El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 11

Los meses pasaron rápidamente y la graduación finalmente llegó, así como los 18 años de la joven. Todo salió a la perfección, y Ylva se sintió orgullosa de haber completado su etapa en la secundaria. Antes de que finalizaran las clases, sus padres, Elena y Thomas, le preguntaron sobre sus planes para la universidad.

—Ylva, ¿has pensado en qué quieres estudiar? —preguntó Elena con una sonrisa.

Ylva asintió con entusiasmo.

—Sí, quiero ser veterinaria. Siempre he sentido una conexión especial con los animales, y quiero dedicar mi vida a cuidarlos.

Federico, su hermano mayor, la felicitó con una sonrisa amplia.

—¡Esa es una excelente elección! Estoy seguro de que serás una gran doctora. Todos sabemos lo talentosa que eres con los animales, especialmente con los lobos. Nunca les has temido ni un poco, eres valiente, yo prefiero verlos en fotos.

Ylva sonrió, sintiendo el apoyo y la confianza de su familia.

—Gracias, Fede. Eso significa mucho para mí.

Elena y Thomas también la abrazaron con orgullo.

—Estamos muy felices por ti, Ylva. Sabemos que harás un gran trabajo y que serás una veterinaria increíble —dijo Thomas.

Con el apoyo incondicional de su familia, Ylva se sentía lista para enfrentar esta nueva etapa de su vida. La universidad la esperaba con nuevas oportunidades y desafíos, y ella estaba dispuesta a dar lo mejor de sí misma para cumplir su sueño.

Pero las cosas no siempre salen como las tenemos planeadas y esto es algo que Ylva entenderá muy pronto.

La joven estaba disfrutando de sus merecidas vacaciones después de la graduación. Había invitado a Isabel a varias pijamadas en su casa, disfrutando de su compañía y fortaleciendo su amistad. Todo parecía normal, incluso las fiebres repentinas de Ylva habían cesado.

Sin embargo, durante la última pijama que hacía con Isabel, antes que esta última se fuera de viaje, la fiebre volvió repentinamente. Ylva comenzó a sentir un calor abrasador que se apoderaba de su cuerpo, haciéndola sudar profusamente. Su visión se volvió borrosa y su mente se nubló. El dolor punzante en sus articulaciones y músculos se hizo cada vez más intenso, como si su cuerpo estuviera al borde de la ruptura.

Isabel observó con creciente preocupación cómo Ylva se estremecía y temblaba, sus labios murmurando palabras incoherentes. El rostro de Ylva estaba empapado en sudor, sus mejillas enrojecidas por la fiebre que ardía como una llama interna.

—¡Ayuda! —gritó Isabel, saliendo corriendo de la habitación para buscar a los padres de Ylva.

Elena y Thomas entraron rápidamente en la habitación, encontrando a su hija en un estado alarmante. Sin perder tiempo, la sacaron de la casa y la llevaron de emergencia al hospital más cercano. Durante el trayecto, Ylva continuó temblando, su consciencia fluctuando entre la realidad y la oscuridad.

En el hospital, los médicos la atendieron de inmediato, administrándole medicamentos para bajar la fiebre, pero esta no cedía. Realizaron varios exámenes, pero todos los resultados salieron normales, sin explicar la causa de su estado. Ylva seguía en una especie de delirio, su mente atrapada en un torbellino de confusión y dolor.

Pasaron un par de horas, y la fiebre aún no disminuía. Elena y Thomas estaban en la sala de espera, angustiados y desesperados por respuestas.

De repente, una joven doctora se les acercó; cualquiera que la viera pensaría que no es médico. Tenía una apariencia llamativa: cabello negro, piel blanca y unos ojos dorados que brillaban con una intensidad poco común.

—Señor y señora Mistral, soy la doctora Elara Whitmore. He estado revisando el caso de su hija y creo que puedo ayudarlos a entender mejor lo que está ocurriendo —dijo, con una voz suave pero firme.

La esperanza renació en los corazones de Elena y Thomas mientras escuchaban las palabras de la misteriosa doctora.

Elara miró a Elena y a Thomas con una expresión de seriedad y determinación.

—Voy a necesitar su aprobación para realizar unos exámenes especiales a su hija. Creo que estos exámenes pueden darnos más información sobre lo que está pasando con Ylva y así darles tranquilidad a ambos —explicó.

Elena y Thomas asintieron, desesperados por encontrar respuestas.

—Lo que sea necesario, doctora —dijo Thomas con firmeza.

Elara los condujo hasta su consultorio, un espacio tranquilo y ordenado donde atendía a sus pacientes en el segundo piso del hospital. Sacó unos documentos y los extendió ante ellos.

—Por favor, lean y firmen estos documentos. Detallan los exámenes que vamos a realizar y aseguran que están de acuerdo con el procedimiento —dijo Elara.

Elena y Thomas tomaron los documentos y los leyeron cuidadosamente antes de firmarlos, aunque no entendían muy bien los nombres de los exámenes. La urgencia de la situación hacía que no tuvieran tiempo que perder.

Una vez que los documentos estuvieron firmados, Elara no perdió tiempo. Se preparó para tomar las muestras necesarias, pero antes de proceder, se detuvo y miró a los padres de Ylva.

—Quiero que sepan que su hija estará a cargo de mí. Haré todo lo posible para encontrar respuestas y ayudarla —dijo Elara con determinación.

Elena y Thomas sintieron un atisbo de alivio al escuchar sus palabras. La esperanza de que finalmente podrían entender lo que le estaba sucediendo a Ylva les daba fuerza para seguir adelante.

Con una última mirada de agradecimiento, se retiraron a la sala de espera, confiando en que la doctora Elara haría todo lo posible por ayudar a su hija.

Elara tomó las muestras necesarias de Ylva y, tras hacerlo, le administró un medicamento. Para asombro de todos, la fiebre comenzó a bajar milagrosamente. Elara sonrió; sus sospechas parecían estar confirmándose.

Esa misma noche, la condición de Ylva mejoró significativamente. Al día siguiente, Elara entró a la habitación de Ylva con una expresión de satisfacción.




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