El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 24

Los seis hombres lobo se lanzaron contra Ethan y Ylva. Ethan, siendo un buen luchador, logró dominar a algunos de ellos con fuerza y agilidad. Sorprendentemente, la joven también peleaba bien, a pesar de que nunca en su vida ha peleado. Sus movimientos eran precisos y llenos de energía, como si tuviera experiencia en combate.

Sin embargo, al ver que estaban perdiendo, uno de los hombres lobo se transformó en una criatura imponente y feroz. Con un rugido ensordecedor, se abalanzó contra Ylva, listo para atacarla con furia. Ethan, al ver el peligro inminente, estaba a punto de transformarse para protegerla, pero lo que vio lo dejó petrificado.

Ylva, en lugar de transformarse en su forma lobuna, extendió sus brazos y de su cuerpo comenzaron a surgir dagas de hielo. Las dagas se dispararon hacia el lobo gigante, impactándolo con una fuerza inesperada. La criatura retrocedió, aullando de dolor mientras intentaba arrancar las dagas congeladas de su piel.

Ethan no podía creer lo que estaba viendo. Ylva, una humana en apariencia, estaba utilizando un poder que él nunca había presenciado. La sorpresa y la admiración se mezclaban en su rostro mientras observaba cómo Ylva controlaba el hielo con una destreza impresionante.

Los otros hombres lobos, al ver lo que estaba sucediendo, retrocedieron con miedo en sus ojos. La batalla había dado un giro inesperado, y ahora estaban enfrentando a un enemigo formidable que no comprendían.

Ylva, con su cuerpo rodeado de una aura helada, miró a los hombres lobo con determinación.

—¡No se atrevan a tocarme, de lo contrario estarán cavando su propia tumba! —gritó, su voz resonando con una fuerza que no sabía que tenía.

Sin embargo, el miedo no era suficiente para detenerlos. La mujer que tenían delante había lastimado a uno de ellos y querían venganza.

Uno de los hombres lobo gruñó con furia, sus ojos brillando con una determinación sombría.

—¡No dejaremos que te salgas con la tuya, humana! —gritó.

Los hombres lobo se miraron entre sí, sus gruñidos creciendo en intensidad. Sin perder más tiempo, se transformaron en lobos gigantes, sus cuerpos estirándose y cambiando hasta convertirse en feroces criaturas. La escena se volvió caótica con el sonido de huesos y músculos ajustándose a su nueva forma.

A pesar del miedo inicial, y la advertencia de parte de ella, decidieron avanzar con renovada ferocidad. No podían ser vencidos por una simple mujer que utiliza el poder del hielo.

Ylva, sintiendo una ola de poder incontrolable dentro de ella, no dejó escapar a los lobos. Su poder, que estaba fuera de control, seguía emanando de su cuerpo en forma de dagas de hielo. Su cabello de pronto reflejó algunos mechones en color azul, que parecían brillar bajo el escaso sol que había en el bosque. Y las dagas de hielo comenzaron a formarse una vez más en sus manos.

A la vez que con cada movimiento, el frío intenso se extendía, congelando a los hombres lobo que ya habían perdido su transformación y ahora daban gritos de dolor y agonía.

Las dagas de hielo perforaron el aire, alcanzando a cada uno de los hombres lobo y dejándolos inmóviles, atrapados en un caparazón helado. Sus rostros mostraban una mezcla de sorpresa y terror mientras el hielo se extendía por sus cuerpos, paralizándolos completamente.

Cuando el último de los hombres lobo quedó congelado, el poder de Ylva comenzó a menguar. Se quedó de pie, respirando con dificultad, mientras el frío residual aún emanaba de su cuerpo. Sin embargo, la intensidad del uso de su poder la había agotado por completo.

Ylva sintió cómo sus fuerzas la abandonaban, y sus piernas temblaban bajo su propio peso. Antes de que pudiera comprender completamente lo que había sucedido, sus ojos se cerraron y su cuerpo cayó al suelo.

—¡Ylva! —gritó Ethan, corriendo hacia ella. A pesar de estar aturdido por lo que había visto, la atrapó justo a tiempo, evitando que su cabeza golpeara el suelo. La sostuvo con cuidado, sintiendo el frío que aún emanaba de su piel. Su corazón latía con fuerza mientras miraba a su alrededor, viendo los cuerpos congelados de los hombres lobo.

Ethan levantó a Ylva en sus brazos y la llevó de regreso a la cabaña. Sabía que debía mantenerla caliente y asegurarse de que estuviera a salvo. Mientras caminaba, sus pensamientos estaban llenos de preguntas y preocupaciones sobre lo que acababa de presenciar.

Al llegar a la cabaña, la colocó suavemente en la cama y la cubrió con mantas para intentar calentar su cuerpo. Ethan se sentó a su lado, observándola mientras respiraba suavemente, esperando que se recuperara.

A pesar de sus esfuerzos, notó que ella todavía estaba helada, su piel fría al tacto. El tiempo pasaba y Ethan se preocupaba cada vez más. Los escalofríos de Ylva no cesaban, y su cuerpo seguía temblando bajo las mantas. Desesperado por ayudarla, se dio cuenta de que no tenía otra opción que ofrecerle su propio calor corporal.

Con cuidado, Ethan se quitó los zapatos, su camisa quedando solo en pantalón y se deslizó en la cama junto a Ylva. La envolvió con sus brazos, acercando su cuerpo al suyo para compartir su calor. Sentirla tan cerca despertó una oleada de emociones en su interior.

Mientras la abrazaba, Ethan podía sentir el latido acelerado de su propio corazón. La proximidad de esa chica, su fragancia suave y el contacto de su piel fría contra la suya, lo hacían sentirse vulnerable y protector al mismo tiempo.

—Por favor, mi pequeña nevosa, recupérate pronto —murmuró, su voz llena de preocupación y cariño.

A medida que pasaban los minutos, Ethan notó cómo el calor de su cuerpo comenzaba a transferirse a Ylva. Su respiración se hizo más regular, y el color volvió lentamente a sus mejillas.

Ethan no podía evitar mirar su rostro, ahora sereno y tranquilo. Había algo en ella que lo atraía profundamente, más allá de la atracción física. Era como si sus almas estuvieran conectadas de alguna manera inexplicable.




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