Ylva seguía absorta, sintiendo una conexión que parecía unirla a esa tierra, cuando una voz clara y melodiosa rompió su concentración.
—Bienvenidos a Arvandor. La reina los espera —dijo una Elfa que apareció frente a ellos.
Su cabello negro, largo y liso, caía como un manto hasta su cintura, enmarcando un rostro sereno y elegante. Sus ojos eran de un tono verde, que parecían captar cada detalle. Vestía una túnica sencilla pero hermosa, que brillaba ligeramente al moverse.
La Elfa los guio hacia el palacio, y al entrar, Ylva quedó aún más maravillada. El interior era un espectáculo inimaginable. Las paredes del gran salón estaban formadas por árboles antiguos, cuyos troncos curvados y entrelazados creaban arcos naturales que se alzaban hasta lo alto.
El trono de los Reyes Elfos se encontraba al final del salón, elevado sobre una plataforma hecha de cristal puro que parecía fluir como agua congelada en el tiempo. El trono mismo era impresionante.
Ylva no pudo evitar detenerse para absorber cada detalle. Era como estar dentro de un sueño, un lugar que no parecía haber sido creado, sino nacido del mundo mismo.
La Elfa que los había acompañado se despidió silenciosamente, dejándolos en el amplio salón. No pasó mucho tiempo cuando apareció otra Elfa, pero de cabellos blancos y ojos que oscilaban entre el azul y el verde, con una presencia de reina. Se detuvo frente a ellos, pero su mirada fue directamente a Ethan.
—Me alegro de verte de regreso en mi reino, querido Ethan, y más aún, traes buena compañía —dijo con una voz melodiosa.
Ylva, con una sonrisa irónica apenas audible, sin embargo, él podía oírla, murmuró entre dientes.
—Vaya, sí que eres famoso.
Ethan le lanzó una mirada de advertencia a la Elfa, pero no tuvo tiempo de replicar porque ella giró su atención hacia Ylva. Su expresión serena no cambió en lo absoluto, pero su voz resonó en la mente de Ylva, clara y directa, sin mover un solo músculo de su rostro.
—Es un placer tenerte en nuestro reino. Hemos estado esperando tu llegada, querida Ylva.
Ylva dio un respingo, sus ojos abriéndose de par en par. Se quedó completamente quieta, mirando a la elfa con incredulidad. Sus labios se entreabrieron, pero no salió palabra alguna mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Finalmente, susurró, casi sin pensar:
—¿Cómo...? Pero... no hablaste...
—Tari, déjala tranquila —dijo con firmeza Ethan, su tono mostrando más irritación que sorpresa.
Tari sonrió levemente, un gesto lleno de serenidad pero también de un toque de diversión.
—Perdón, no pude evitarlo. Su mente es... interesante —respondió, esta vez hablando en voz alta, mientras sus ojos aún estaban sobre Ylva.
Ylva, recuperando algo de compostura, frunció el ceño.
—¿Como hiciste eso? —preguntó sorprendida.
Tari rió suavemente, sus ojos brillando con un misterio característico de los elfos.
—Solo con aquellos que considero especiales —respondió, antes de volver su atención a Ethan con una expresión más seria.
Ylva, aún sorprendida, miró a Tari con los ojos entrecerrados, tratando de entender lo que acababa de suceder.
—¿De verdad? Pero... si hasta me llamaste por mi nombre ¿como lo sabias? —preguntó, su voz con un poco de desconfianza.
Antes de que Tari pudiera responder, Ethan intervino, cruzándose de brazos.
—Es algo que puede hacer con cualquiera. Tari tiene el don de telepatía. Puede hablar mediante los pensamientos y, sí, también leer la mente de otros, es lógico que sepa incluso todos tus secretos —dijo, enfatizando la última parte como si ya estuviera acostumbrado a lidiar con ello.
Tari, con una sonrisa respondió.
—Oh, vamos, Ethan. No me odies tanto, además sabes que no puedo resistirme a jugar un poco —su tono de voz tenía un toque travieso.
Ethan soltó un suspiro, sacudiendo la cabeza.
—No es odio, Tari. Es...
Tari bajó ligeramente la mirada, como si las palabras que estaba a punto de decir le pesaran en el alma.
—Ethan, quiero que me perdones... —dijo interrumpiendolo, su tono sereno, pero teñido de culpa—. Sé que te dejé cuando más necesitabas una mano amiga. Pero en ese momento… no contaba con un ejército lo suficientemente fuerte, y mis poderes estaban debilitados después del ataque que sufrimos. Si hubiera intentado enfrentar a ese usurpador contigo, habría costado la vida de todos.
Ethan observó a Tari por un momento, su expresión inmutable al principio, pero luego un leve suspiro escapó de sus labios. Su mirada suave dejaba claro que no había resentimiento en su corazón.
—No te preocupes, Tari. No te guardo rencor —respondió, su voz tranquila—. Sé que hiciste lo que tenías que hacer para proteger a los tuyos. No fue fácil para ninguno de nosotros.
Tari le dedicó una sonrisa, aunque el pesar aún parecía estar presente en sus ojos.
Mientras ellos seguían conversando, el sonido de pasos resonó en el salón, acompañado por una voz firme y profunda.
—Ethan, ¡no puedo creerlo! Te veo, pero aun así me sorprende verte de regreso —dijo el elfo que entraba, su porte impecable y una mirada penetrante. Su cabello blanco, trenzado le caía sobre los hombros, mientras sus ojos azules se enfocaban en el lobo con sorpresa—. Pensé que nos guardarías rencor y enviarías a tus lobos por nosotros.
Ethan giró hacia él, esbozando una leve sonrisa.
—Haldir —saludó, inclinando ligeramente la cabeza—. No he vuelto por eso, jamás haría una cosa así. Hay otras razones que me impedían venir a visitarlos.
El elfo, claramente intrigado, cruzó los brazos mientras miraba a Ethan.
—¿Entonces qué te trae nuevamente a Arvandor? —preguntó, manteniendo esa actitud inquisitiva.
Tari, con una leve sonrisa, intervino antes de que Ethan pudiera responder.
—Haldir, acércate para que conozcas a alguien que nos ha traído nuestro lobo favorito, ella es Ylva.
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Editado: 10.05.2025