Ethan Volkov vivía en una cabaña rústica escondida en lo profundo del denso bosque en el estado de Washington. Rodeado de árboles centenarios y la fauna silvestre, había encontrado un refugio en la naturaleza, lejos del caos de la vida humana y de la manada que había dejado atrás. La cabaña, aunque sencilla, estaba cuidadosamente mantenida, con muebles de madera tallada y una chimenea de piedra que creaba un ambiente acogedor.
Una tarde, mientras Ethan afilaba un cuchillo de caza junto a la chimenea, sintió una presencia familiar. Al levantar la vista, vio a un lobo majestuoso transformarse en la figura de su padre, Iván Volkov. La preocupación era evidente en los ojos azules de Iván, un reflejo del vínculo que los unía, a pesar de la distancia que Ethan había impuesto.
—Hijo —dijo Iván, con voz profunda y cargada de emociones—, por fin te he encontrado. ¿Cómo has estado?
Ethan se puso de pie y abrazó a su padre. Aunque había decidido aislarse, la visita de Iván trajo consigo un consuelo inesperado.
—Padre, es bueno verte —dijo Ethan, sintiendo el calor del abrazo—. Pero ya sabes por qué me fui. No puedo volver mientras el usurpador siga siendo el Alfa.
Ivana asintió con tristeza, recordando los eventos que habían llevado a la partida de Ethan. La traición y la ascensión al poder del nuevo Alfa habían roto la armonía de la manada, y Ethan había elegido el exilio antes que someterse a un liderazgo corrupto.
—Sé lo difícil que ha sido para ti —respondió Iván, con un suspiro—. Te he buscado durante meses. Fue difícil encontrarte después de que anulaste el enlace, temía perder cualquier contacto con mi hijo. Pero necesitaba saber que estabas bien, así que te he buscado por todo el planeta tierra.
Ethan miró a su padre, su expresión endurecida por la determinación y el dolor del pasado.
—Estoy bien, padre. Este lugar me permite vivir en paz y ser quien soy, sin la sombra de la traición. No puedo regresar hasta que las cosas cambien.
Iván lo entendía, pero no podía evitar la preocupación por su hijo. Sabía que la vida solitaria no era fácil y temía por la seguridad de Ethan en medio de los desafíos que acechaban en el bosque.
—Solo quería que supieras que la manada te extraña, al igual que te necesita —dijo Iván, colocando una mano en el hombro de Ethan—. Y que siempre tendrás un lugar entre nosotros cuando decidas regresar.
Ethan asintió, agradecido por las palabras de su padre.
—Gracias, padre. Lo pensaré. Pero por ahora, necesito estar aquí.
Iván respetó la decisión de su hijo, aunque su corazón deseaba poder llevárselo de vuelta a la seguridad de la manada. Después de un largo y silencioso intercambio de miradas, Ethan lo invitó a pasar, le dio ropa para que se vistiera y compartieron una agradable comida. Luego Iván se despidió, transformándose nuevamente en lobo y desapareciendo en la espesura del bosque.
Ethan se quedó solo, observando las sombras alargarse con el atardecer. A pesar de la soledad, encontró consuelo en la naturaleza, sintiendo que el bosque y su lobo interior le proporcionaban la libertad y la paz que tanto anhelaba.
Pero es que la visita de su padre había dejado a Ethan con una mezcla de emociones. Mientras se preparaba para dormir, sus pensamientos estaban divididos entre la conversación que habían tenido y los recuerdos del pasado. La cabaña estaba envuelta en una quietud reconfortante, rota solo por los suaves sonidos del bosque nocturno.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, un ruido extraño lo puso en alerta. Se incorporó, rápidamente, sus sentidos agudizados y su instinto de lobo en plena acción. Al salir de la cabaña, el familiar aroma invadió sus fosas nasales: era su pequeña hermana, Aria, y su mejor amigo, Derek
Ambos estaban de pie en el claro, con expresiones decididas. Aria, con su cabello oscuro y sus ojos brillantes, se veía tan valiente como siempre. Derek, robusto y leal, lo miraba con determinación.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Ethan, sorprendido y preocupado—. No pueden dejar la manada así.
Aria fue la primera en hablar, su voz firme y decidida.
—No vamos a someternos a ese Alfa, Ethan. No después de todo lo que ha hecho. Nos negamos a seguir sus órdenes.
Derek asintió, apoyando a Aria.
—Estamos aquí para quedarnos contigo, Ethan. No podemos seguir en la manada bajo su liderazgo corrupto. El verdadero Alfa de Alfas está ante nuestros ojos.
Ethan suspiró y negó con la cabeza, sintiendo una mezcla de orgullo y preocupación por su hermana y su amigo. Sabía que su presencia aquí los ponía en peligro.
—No pueden quedarse aquí. Es demasiado arriesgado. Deben regresar a la manada. No puedo protegerlos de todo.
Aria se adelantó, sus ojos llenos de determinación.
—Ethan, hemos tomado nuestra decisión. No te dejaremos solo. Eres el verdadero líder y no podemos seguir ignorando eso.
Derek, con su habitual serenidad, añadió:
—Estamos aquí para apoyarte, hermano. Juntos somos más fuertes. No necesitamos a ese usurpador.
Ethan miró a los dos jóvenes, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que eran leales y valientes, y que su decisión de unirse a él no era tomada a la ligera.
—¿Cómo llegaron aquí? —preguntó Ethan.
—Seguimos a nuestro padre —respondió la joven.
—¿Has hablado con él sobre esto, Aria? —pregunto preocupado Ethan.
—Ya él lo sabe, así que no te preocupes —Aria sonrió para tranquilizar a su hermano mayor—. Él está de acuerdo.
Ethan suspiró, sentía que algo más pasaba y, aunque su corazón deseaba protegerlos, también sabía que no podía rechazar su apoyo.
—Está bien —dijo finalmente, con una mezcla de resignación y esperanza—. Pero debemos ser cuidadosos. Hay muchos peligros en este bosque y ustedes se comportan en mi casa.
Aria y Derek asintieron, satisfechos con la respuesta de Ethan.
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Editado: 30.01.2025