El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 54

El paisaje era una obra de arte viviente. La pradera se extendía en todas direcciones, iluminada por un sol suave que pintaba todo con destellos dorados. El viento, ligero y fresco, acariciaba la piel de Ylva mientras corría con la loba blanca a su lado. Por primera vez en mucho tiempo, no había preocupaciones, no había dolor. Solo libertad, porque allá afuera se sentía prisionera de alguna manera.

Se detuvo abruptamente, sus ojos recorriendo cada rincón de ese paraíso, hacia bastante tiempo que no estaba ahí. El aire tenía un aroma puro, la paz que se respiraba era tan intensa que parecía envolverla en un abrazo silencioso, del cual no quería soltarse.

—Es hermoso —murmuró, su voz apenas un susurro—. La tranquilidad aquí… nunca había sentido algo igual.

Giró su mirada hacia Luna, quien permanecía firme, observándola con atención.

—¿Puedo quedarme contigo? —preguntó, con un dejo de súplica en su voz—. No quiero volver. No quiero regresar a ese mundo que me atormenta.

La loba blanca la miró fijamente, algo no cuadraba, sus ojos profundos reflejando algo más que simple negación. Una verdad que Ylva aún no quería aceptar.

—No puedes quedarte aquí, Ylva —dijo Luna, con firmeza—. No es posible. Porque allá, en el mundo real, te esperan.

Ylva frunció el ceño, refunfuñando con frustración.

—No quiero volver, no seas mala, déjame que te acompañe, te aseguró que no te daré problemas —insistió, con la terquedad que nacía del deseo de escapar—. Quédate conmigo, adóptame, haré lo que sea.

Pero sin esperar una respuesta, se transformó en su loba. En un parpadeo, su figura cambió, sus patas golpearon el suelo y su instinto de huida se activó. Corrió con toda su velocidad, sintiendo el viento peinar su pelaje, el latido acelerado en su pecho, la necesidad de perderse en la vastedad de aquel lugar.

Luna no dudó. La siguió con la misma rapidez, gritándole mientras corría tras ella.

—¡Detente, Ylva! ¡Debes volver!

Pero Ylva no escuchaba. No quería escuchar. Solo quería correr. Luna se detuvo, su respiración pausada mientras observaba a Ylva desaparecer entre los prados dorados. El peso de los años se reflejaba en su cuerpo, en la forma en que su resistencia no era la misma que en su juventud. Murmuró con frustración, pero con un dejo de cariño en su voz.

—Por todos los cielos y la luna, ¿por qué esta niña tiene que ser tan terca? —refunfuñó, sacudiendo ligeramente la cabeza.

Pero en ese instante, los recuerdos la golpearon. Se vio a sí misma, joven, impulsiva, corriendo sin mirar atrás. La testarudez era un rasgo que había marcado su propia existencia, y ahora, lo veía reflejado en Ylva como si estuviera frente a un espejo de su pasado.

Una risa involuntaria escapó de su hocico. Era tan igual a ella.

Sacudió su cabeza nuevamente, dejando la nostalgia a un lado. No tenía tiempo para los recuerdos. Ylva no podía quedarse allí. Tenía que volver. Y buscaría la manera de hacerlo, así fue en contra de su voluntad.

Así que, ignorando el dolor en sus patas y el peso de los años sobre su cuerpo, Luna volvió a correr.

—¡Ylva! —llamó con fuerza—. ¡Detente! ¡Debes regresar!

El viento rugía a su alrededor mientras la perseguía, con la firme decisión de convencerla, de hacerla entender que el mundo real la esperaba.

Mientras Ylva se perdía en aquel hermoso paraíso, en el mundo real la lucha por mantenerla a salvo continuaba.

En el palacio, Ignis seguía haciendo su trabajo. El calor que irradiaba había logrado disminuir la temperatura extrema de Ylva, pero aún seguía inconsciente.

Ethan no se separaba de ella, ahora la tenía en su regazo, abrazándola con fuerza, como si su propio calor pudiera alcanzarla, despertarla, traerla de vuelta a él. Sus dedos acariciaban su cabello, ese cabello que ahora reflejaba su poder en cada mechón azul, mientras la culpa lo ahogaba desde dentro.

¿Cómo no pudo prever esto? ¿Cómo no sintió que su mate estaba en peligro?

Ignis, observando su sufrimiento, le habló con la intención de aliviar su tormento, en parte lo entendía. Ella tenía una misma conexión con su jinete. Si Felipe sufre, ella lo hace también.

—Ethan, debes dejar de culparte —dijo con serenidad, aunque con firmeza—. La culpa solo hará que no razones bien. Estoy segura de que hay una explicación para todo esto.

Pero Ethan no respondía. Su mente seguía atrapada en la idea de que él había fallado en protegerla.

Katrina, que estaba cerca, también sentía el peso de la angustia. Tantas veces había deseado que Ethan regresara, pero nunca de esta manera. Ahora, lo veía roto, sin esa sonrisa que siempre iluminaba cada lugar donde el llegaba.

Para ella, Ethan era más que un alfa. Era un hermano mayor, alguien que siempre había estado ahí, alguien que transmitía fortaleza.

Pero verlo así… verlo sufrir de esa manera hacía que su propio corazón se sintiera triste. El silencio en la habitación parecía pesar más con cada segundo que pasaba. Katrina, tras unos minutos sin poder soportarlo, finalmente tomó una decisión.

—Vamos a cambiar a Ylva de habitación —anunció, con un tono que no dejaba espacio para quejas.

Ethan la miró con el ceño fruncido, esperando más detalles. Entonces, las palabras que siguieron lo tomaron por sorpresa.

—Será mejor que la llevemos a la habitación de mis padres.

El cuerpo de Ethan se tensó de inmediato. Ese lugar jamás había sido abierto desde lo que ocurrió con los Reyes. Era un sitio que se había convertido en un recuerdo congelado en el tiempo, un rincón del palacio que nadie se atrevía a tocar.

—¿Por qué? —preguntó con dureza, su voz cargada de incredulidad, luego se quedó en silencio por unos segundos, analizando la propuesta. Su instinto le decía que algo más estaba detrás de esa decisión.

—Esa habitación está mejor equipada —dijo Katrina, intentando que sonara como una justificación suficiente.

Ethan la miró fijamente, su expresión endurecida. No estaba convencido. Esa pequeña le ocultaba algo, lo sabía. Su tono, su forma de evitar más detalles, todo le decía que había algo más de lo que no estaba hablando.




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