Desde esa noche, Ylva comenzó a tener sueños intensos y recurrentes. Sueños que giraban en torno a un hermoso reino y sobre todo, a Ethan y su loba Luna. Estos sueños eran tan vívidos que, al despertar, sentía como si hubiera estado realmente allí, corriendo bajo la luz plateada de la luna.
A medida que pasaban los días, Ylva empezó a notar cambios en su cuerpo. Sentía un calor abrasador que surgía de la nada, su respiración se aceleraba y su pulso se descontrolaba cada vez que el aroma de Ethan invadía sus fosas nasales. El olor a madera y especias de su piel se volvía irresistible, haciéndola perder la concentración.
Cada vez que Ethan estaba ocupado con sus tareas, Ylva se adentra más al bosque, tratando de encontrar alivio y respuestas. Al transformarse en loba, una mañana, notó que sus garras habían crecido y sus colmillos se alargaban. La sensación de poder y libertad era embriagadora, pero también aterradora.
—¿Qué me está pasando? —se preguntaba en su mente, mientras corría a través del denso bosque.
Sus sentidos eran agudos, pero casi dolorosamente intensos. Podía oír el crujido de las hojas bajo sus patas, el murmullo del viento entre los árboles y el latido de su propio corazón. Pero sobre todo, podía percibir a Ethan, incluso a la distancia. Su presencia era como un faro, atrayéndola irresistiblemente.
De vuelta en la cabaña, Ylva intentaba mantener su comportamiento normal, pero cada vez era más difícil. Ethan también notaba los cambios en ella, aunque no mencionaba nada. Ambos parecían atrapados en un juego de secretos y verdades no dichas.
Ella, por su parte, había avanzado más en la lectura del libro, de las cuales no sabía si eran ciertas o no. Sobre todo, los dibujos que aparecían de los hombres lobos y licántropos, eran muy distintos a cómo ella se ve cuando se transforma. Sin embargo, una cosa que, si encajaba con lo que le pasaba, pronto tendría su celo.
Ethan, por su parte, no lograba comprender del todo lo que estaba sucediendo. Cuando no estaba con ella, sentía ese aroma tan embriagante que había percibido meses atrás, lo que lo llevaba de vuelta al lugar donde la había encontrado. Sin embargo, era como un lobo hambriento buscando su presa en un bosque vacío, sin tener éxito.
Cada vez que regresaba donde había encontrado a Ylva, esperaba encontrar alguna pista, alguna señal que le ayudara a entender lo que estaba ocurriendo. Pero el lugar permanecía inmutable, como si guardara celosamente sus secretos.
Mientras tanto, Ylva seguía lidiando con sus propios cambios. Los sueños sobre ese misterioso reino, el bosque y Ethan se volvían más intensos. Su cuerpo reaccionaba de maneras que no podía controlar, y la atracción hacia Ethan se hacía cada vez más fuerte.
Las noches en que ella tenía sus sueños intensos, susurraba el nombre de Ethan en medio de su inquietud. Varias veces, él había ido a la habitación donde ella dormía, preocupado por su agitación. Al verla tan inquieta, se acostaba a su lado y la abrazaba, notando cómo mágicamente Ylva se tranquilizaba en sus brazos.
Así sucedieron varias noches, llevando a que Ethan durmiera con ella para calmarla. Sin embargo, siempre se iba antes de que Ylva despertara en la mañana, pues había notado que su loba nevosa no recordaba que él se acostaba a su lado.
Una noche, mientras Ylva susurraba su nombre en sueños, Ethan se acercó una vez más. La observó por un momento, su corazón latiendo con fuerza al verla tan vulnerable y hermosa. Se deslizó en la cama junto a ella y la abrazó suavemente, sintiendo cómo su respiración se calmaba al instante.
—Estoy aquí, nevosa. No estás sola, tranquila, no pasa nada, duerme, yo te cuidaré —murmuró, aunque sabía que ella no podía escucharlo.
Ylva, en su sueño, se acurrucó más cerca de él, encontrando consuelo en su presencia. Ethan cerró los ojos, permitiéndose disfrutar de ese momento de cercanía, aunque sabía que debía irse antes de que ella despertara.
A la mañana siguiente, Ethan se levantó temprano y se deslizó fuera de la cama con cuidado. Observó a Ylva por un momento, asegurándose de que estuviera tranquila, antes de salir de la habitación.
Mientras preparaba el desayuno, no podía evitar pensar en lo que estaba sucediendo. La conexión entre ellos era innegable, pero los secretos y las incógnitas seguían pesando en su mente.
Ylva, por su parte, se despertó, sintiéndose extrañamente descansada y segura. Aunque no recordaba los detalles de la noche anterior, había una sensación de calidez que la acompañaba.
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Editado: 05.04.2025