El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capitulo 50

Ethan y Ylva caminaban por los pasillos del castillo, sus pasos resonando suavemente en el suelo de mármol oscuro. El vestido azul oscuro de ella caía con elegancia sobre su figura, su tela ligera moviéndose con cada paso, dándole una sensación de frescura que agradecía, aunque en un principio lo había considerado caluroso. Por su parte, él vestía un pantalón jeans y una camisa que hacía juego con el vestido de Ylva, un detalle que, aunque sencillo, creaba una armonía entre ambos.

El joven que los guiaba los condujo con discreción, sin entablar conversación, pero con una actitud educada. Los pasillos estaban iluminados con destellos dorados provenientes de los cristales mágicos incrustados en las paredes, dándole un aire de grandeza al ambiente.

Finalmente, llegaron al umbral de una gran puerta, donde el joven los miró brevemente, hizo una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto y se retiró sin decir palabra, dejándolos solos frente a la entrada del comedor.

Al cruzar el umbral del comedor, la atención de todos se centró en ellos. Los ojos de las personas sentadas en la gran mesa siguieron sus pasos. La sala estaba iluminada por grandes candelabros que reflejaban luz cálida sobre la superficie brillante de la mesa y las copas de cristal llenas de vino.

Un hombre de porte elegante se levantó de su asiento, su rostro iluminado por una sonrisa cálida. Vestía ropa refinada que, aunque sencilla, destacaba por su elegancia. Se acercó con pasos firmes hacia Ethan y, sin pensarlo dos veces, lo saludó con un fuerte abrazo.

—¡Amigo! —exclamó, con una voz llena de alegría—. Me alegra tanto verte de nuevo.

Ethan respondió con igual entusiasmo, devolviendo el abrazo y sonriendo mientras le decía:

—Felipe, también me alegra mucho verte. Ha pasado tiempo —su tono reflejaba una amistad profunda y genuina.

Después de soltarse, Ethan giró ligeramente y colocó una mano suave en el hombro de Ylva.

—Déjame presentarte a mi esposa, Ylva —dijo, con orgullo en su voz.

Felipe, al escuchar esas palabras, sonrió aún más, inclinándose levemente en un gesto de cortesía hacia Ylva.

—Es un placer conocerte, Ylva. Me alegra ver que Ethan ha encontrado a su mate, soy Felipe, un viejo amigo de tu esposo —dijo feliz.

Antes de que pudieran responder, Ignis se levantó de su asiento y caminó hacia ellos. Cuando llegó a su lado, habló con un leve brillo en sus ojos.

—Felipe también es el rey —dijo, mirando a Ylva, pero con una sonrisa traviesa que parecía dirigida especialmente a Felipe.

Felipe soltó una pequeña risa y miró a Ignis con afecto antes de responder.

—Solamente lo soy porque soy el esposo de la reina —añadió, con un tono de broma que arrancó algunas sonrisas de quienes estaban cerca.

Mientras tomaban asiento, Ylva no podía evitar reflexionar sobre Felipe. El hecho de que él no mencionara su título de rey le decía mucho sobre su carácter. Era humilde, alguien que no se vanagloriaba por su posición, y esa actitud reforzaba su creencia de que tanto él como Ignis eran buenos soberanos.

A los pocos minutos, varios sirvientes comenzaron a servir los platillos. La comida se veía exquisita, con una variedad de guisos, carnes y pan recién horneado, todo acompañado de aromas que llenaban la sala con una sensación cálida y acogedora. Ignis, desde la cabecera de la mesa, sonrió mientras los platos se colocaban frente a cada invitado.

Mientras comían, Ignis miró hacia una pequeña niña de cabello castaño, de unos 4 años. Su vestido sencillo y claro resaltaba su inocencia, aunque sus ojos reflejaban una chispa traviesa. Con una pieza de pollo en la mano, la niña comía a gusto mientras sus mejillas estaban ligeramente manchadas por la comida.

—Quiero presentarles a nuestra hija —dijo Ignis, con un tono lleno de orgullo y ternura.

La pequeña hizo un pequeño gesto, una especie de reverencia torpe que la hacía ver aún más encantadora, antes de morder con entusiasmo su pieza de pollo.

—Soy Lysandra —dijo con una voz clara y llena de energía juvenil. Después de mirar a Ylva durante unos segundos, añadió con una sonrisa inocente—: Me gusta tu cabello. Es bonito.

Ylva no pudo evitar sonreír, Ethan, a su lado, también esbozó una sonrisa, disfrutando del momento.

Draco, que había permanecido en silencio mientras Ignis presentaba a Lysandra, finalmente tomó la palabra. Con un movimiento suave, señaló a dos jóvenes que estaban sentados más hacia el centro de la mesa.

—Permítanme presentarles a mis hermanos menores —dijo con una sonrisa ligera—. Él es Jorah —añadió, indicando al chico de cabello castaño oscuro y ojos verdes, quien levantó ligeramente una mano en señal de saludo.

—Es un placer conocerte Ylva y ver de nuevo a Ethan —dijo Jorah.

Draco luego dirigió su mirada hacia la joven sentada al lado de Jorah.

—Y ella es Solara —dijo, mientras la joven, de cabello dorado y ojos brillantes como el sol, inclinaba ligeramente la cabeza con una sonrisa dulce.

—Hola, es un gusto —dijo Solara con voz clara, melodiosa y una sonrisa.

Ylva los observó, notando cómo ambos parecían tan diferentes entre sí, pero al mismo tiempo, ambos emanaban una presencia tranquila. La dinámica entre ellos reflejaba una conexión familiar fuerte, aunque cada uno parecía destacar por su personalidad única.

Cuando terminaron la comida, Ignis se levantó de su asiento, y se dirigió a Ethan.

—Ethan, sería un buen momento para que les muestres el castillo a tu esposa —dijo con una leve sonrisa—. Estoy segura de que querrá conocer un poco más sobre la historia de los dragones. Hay muchos rincones que cuentan nuestra herencia.

Ylva no pudo ocultar su emoción ante la idea. Sus ojos brillaron con curiosidad, sabiendo que cada rincón del castillo seguramente guardaba secretos y maravillas que deseaba descubrir.

Sin embargo, antes de ponerse de pie, expresó con firmeza:




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