Draco se enderezó después de su elegante inclinación, su porte majestuoso y el aura imponente que lo rodeaba aún eran perceptibles incluso en su forma humana. Sus ojos verdes destellaban con intensidad, mientras su túnica, que parecía fluir como si estuviera hecha de escamas vivas, se movía ligeramente con el viento.
Tari avanzó unos pasos hacia él, girándose ligeramente para que Ylva y Ethan lo observaran.
—Permítanme presentarles a Draco —dijo con calma, su voz resonando con el mismo aire sereno que siempre la caracterizaba—. Él es el príncipe del Reino Drakengar.
Draco inclinó ligeramente la cabeza una vez más, con un gesto cortés pero también cargado de autoridad.
—Es un honor conocerlos —dijo, su voz profunda y llena de una calidez que no encajaba del todo con su figura imponente—. Bienvenidos a nuestro reino y a estas tierras que protegemos junto con los elfos.
Ylva miró a Draco, aún impactada por la transformación que había presenciado. Ethan, aunque más acostumbrado a situaciones extraordinarias, no pudo evitar observar al príncipe con curiosidad.
Tari guardó silencio por un momento, dejando que la presentación se asentara en la mente de los recién llegados. Luego, con un leve pero significativo brillo en sus ojos, añadió:
—Draco no solo es el príncipe de Drakengar —dijo, haciendo una pausa que añadió peso a sus palabras—. También es mi prometido.
La revelación cayó como una piedra en el agua, creando ondas en el ambiente. Ylva miró a Tari con los ojos abiertos, claramente sorprendida, mientras Ethan levantaba una ceja, mostrando sorpresa.
Draco, aunque no parecía afectado por la reacción de los demás, esbozó una ligera sonrisa, como si estuviera acostumbrado a que esta noticia causara impacto.
—Es verdad —confirmó con una voz serena, mientras su mano toma la de su elfa amada—. Tari y yo hemos trabajado juntos para fortalecer la alianza entre los dragones y los elfos, y nuestra unión es también parte de esa visión de paz y unidad, junto a nuestro amor.
Ylva, todavía recuperándose de la sorpresa, miró a Tari con asombro y admiración. Ethan, por su parte, asintió y se cruzó de brazos, con una pequeña sonrisa divertida en los labios mientras miraba a su amiga con aire de burla.
—Bueno, parece que en tu familia, serás la segunda elfa que se atreve a romper con lo tradicional —bromeó, su tono ligero pero lleno de picardía—. Primero tu tataratía con un licántropo, y ahora tú con un dragón. ¿Acaso lo llevas en la sangre?
Tari no se molestó en absoluto, al contrario, su expresión reflejaba orgullo y satisfacción.
—Ya me conoces. Si seguir mi propio camino significa romper con lo convencional, entonces lo haré con honor —respondió con una sonrisa confiada—. Además, cuando tengamos algo de calma, Draco y yo podremos contarles nuestra historia. Es más interesante de lo que imaginas.
—Por supuesto que me debes contar eso —Ethan la señalo.
—Pero por ahora, debemos partir —dijo Draco, su voz firme pero tranquila—. La reina dragón nos está esperando, y no podemos hacerla esperar demasiado.
Tari asintió con comprensión y se apartó a un lado, dejando espacio para lo que venía a continuación. Y así lo hicieron los lobos también.
Entonces, sin más demora, Draco cerró los ojos por un instante y su cuerpo comenzó a cambiar. Su piel volvió a adquirir el brillo de las escamas, sus extremidades se alargaron, sus alas se desplegaron con majestuosa precisión, y en cuestión de segundos, el príncipe se había transformado de nuevo en un dragón imponente. Con un poderoso batir de alas, se elevó en el aire, su silueta verde cruzando el cielo.
Ethan y Ylva se miraron brevemente. Sin necesidad de palabras, ambos hicieron lo mismo. Sus cuerpos comenzaron a cambiar, sus músculos fortaleciéndose, sus ojos adquiriendo un brillo feroz, y en un instante, sus formas humanas se desvanecieron, dejando en su lugar a dos majestuosos lobos. Con un movimiento sincronizado, emprendieron la carrera y siguieron el vuelo de Draco, atravesando el bosque mientras las sombras se deslizaban a su alrededor.
El viaje hacia el Reino Dragón les tomó aproximadamente media hora a la velocidad de un lobo. El viento soplaba contra sus cuerpos mientras atravesaban montañas y llanuras, siguiendo el vuelo de Draco, quien lideraba con una majestuosidad innegable.
Al llegar, el paisaje que se abrió ante ellos era imponente y cautivador. El Reino Drakengar no era simplemente un territorio poderoso, sino un paraíso envuelto en sombras elegantes. Las estructuras, altas y firmes, estaban hechas de una piedra negra con vetas plateadas que reflejaban la luz del sol de forma sutil, como si cada edificación respirara con vida propia. Los caminos estaban pavimentados, y las casas, aunque robustas, mantenían una armonía perfecta con el entorno.
Y aquí nadie parecía sorprendido por su presencia. Los habitantes del Reino, pasaban junto a ellos con calma, acostumbrados a la naturaleza de los lobos. La convivencia entre razas aquí no solo existía, sino que era aceptada como parte esencial de la vida.
Continuaron corriendo hasta llegar al enorme castillo, una fortaleza imponente de piedra negra con detalles dorados, que resaltaban en su arquitectura. En la puerta, una gran escultura de un dragón con el nombre del Reino grabado en su pecho los recibía, representando la fuerza y el linaje de Drakengar.
Cuando la gran puerta se abrió, Ethan y Ylva cruzaron el umbral, y lo que encontraron dentro no fue menos impresionante. El interior del castillo contrastaba con su oscura fachada; un verdadero paraíso se extendía ante sus ojos. Jardines colmados de rosas blancas adornaban los corredores, la luz del sol se filtraba por enormes ventanales creando destellos dorados en el suelo de mármol oscuro, y el aire estaba impregnado de una fragancia suave y embriagadora.
A medida que avanzaban hacia la gran escalera central, una mujer de cabello castaño sostenía dos túnicas con delicadeza, observándolos con una sonrisa tranquila. Sin necesidad de palabras, al llegar a la base de la escalera, Ethan y Ylva permitieron que sus cuerpos regresaran a sus formas humanas. El calor del cambio se disipó rápidamente, y ambos tomaron las túnicas ofrecidas para cubrirse.
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Editado: 29.04.2025