tanto temen. Si descubren lo que representas, no solo vendrán por ti. Vendrán por mí. Por los míos. Y por los últimos humanos que quedan.” Esa revelación la golpeó con más fuerza que cualquier advertencia anterior. El futuro de todos pendía de la delgada línea de su relación prohibida. Lena apretó sus manos, sintiendo cómo la cicatriz en su muñeca ardía, como si respondiera a la tensión de ese momento. Antes de que pudiera contestar, un ruido seco interrumpió la intimidad de la sala: pasos. La puerta se abrió lentamente, revelando la figura imponente de Yren, uno de los jóvenes Leviatanes que, a diferencia del líder, nunca había mostrado hostilidad hacia ella. Su mirada, sin embargo, estaba cargada de urgencia. “No hay tiempo,” dijo sin rodeos. “Los drones están sobrevolando de nuevo el perímetro. Si los Aliados interceptan las transmisiones, quizás podamos ganar algo de ventaja… pero alguien debe distraerlos.” Lena y Kaelith intercambiaron una mirada silenciosa que lo dijo todo: el destino había dejado de darles tregua. Kaelith se puso de pie, la sombra de su cuerpo proyectándose contra las paredes como una advertencia viviente. “Yo iré,” murmuró con tono decidido, aunque su mandíbula se tensaba con rabia contenida. Lena lo tomó del brazo con una mezcla de miedo y valentía. “No. Esta vez no solo tú. Si vamos a ser el eco de un mismo destino… iremos juntos.” El silencio posterior fue roto únicamente por el rugido lejano del viento. Yren desvió la mirada, comprendiendo que presenciaba algo que cambiaría no solo sus vidas, sino también el rumbo de toda la comunidad.
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fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 01.09.2025