El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 3

Ylva se encontró nuevamente en el hermoso prado de sus sueños. El lugar estaba tan encantador como siempre, con flores de colores vibrantes que ondeaban suavemente con la brisa y mariposas de alas iridiscentes que danzaban en el aire. La sensación de paz y felicidad envolvía el lugar, y el clima era cálido y acogedor.

Frente a ella estaba Luna, la majestuosa loba de pelaje blanco y plateado que brillaba bajo la luz del sol. Luna, con su tamaño imponente y ojos azules profundo, irradiaba una majestuosidad que llenaba el prado de energía tranquila y poderosa.

Ylva no podía evitar admirar a Luna con emoción, sintiendo una profunda conexión con la loba.

—Eres tan hermosa y grande —dijo Ylva, con los ojos llenos de admiración—. Estoy segura de que no eres una loba cualquiera. ¿De dónde vienes?

Luna inclinó la cabeza, sus ojos reflejando sabiduría y misterio.

—Vengo del Reino de Lycandar, Ylva.

El corazón de Ylva se llenó de curiosidad. Quería saber más sobre este reino misterioso.

—¿Cómo es tu reino, Luna? —preguntó Ylva, ansiosa por conocer más.

Pero Luna no respondió de inmediato. En lugar de eso, la loba miró a Ylva con una expresión de ternura y seriedad.

—Pronto debes ir a casa, Ylva.

Ylva frunció el ceño, confundida y con una sensación de urgencia en su corazón.

—¿Dónde queda ese reino, Luna? —insistió, su voz llena de curiosidad y una ligera desesperación por obtener respuestas.

Antes de que Luna pudiera responder, Ylva se despertó abruptamente. Su cuerpo estaba empapado en sudor y su respiración era rápida y entrecortada. Miró el reloj y vio que apenas eran las 4 de la madrugada.

Se quedó acostada en la oscuridad, con el corazón latiendo con fuerza. Las palabras de Luna resonaban en su mente, llenándola de preguntas y una sensación de destino inminente. Sabía que estos sueños significaban algo importante, pero no sabía lo que eran.

Después de despertarse de esa manera, Ylva no pudo dormir más. Sabía que tenía clases ese día y necesitaba descansar, pero el sueño se le escapaba. Decidió darse un baño con la esperanza de relajarse y tal vez encontrar algo de alivio. Sin embargo, media hora después, su cuerpo comenzó a calentarse de manera alarmante. Se sentía débil y exhausta, como si una fiebre repentina la estuviera consumiendo.

Pensando que un descanso podría ayudar, Ylva se metió en la cama y se arropó hasta la cabeza, esperando sudar la fiebre. Pero la situación solo empeoró. Su temperatura corporal aumentó tanto que comenzó a temblar incontrolablemente.

Cuando su madre, Elena, notó que Ylva no había bajado a desayunar, subió rápidamente a su habitación. Al ver a su hija acurrucada bajo las mantas, con la piel enrojecida y los ojos vidriosos, sintió un pánico inmediato.

—¡Ylva! —exclamó Elena, sentándose en el borde de la cama y apartando las mantas con suavidad—. ¿Qué te pasa, cariño?

Ylva apenas pudo responder, sus palabras se entrecortaban por los temblores.

—Me siento muy… caliente… Mamá, no sé qué me pasa…

Elena tocó la frente de Ylva y sintió el calor abrasador que emanaba de su piel. Con manos temblorosas, sacó un termómetro y le tomó la temperatura. El resultado la alarmó profundamente.

—¡Tienes fiebre muy alta! —dijo Elena, su voz cargada de preocupación—. Esto no es normal. Necesitamos llevarte al médico de inmediato.

Ylva intentó asentir, pero su cuerpo temblaba tan violentamente que apenas podía moverse. Elena llamó a su esposo, y juntos ayudaron a Ylva a bajar las escaleras y salir de la casa.

Mientras la llevaban al hospital, los sueños de Ylva y las palabras de Luna resonaban en su mente, llenándola de una mezcla de miedo y curiosidad.

Ylva pasó varios días en el hospital, luchando contra una fiebre que se negaba a ceder. Los médicos le realizaron numerosos exámenes, pero todos los resultados indicaban que estaba saludable. Aun así, su temperatura corporal continuaba alarmantemente alta. Elena, su madre, estaba constantemente a su lado, su preocupación aumentando con cada día que pasaba sin respuestas.

Una noche, mientras Elena observaba a Ylva dormir en la camilla del hospital, su esposo Thomas se acercó a ella, su rostro reflejando la misma preocupación.

—Elena, ¿crees que esta fiebre tenga algo que ver con su origen? —preguntó Thomas en voz baja, con los ojos fijos en su hija.

Elena negó con la cabeza, intentando no dejarse llevar por las palabras de una mujer que había conocido tiempo atrás, justo el día en que adoptaron a la niña.

—No, Thomas. Esos solo son cuentos de hadas. No puedo creer que eso tenga algo que ver con lo que le está pasando a nuestra hermosa Ylva.

Thomas suspiró, deseando poder hacer más para ayudar a su hija. Sabía que Elena siempre había sido escéptica acerca de las historias sobre el origen de Ylva, pero en momentos como este, la duda comenzaba a filtrarse en su mente.

Elena, sin embargo, se aferraba a la esperanza de que los médicos encontrarían una solución. Miró a su esposo con determinación.

—Lo que le está pasando tiene que tener una explicación racional. Los médicos descubrirán qué está mal y la ayudarán a recuperarse.

Thomas asintió, aunque en el fondo ambos sabían que había cosas en este mundo que no podían explicarse fácilmente. Mientras tanto, Ylva seguía luchando contra la fiebre, y los sueños con Luna continuaban llenando sus noches de misterio y promesas.




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