El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 10

La luna llena iluminaba el bosque, proyectando sombras alargadas que bailaban entre los árboles. Ylva, con su cabello blanco como la nieve y sus ojos azules como zafiros, se adentraba en el bosque, guiada por una extraña sensación de atracción.

A medida que avanzaba, el aire se volvía más fresco y el sonido de los animales nocturnos se hacía más intenso. De repente, un aullido resonó en la distancia, enviando escalofríos por la columna vertebral de Ylva.

Siguiendo el sonido, se abrió paso entre los árboles hasta llegar a un claro donde un grupo de lobos se reunía alrededor de una hoguera. Ylva se detuvo, observándolos con cautela, sintiendo una mezcla de miedo y fascinación.

Los lobos la notaron y se acercaron lentamente, sus ojos amarillos brillando en la oscuridad. Ylva se quedó quieta, sin moverse, y los lobos se detuvieron a unos metros de distancia, observándola con curiosidad.

De repente, uno de los lobos dio un paso adelante y se acercó a Ylva. La joven se agachó y acarició su suave pelaje, sintiendo su calor y su fuerza. El lobo lamió su mano y se alejó, uniéndose al resto de la manada.

Ylva se quedó allí, contemplando a los lobos, sintiendo una conexión profunda con ellos. No entendía por qué se sentía tan atraída a ellos, por qué su cuerpo reaccionaba de esa manera ante su presencia. Pero sabía que había algo especial en estos animales, algo que la llamaba a ella.

La joven sentía como si esos lobos fueran sus hermanos, su sangre, su esencia. Pero ella no estaba tan lejos de la verdad, ya que Ylva es una licántropa, una hija de la luna y la naturaleza.

Horas después, Ylva se despertó de golpe, empapada en sudor. Su respiración era agitada y su corazón latía con fuerza en su pecho. El sueño había sido tan vívido, tan real, que aún podía sentir el suave pelaje del lobo bajo sus dedos.

—¿Fue un sueño? —se preguntó en susurros.

Se incorporó lentamente, tratando de calmarse. Aunque tenía la sensación de que todo había sido un sueño, no podía sacudirse la impresión de que había ocurrido de verdad. Luego de dar vueltas en su cabeza por unos minutos, recordó cómo se había convertido en una loba de pelaje blanco antes de despertarse, pero trató de convencerse a sí misma de que solo había sido su imaginación.

Se levantó y se arregló rápidamente, cambiándose de ropa y poniéndose unas botas cómodas. Salió de su casa sin hacer ruido, dejando atrás la seguridad de su hogar. La frescura del aire la envolvió mientras corría hacia el bosque, su mente llena de confusión y determinación.

Al llegar al borde del bosque, se detuvo para tomar aliento. La luna llena aún iluminaba el paisaje, proyectando sombras alargadas entre los árboles. La atracción hacia el interior del bosque era más fuerte que nunca, y Ylva no pudo resistirse.

Se adentró entre los árboles, guiada por una sensación inexplicable. A medida que avanzaba, el aire se volvía más fresco y el sonido de los animales nocturnos se hacía más intenso. Sus pasos la llevaron de vuelta al claro donde había visto a los lobos en su sueño.

El claro estaba vacío, pero la sensación de conexión seguía presente. Ylva se quedó allí, sintiendo el latido de su corazón resonar en sus oídos. Su cuerpo reaccionaba a la presencia del lugar de una manera que no podía explicar, y la incertidumbre la llenaba de preguntas.

Mientras estaba de pie en el claro, un aullido distante resonó en la noche, enviando escalofríos por su columna vertebral. La joven sabía que había algo especial en estos lobos, algo que la llamaba a descubrir su verdadera naturaleza.

La búsqueda de respuestas estaba apenas comenzando, y Ylva debía enfrentar los desafíos y secretos que aguardaban en su camino.

—¡Rayos! ¡Estoy loca! —exclamó Ylva mirando a la luna.

Se frotó la cara con las manos y dejó escapar un suspiro exasperado.

—¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy aquí hablando con… contigo? —dijo, señalando la luna con el dedo—. Un humano no puede convertirse en lobo. ¡Es ridículo! La luna… tú, sí, tú… solo eres un astro que ilumina el cielo, cada noche.

La luna, brillante y serena, no ofreció ninguna respuesta, como era de esperar.

—Claro, por supuesto que no tienes nada que decir —continuó Ylva, su voz llena de sarcasmo—. Eres solo una enorme roca en el espacio, flotando ahí como si nada. Y aquí estoy yo, hablando contigo como si fueras a contestar. Realmente me estoy volviendo loca.

Caminó en círculos por el claro, agitando las manos en el aire mientras seguía su monólogo.

—Además, ¿qué fue todo ese asunto de convertirme en una loba de pelaje blanco? Es imposible. Los humanos no se convierten en lobos. Eso es material de películas de terror y novelas de fantasía, no de la vida real.

Ylva miró de nuevo a la luna, sus ojos azules reflejando la luz plateada.

—Pero claro, tú no podrías estar de acuerdo ni en desacuerdo, ¿verdad? Solo iluminas el cielo y haces que las cosas se vean más misteriosas de lo que son. Gracias por eso, por cierto.

Se cruzó de brazos y suspiró, sintiendo una mezcla de frustración y resignación.

—En fin, tal vez necesito dejar de ver tantas películas de fantasía. O dormir más. O ambas cosas. Pero lo que sea que esté pasando, espero que termine pronto, porque estoy segura de que acabaré en un manicomio y moriré en el intento de escapar o creyéndome una mujer loba.

Ylva lanzó una última mirada desafiante a la luna antes de comenzar a caminar de regreso a casa.




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