Ethan y Ylva recorrían los pasillos del imponente palacio, ella no podía evitar hacer preguntas, su curiosidad sobre el mundo de los dragones y sus costumbres crecía en su interior. Y es que al final, todo eso es nuevo para ella. Pero Ethan respondió pacientemente a cada interrogante.
—Dime algo que aún mi mente no logra procesar ¿Cómo es posible que un humano se case con un dragón? —preguntó Ylva—. ¿Eso realmente funciona? porque al final los dragones viven mucho más tiempo que los humanos, ya que los humanos tienen una vida demasiado corta comparada con cualquiera de nosotros.
Ethan la miró con ternura, deteniéndose por un momento para responder.
—Es cierto que los dragones viven siglos, incluso milenios en algunos casos, mientras que los humanos tienen vidas mucho más cortas —comenzó—. Pero el amor no entiende de diferencias como esta. Para algunos dragones, el vínculo con un humano trasciende el tiempo. No se trata de cuánto tiempo puedan estar juntos, sino de cómo usan el tiempo.
—Entiendo. —Ylva asintió.
—Te contaré un poco sobre Ignis y Felipe —dijo, comenzando con una ligera sonrisa y empezó a caminar lentamente mientras hablaba, llevándola por un pasillo decorado con grandes vitrales que mostraban escenas de dragones y jinetes.
—Cuando conocí a Felipe, él era un cazador obsesionado con encontrar un dragón, pero vivía en un mundo donde creer en dragones es simplemente una historia de fantasía, algo que la mayoría considera un cuento para niños.
Ylva lo miró con interés, intrigada por lo que escuchaba.
—¿Un cazador de dragones?
Ethan asintió y continuó.
—Pero un día, todo cambió para él. Un hombre misterioso lo contactó y le encargó que necesitaba dragones, para propósitos que nunca explicó del todo. Le dio las indicaciones de dónde encontrar pistas sobre ellos, y así fue como Felipe se convirtió en un cazador de dragones, aunque su mundo humano no lo entendía. Él seguía adelante, impulsado por la obsesión y el deseo de descubrir lo que pocos creían real.
Ylva asintió, claramente interesada, mientras Ethan hablaba. Luego él hizo una pausa, como si estuviera recalibrando sus pensamientos antes de compartir la parte más importante.
—Hasta que un día, su vida dio un giro inesperado —dijo, su tono volviéndose un poco más serio—. Un brujo se contactó con Felipe. No era cualquier encargo, no buscaba capturar dragones. Este brujo le pidió algo específico: el corazón de un dragón. Pero no de cualquier dragón. Era el dragón, aquel que estaba dormido en una gran cueva, el último de su tipo, el más legendario de todos.
Ylva lo miró, sus ojos mostrando sorpresa.
—Felipe pasó años buscando esa cueva, siguiendo pistas y leyendas que otros habían dejado. Pero los dragones no son criaturas que se encuentren tan fácilmente, sobre todo para un humano. Fue entonces cuando nuestros caminos se cruzaron —añadió Ethan, con una leve sonrisa—. Yo sabía dónde estaba la cueva. Decidí ayudarlo, no porque creyera en el propósito del brujo, sino porque quería ver hasta dónde llegaría Felipe en su búsqueda.
El silencio que siguió era tan pesado que ambos podían escuchar sus respiraciones, hasta que Ylva miró a Ethan con una ceja levantada, su tono lleno de incredulidad.
—¿Cómo es posible que ayudaras a un cazador de dragones a encontrar un dragón? —preguntó, cruzándose de brazos—. ¿No se supone que eres amigo de Ignis?
Ethan soltó una risa ligera, sacudiendo la cabeza.
—Sí... pero no exactamente —respondió, con un destello de diversión en sus ojos—. Conocía a la familia de Ignis, sí, pero no la conocía a ella directamente en ese momento. Mi relación con ellos era más... cómo decirlo, distante. Además, cuando ayudé a Felipe, no lo hice porque estuviera de acuerdo con el brujo o su objetivo.
Ylva frunció el ceño, claramente intrigada.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó, su tono reflejando un poco de desaprobación con ese acto—. Prácticamente lo mandaste al matadero.
Ethan hizo una pausa, mirando hacia uno de los grandes vitrales donde la luz jugaba con las figuras de dragones tallados en colores brillantes.
—Tampoco iba a dejar que muriera, al final es mi amigo. Ayudé a Felipe porque quería ver hasta dónde era capaz de llegar —dijo con seriedad—. Había algo en él, en su determinación. Quería entender qué lo movía, no todos los humanos son capaces de ver nuestros mundos. Además —añadió, con un tono más sombrío—, ninguno de los antiguos cazadores que intentaron encontrar esa cueva había logrado salir con vida. Era un lugar que no perdonaba errores.
Ylva lo miró en silencio, procesando lo que decía. Había una lógica en las palabras de Ethan, pero también un riesgo evidente en su decisión.
—Así que, lo ayudaste como si fuera una especie de... prueba para él —comentó, más para confirmar lo que entendía.
Ethan asintió.
—Exacto. No se trataba de apoyar al brujo ni a su causa, estoy en contra de esas cosas. Se trataba de ver de qué estaba hecho Felipe, y... bueno, de alguna manera creo que también quería protegerlo, aunque en ese momento no lo veía así —admitió, con una leve sonrisa que parecía recordar algo importante.
Ylva, con los ojos llenos de curiosidad, preguntó mientras seguían caminando por el palacio:
—¿Y qué pasó después? Por lo que veo, Felipe salió con vida de esa cueva. ¿Y qué pasó con el brujo?
Ethan soltó una risa ligera, su tono mezclando diversión y cierta nostalgia.
—El cazador acabó siendo cazado por el dragón —dijo con una sonrisa, recordando el giro irónico de los eventos.
Ylva no pudo evitar reír también, imaginando la escena. Sin embargo, Ethan pronto recuperó el tono serio mientras continuaba con la historia.
—Ignis fue confiscada a las profundidades de esa cueva hace mucho tiempo, durante una guerra que estalló entre todos los mundos. Era una época oscura, donde la magia y las alianzas se desmoronaban. Un mago que se pasó al lado de la oscuridad la encerró y la condenó de por vida, usando un hechizo que la mantenía cautiva y aislada. Nadie podía liberarla, ningún Reino dragón ni siquiera su propia familia.
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Editado: 29.04.2025