El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 8

Las semanas pasaron y Ylva se adaptaba cada vez más a su nueva escuela. Las clases iban bien y comenzaba a sentirse más cómoda con sus compañeros. Sin embargo, un día, todo cambió cuando el profesor anunció que harían una evaluación en parejas.

—Voy a asignarles sus parejas para este examen —dijo el profesor mientras leía la lista—. Ylva Mistral y David Whitmore.

Ylva se sorprendió al escuchar su nombre junto al de David. Desde su llegada, apenas habían cruzado miradas, y mucho menos palabras. Sin más opción, recogió sus cosas y se dirigió a la mesa donde estaba sentado David, pues él no mostró ninguna intención de moverse, así que Ylva tomó asiento junto a él.

Mientras empezaban a organizarse para el examen, Ylva escuchó claramente una queja en la voz de David.

“Huele a perro mojado, qué tormento”

Confundida, Ylva se giró hacia él, mirándolo directamente. David levantó la vista de sus papeles y la miró con frialdad.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó, su tono seco y distante.

Ylva se paralizó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. No supo cómo responder y optó por guardar silencio. Sin embargo, lo que Ylva no se daba cuenta era que lo que había escuchado no era la voz de David, sino sus pensamientos. Este detalle escapó por completo a su comprensión en ese momento.

David, un vampiro con una aguda percepción, había captado el aroma característico de Ylva. Algo en ella le resultaba familiar y, a la vez, inquietante. Por su parte, el cuerpo de Ylva estaba comenzando a desarrollarse como hombre lobo, aunque ella no era consciente de ello. Esa transformación provocaba que los vampiros, como David e Isabel, percibieran su olor distintivo.

Intentando mantener la calma, Ylva se concentró en el examen. Mientras trabajaban juntos, las interacciones entre ellos eran mínimas y cargadas de tensión. David parecía distante, pero al mismo tiempo curioso sobre Ylva.

En un momento de silencio, Ylva se atrevió a romper el hielo.

—¿Siempre trabajas solo? —preguntó, intentando sonar casual.

David la miró de reojo, su expresión inescrutable.

—Prefiero hacerlo —respondió lacónicamente.

Ylva sintió que la conversación no iba a llegar muy lejos, así que decidió enfocarse en el examen. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse qué había detrás de la actitud distante de David y por qué Isabel había insistido tanto en que no se acercara a él, pero ahora estaba más cerca que lejos.

A la salida de la escuela, Isabel se acercó a Ylva con una sonrisa en el rostro.

—¿Cómo te fue en el examen? —preguntó Isabel con curiosidad.

Ylva suspiró y se encogió de hombros.

—Pues bien, al menos David supo responder las preguntas. Aunque me parece que no sabe hablar, ¿sabes? —dijo, con un tono de broma.

Isabel soltó una risa.

—David, siempre es así. No te lo tomes a mal.

Ylva se detuvo por un momento y miró a Isabel con una expresión pensativa.

—Todavía me cuesta creer que David sea tu hermano. Son tan diferentes —comentó Ylva.

Isabel asintió, su expresión se volvió un poco más seria.

—La vida no ha sido fácil para David. Antes vivíamos en otro estado, pero desde que nos mudamos a Vermont, él prefiere mantenerse alejado de la humanidad. Le cuesta adaptarse, por eso decía que no te acerques, él es… ermitaño.

Ylva frunció el ceño, intentando entender mejor a David.

—¿Y tú? Pareces mucho más sociable y hablas más que él —dijo Ylva, observando a Isabel con curiosidad.

Isabel sonrió con un toque de melancolía.

—A mí no me gusta la soledad. Me he esforzado por hacer amigos aquí. Sin embargo, la única persona a la que le doy abrazos es a ti.

Ylva se sorprendió y sintió una oleada de emoción al darse cuenta de la importancia de esas palabras. Miró a Isabel, sintiéndose especial por ser la única que ha tenido un contacto físico tan cercano con ella.

—Gracias, Isabel. Me haces sentir muchas emociones —dijo Ylva, sonriendo con gratitud.

Isabel le devolvió la sonrisa y puso una mano en el hombro de Ylva.

—Eres una amiga especial, Ylva. Me alegra tenerte aquí.

Mientras caminaban juntas hacia la salida, Ylva no pudo evitar sentirse más conectada con Isabel. A pesar de todas las dudas y confusiones, saber que tenía una amiga en la que podía confiar le daba una sensación de consuelo y fuerza.

Isabel cambió de tema con una sonrisa y tomando el brazo de su amiga, dijo.

—No hablemos más de mí —dijo Isabel—. Mejor cuéntame, ¿de quién heredaste ese color de cabello? Es tan blanco como la nieve que me fascina.

Ylva suspiró ligeramente y respondió.

—No lo sé, en realidad, soy adoptada, y mi madre siempre me ha dicho que desde que me llevaron a casa, mi color de cabello ha sido así.

Isabel asintió, su mirada reflejando curiosidad y comprensión.

—Bueno, es realmente único y te queda genial.

Ylva sonrió.

—Gracias, tu cabello es lindo también.

—No te imaginas lo que debo hacer para que tenga brillo.




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