Ethan y Ylva, se inclinaron ante la reina dragón, reconociendo su autoridad. Sin embargo, la mujer no se mantuvo inmóvil. Con una gracia indiscutible, se levantó de su trono y, en un gesto de respeto, también se inclinó ante ellos. Su cabello negro ondeó con el movimiento, su corona de cristal resplandeciendo bajo la luz tenue de la sala. Al enderezarse, les dedicó una sonrisa.
—Mi nombre es Ignis —dijo, su voz profunda pero melódica—. Reina de Drakengar. Es un honor ver de nuevo tu cara, querido, Ethan y especialmente conocerte a ti, Ylva.
Ylva, que había mantenido una postura firme, dejó escapar una ligera risa irónica, cruzándose de brazos.
—Al parecer, todos estaban esperando por mí, y yo ni enterada —comentó, con un tono de incredulidad evidente.
Ignis inclinó levemente la cabeza, observándola con un matiz de paciencia y sabiduría.
—El despertar de tu lobo es algo que se ha esperado por décadas —afirmó con serenidad—. Incluso mi olfato de dragón puede oler la sangre de realeza en ti.
Ylva soltó una risa corta, pero esta vez con más ironía que antes.
—Todos dicen lo mismo una y otra vez —dijo, con un tono de desafío implícito en su voz—. Pero nadie parece capaz de decirme quién es mi familia, esa que lleva esta sangre que corre en mis venas.
Ignis, lejos de molestarse, dejó escapar una leve sonrisa y la observó con ojos brillantes de intensidad.
—Eres testaruda —señaló con un aire de tranquilidad—. Pero la testarudez es también una virtud cuando se usa con propósito. No todos los caminos son revelados de inmediato, Ylva. Algunos necesitan tiempo y paciencia para ser descubiertos.
La última palabra resonó en el aire, y Ylva bufó internamente al escucharla. "Paciencia", el consejo que más le daban, pero el que menos encajaba con su naturaleza.
Ignis se giró hacia su hermano, con la misma elegancia con la que llevaba cada movimiento.
—Llévalos a la habitación que hemos preparado para ellos —le ordenó con serenidad, luego volvió a mirar a Ethan y Ylva—. También me he encargado de conseguirles ropa. En una hora los esperaré para comer, el viaje no fue nada fácil y continuar tampoco lo será.
Ylva asintió y Ethan inclinó levemente la cabeza en señal de respeto antes de despedirse de la reina dragón. Luego, junto a Draco, comenzaron a caminar por los pasillos iluminados del castillo, donde la estructura imponente de piedra negra se mezclaba con detalles dorados que reflejaban la luz con una suavidad hipnótica.
Mientras avanzaban, Ylva no pudo contener su curiosidad, ya que las imágenes de los dragones surcando el cielo aún estaban frescas en su mente. Miró de reojo a Ethan antes de preguntar:
—¿Todos los dragones aquí son humanos que se transforman?
Ethan estaba a punto de responder, pero Draco se adelantó con una leve sonrisa, como si esperara esa pregunta.
—No, no todos —respondió con calma—. Hay dragones que son solamente dragones. No poseen una forma humana ni la necesitan.
Ylva frunció levemente el ceño, asimilando la respuesta.
—¿Y como viven? ¿llegan a tener alguna conexión con humanos? —preguntó, intrigada.
Draco asintió, luego miró hacia uno de los ventanales donde, en la distancia, se podían ver algunos dragones volando.
—Sí, aunque aquellos dragones que no tienen forma humana suelen tener jinetes —explicó—. Estos jinetes no los controlan, pero comparten un vínculo profundo con ellos. Son compañeros, unidos por la confianza y la vida.
Ylva miró hacia el horizonte, imaginando esa conexión que Draco mencionaba. Pero entonces, él añadió algo más, su voz adquiriendo un matiz distinto, más solemne.
—Un dragón que tiene alma de humano, en cambio, no tiene cualquier jinete —dijo, con un destello en su mirada—. Su jinete siempre será el amor eterno de su corazón.
Ethan miró de reojo a Draco, su expresión mostrando un atisbo de interés, ahora entendía un poco más la relación de su amiga con el príncipe.
Ylva, en cambio, sintió que esas palabras tenían un peso más profundo de lo que parecía a simple vista.
«El amor eterno de su corazón… ¿cuánto de eso era el destino y cuánto elección?»
Draco los llevó hasta una puerta de madera oscura con detalles dorados, la abrió con un movimiento ágil y luego les entregó la llave. Su porte era siempre elegante, pero su mirada transmitía tranquilidad.
—Tienen agua caliente en el baño y la ropa de ambos está en el armario —les informó, con su voz profunda pero relajada—. Para la comida, vendrán a buscarlos, así que pueden aprovechar este tiempo para descansar.
Ethan y Ylva asintieron, agradeciendo el gesto, y cuando Draco se retiró, se quedaron solos en la habitación. El ambiente era cálido y acogedor, la habitación contaba con una gran ventana que dejaba entrar la luz de la tarde. El aire tenía un aroma suave, como una mezcla entre madera y flores frescas.
Ylva cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso del día sobre sus hombros. Antes de que pudiera decir algo, Ethan se acercó y la abrazó desde atrá, apoyando su rostro contra el suyo.
—Te amo, Ylva —susurró, su voz baja pero llena de emoción—. Siempre estaré contigo.
Ylva se giró lentamente, encontrando los ojos de Ethan, que reflejaban una calidez que la envolvía por completo. Sin decir nada más, él bajó la cabeza y la besó, un gesto lleno de ternura y promesas silenciosas.
En ese instante, todo lo demás desapareció, dejando solo la certeza de que, pase lo que pase, se tendrían el uno al otro. Ylva se separó lentamente, sus manos aún aferradas a los brazos de Ethan. Una suave sonrisa curvó sus labios mientras sus ojos recorrían su rostro, deteniéndose en la intensidad de su mirada.
—¿Quieres que nos bañemos juntos? —preguntó en un susurro apenas audible, sus dedos trazando lentamente el contorno de su mandíbula. El calor en sus mejillas se intensificó al sentir la repentina tensión en el cuerpo de Ethan.
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Editado: 29.04.2025