Ethan seguía caminando de un lado a otro en la habitación donde Ylva estaba siendo atendida por los médicos licántropos del Reino de Lycandar. Cada paso resonaba con una intensidad que sólo él podía sentir, una mezcla de impotencia y desesperación que le carcomía desde dentro.
Él, un alfa, un líder, una figura de fortaleza... ahora hecho pedazos. No encontraba cómo reconstruirse. No lograba encontrar una sola razón para apaciguar el tormento que lo invadía. Su mate, su amada, la persona que debía proteger, la mujer que juró cuidar, se había desvanecido entre sus brazos como si su fuerza no hubiera significado nada.
¿Por qué? ¿Por qué no había sentido lo que estaba ocurriendo? Los mates comparten un vínculo inquebrantable, sus emociones deberían haber sido reflejo el uno del otro. Pero ahora, en el momento en que más importaba, no pudo sentir su angustia, no podía percibir el dolor que la aquejaba, no sintió nada.
Y eso... eso lo mataba.
Ethan se detuvo por un instante, cerrando los ojos con fuerza, su mandíbula tensa por la frustración que lo consumía. No podía quedarse quieto, no podía aceptar la idea de que la única persona que ama más que a su propia vida estuviera sufriendo, y él ni siquiera pudiera compartir esa carga con ella.
Su corazón latía con una furia contenida, pero también con un miedo que no quería admitir. Porque si él no podía sentirla en su peor momento... ¿qué significaba eso?
Ethan mantenía los ojos cerrados con fuerza, a la vez que sus manos temblando en un intento por controlar las emociones que amenazaban con desbordarlo. Su pecho se apretó en un dolor silencioso cuando su pensamiento se detuvo en lo que más lo atormentaba. Desde que la conoció no podía leer sus pensamientos y ahora se sentía más lejos de Ylva que nunca.
El silencio en la habitación era abrumador, cortado solo por el sonido de los médicos moviéndose con rapidez, sus manos trabajando para estabilizar a Ylva. Ethan mantenía su mirada fija en su mate, en la piel pálida que ahora parecía aún más frágil, en el aire frío que emanaba de su cuerpo.
No podía soportarlo más.
—¿Por qué no reacciona aún? —preguntó con voz tensa, el temor filtrándose en sus palabras.
Una de las licántropas que estaba atendiendo a Ylva se giró hacia él, su expresión lo dijo todo. No necesitaba palabras. Ylva no estaba bien.
Pero antes de que ella pudiera explicarlo, la joven licántropa que había estado trabajando en algo que Ethan no lograba entender levantó la cabeza. Su voz estaba cargada de dolor y miedo.
—Ethan, su poder se ha salido de control —dijo Katrina, con urgencia—. No nos queda mucho tiempo, pero sólo depende de ella. Si Aldric no llega a tiempo... me temo que podríamos perderla.
Las palabras le cayeron a Ethan como si miles de balas de plata perforaran su pecho.
—¿Qué carajos hablas, Katrina? —gruñó, su voz áspera, incapaz de aceptar lo que ella acababa de decir.
Katrina trató de mantenerse firme, de no quebrarse, pero era imposible. Varias lágrimas rodaron por su mejilla, y su voz tembló cuando respondió.
—Ylva tiene el poder de Crioquinesis —susurró—. Pero ha perdido el control, se ha desbordado por todo su cuerpo. Por eso está helada. Se está congelando. Y si la temperatura sigue bajando y llega al corazón, ella...
Ethan no la dejó terminar.
—¡No lo digas! —bramó, su voz atravesando la habitación con fuerza—. Ni siquiera lo pienses. Ylva es más fuerte de lo que creen.
La determinación en sus palabras era absoluta, pero el terror que lo consumía también era real. Su mate no podía estar en peligro, no podía perderla. Y si todo dependía de ella... entonces, Ethan haría lo imposible para asegurarse de que ella peleara.
Ethan fijó su mirada en Katrina, su expresión marcada por la urgencia de encontrar una solución. **Su mente corría a una velocidad frenética, buscando cualquier alternativa que pudiera ayudar a Ylva.** Con un tono cargado de frustración, preguntó sin rodeos:
—¿Dónde carajos está Aldric?
Katrina respiró hondo antes de responder, intentando mantener la calma ante el estado alterado de Ethan.
—A última hora se presentó un problema en el mundo de los humanos —explicó—. Tuvo que ir porque, al parecer, un licántropo estaba involucrado. Pero ya fue avisado de la llegada de Ylva y viene en camino.
La respuesta no hizo más que aumentar la furia contenida de Ethan. La impotencia lo carcomía, y la idea de esperar lo hacía sentir aún más inútil. Sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones y salió de la habitación con pasos firmes y rabia acumulada. La puerta resonó con un fuerte eco que se extendió por toda la habitación, como si su propia desesperación hubiera quedado atrapada en el sonido de la madera golpeando el marco.
Afuera, Ignis lo esperaba, su figura imponente pero serena. El verla allí, de pie en medio de la penumbra del pasillo, hizo que su mente viajara sin control al camino tortuoso que los llevó del Reino Dragón hasta Lycandar. El peso del viaje, las decisiones tomadas, los riesgos enfrentados... todo se arremolinaba en su cabeza mientras intentaba contener el caos que se desataba en su interior.
Pero ahora no había tiempo para recuerdos.
Ignis lo observó con atención, notando la tensión en su cuerpo, la furia en sus ojos, el dolor que intentaba disimular. El tiempo corría en su contra, y Ethan necesitaba respuestas antes de que fuera demasiado tarde.
Ethan, aún con la tensión reflejada en su rostro, miró a Ignis con determinación.
—¿Conoces algún dragón que tenga el poder de hielo? —preguntó, su voz firme pero marcada por una urgencia evidente.
Ignis se sorprendió ante la pregunta, su mirada analizándolo por unos segundos antes de responder.
—Sí, existen —dijo, cruzando los brazos, su expresión volviéndose más seria—. Pero hace muchos años que no veo uno. Son raros, extremadamente raros.
Ethan frunció el ceño, pero Ignis continuó.
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Editado: 10.05.2025