El Despertar Del Leviatán.

El pulso compartido

Lena lo miró fijamente, la respiración entrecortada. El resplandor que aún chisporroteaba en las garras de Kaelith iluminaba su rostro, revelando el monstruo que el mundo temía y el ser que ella había aprendido a conocer.

“¿Aún me seguirás?”, había preguntado él.

Su primer impulso fue callar, como si las palabras fueran demasiado pequeñas para contener lo que sentía. Pero el silencio se volvió insoportable, y finalmente lo rompió.

“Kaelith…” alzó su muñeca, la cicatriz en la piel ardiendo como nunca. “Lo que llevas dentro… también está en mí.”

El Leviatán frunció el ceño. Se acercó despacio, como si temiera confirmar lo que ella insinuaba. Cuando su garra rozó la marca, un destello eléctrico atravesó el aire, uniendo sus cuerpos con un pulso compartido.

Lena jadeó. El latido de Kaelith se mezcló con el suyo, profundo, ancestral, imposible de distinguir cuál pertenecía a quién. El tiempo dejó de existir.

Kaelith retrocedió bruscamente, sus ojos convertidos en abismos oscuros.

“No… esto no es posible. Ellos lo hicieron. Te hicieron parte de nosotros.”

“Yo no elegí esto —dijo Lena, la voz quebrada pero firme—. Pero tampoco voy a rechazarlo. No cuando significa que no estoy sola.”

Un rugido lejano interrumpió la confesión: más drones, acercándose. El aire vibraba con el zumbido metálico de refuerzos.

Kaelith apretó los dientes, luchando contra la tormenta de emociones que lo desbordaba. Tomó a Lena del rostro con una brusquedad que era ternura disfrazada.

“Si lo que dices es verdad, si lo que siento no es una ilusión… entonces ya no puedes volver atrás. Estás ligada a mí.”

Lena lo miró, los ojos brillantes de miedo y decisión.

“Entonces llévame contigo. A donde sea. Pero no me dejes aquí.”

El rugido de los drones estalló sobre ellos, las luces azules cortando la oscuridad. Y esta vez, Kaelith no dudó: desplegó sus alas y, con un salto brutal, levantó a Lena en brazos.

El mundo se volvió viento y vértigo. Ella cerró los ojos, apretándose contra su pecho, mientras el aire silbaba alrededor. Los disparos quedaron atrás, y por un instante, creyó que volar significaba escapar.

Pero Kaelith sabía la verdad: aquello no era una huida. Era el inicio de la verdadera cacería.




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