Elowen, con una mirada cargada de calidez, observó a Ylva y Ethan mientras se preparaban para partir.
—Me hubiera gustado compartir más tiempo con ustedes —dijo, su voz suave pero sincera.
Ylva sonrió con amabilidad y asintió.
—Esto no es un adiós, es un hasta luego, porque volveremos. Ha sido un verdadero placer conocerlas a ti y a tus hermanas —respondió.
Luego Elowen, les indicó que la siguieran. Los condujo hacia dos árboles imponentes, cuya corteza estaba adornada con un misterioso círculo dorado que brillaba tenuemente, como si fuera un portal escondido. El aire alrededor de ellos se sentía más denso, lleno de una energía mágica que hacía que todo pareciera más vivo.
Ylva, aún asombrada por todo lo que estaba descubriendo, no pudo evitar mirar a Ethan con cierta confusión.
—¿Y por qué no ir directamente a Lycandar? —preguntó, ladeando la cabeza—. ¿O es que quieres mostrarme a propósito cada criatura mítica que existe?
Ethan soltó una pequeña risa, entre divertido y resignado.
—No es eso, cariño. Es que los portales están prohibidos en Lycandar. Por eso necesitamos ir primero a uno de los reinos de los elfos. Desde allí, todavía tenemos que atravesar otro reino antes de llegar —explicó con calma.
Aria, que los seguía de cerca, sonrió mientras giraba hacia Ylva con un brillo juguetón en sus ojos.
—Y ese otro reino es el Reino Dragón —dijo, como si estuviera lanzando una bomba de asombro.
Ylva se detuvo en seco, su expresión, una mezcla de incredulidad y emoción.
—¿Dragones? ¡¿Me estás diciendo que voy a conocer a un dragón?! ¿De verdad? —exclamó, casi sin poder contener su emoción—. Ni siquiera pensé que fueran reales.
Aria soltó una risa.
—Hay muchas cosas que no pensabas que fueran reales, querida Ylva. Y te aseguro que un dragón es algo que jamás olvidarás.
—Por lo visto tendré que acostumbrarme a lo que veré.
Elowen se detuvo frente al imponente árbol con el círculo dorado y, girándose hacia Ylva, comenzó a explicar con una voz pausada y seria:
—Hace muchos años, una de las princesas licántropas fue robada mediante un portal. Fue un acto de traición que puso en peligro no solo a su reino, sino también el equilibrio entre mundos. Esa es la razón por la que los portales están prohibidos para llegar directamente a Lycandar. Los reyes no han querido arriesgarse a que algo similar ocurra nuevamente.
Antes de que Ylva pudiera responder, Maris, que estaba cerca, agregó con un gesto pensativo:
—Y no solo eso. Aquellos que han intentado usar portales para llegar han desaparecido… y jamás han regresado para contarlo.
Ylva tragó saliva, asintiendo.
—Entendido. No me interesa ser la próxima historia perdida en los portales —dijo, intentando mantener la calma, aunque sus palabras salieron más nerviosas de lo que esperaba.
Luego, con curiosidad, preguntó:
—Pero entonces, ¿por qué no ir directamente al Reino Dragón? Está más cerca, ¿no?
Liora, soltó una risa divertida antes de responder:
—Porque en vista de que no te conocen, querida loba, podrías terminar como la cena de uno de los dragones.
Ylva abrió los ojos como platos, completamente impresionada.
—¿Qué? ¡No, gracias! Prefiero seguir viva y no en una olla, siendo preparada para un sancocho —exclamó, levantando las manos en un gesto claro de rechazo mientras Aria se reía por lo bajo.
Elowen sonrió con ternura al ver la reacción de Ylva, acercándose al árbol. Con un movimiento elegante de su mano, el círculo dorado comenzó a brillar con intensidad, girando lentamente hasta abrir un portal resplandeciente.
Volviendo su atención a Ethan, Elowen lo miró directamente.
—¿A qué reino de los elfos deseas ir? —preguntó con calma.
Ethan, sin dudar, respondió con firmeza:
—A Arvandor.
Elowen asintió, con suavidad, su expresión serena mientras ajustaba la magia del portal.
—Entonces, Arvandor será su próximo destino —dijo, mientras el brillo del portal se intensificaba, listo para recibirlos.
Ambos entraron y el portal los dejó en un lugar que parecía sacado de un sueño. Ylva quedó completamente sin aliento. Frente a ellos se alzaba un palacio que parecía haber sido tejido directamente de la naturaleza misma. Las torres estaban formadas por troncos de árboles enormes, cuyas ramas se extendían hacia el cielo y florecían en tonos de azul pálido y dorado. Las hojas brillaban como si estuvieran empapadas de luz lunar, incluso bajo el resplandor del día. Cada pared parecía estar viva, adornada con enredaderas que respiraban suavemente, llenas de flores que cambiaban de color como un juego de arcoíris.
—¡Por Dios! —exclamó Ylva—. Si el hogar de las hadas es hermoso, esto es… más bello aún.
Alrededor del palacio, el reino de Arvandor se desplegaba con una mezcla sublime de naturaleza y magia. Amplios prados dorados danzaban al compás del viento, y los ríos cristalinos fluían con un brillo que reflejaba estrellas, incluso en pleno día. Puentes delicados hechos de vidrio y gemas flotaban sobre el agua, conectando pequeñas islas llenas de jardines mágicos. Las montañas lejanas tenían un brillo plateado, con cascadas que parecían caer eternamente, como si estuvieran congeladas en el tiempo.
El aire estaba impregnado de una fragancia dulce y refrescante, una mezcla de flores desconocidas y un leve toque de especias. Lo que más llamó la atención de Ylva fue el cielo: parecía más cercano, más amplio, con un velo de colores tenues que constantemente cambiaban, como si el reino entero estuviera bajo la protección de una cúpula mágica.
Sin embargo, más allá de la innegable belleza del lugar, Ylva sintió algo más profundo. Había una conexión con la tierra que no podía explicar, como si el latir de ese reino vibrara al unísono con su propio corazón. Era una sensación cálida, poderosa y casi abrumadora, como si este lugar la reconociera de alguna manera.
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Editado: 10.05.2025