Aldric corría a toda velocidad, su respiración controlada pero su mente ardiendo con frustración. Desde el momento en que recibió el mensaje de Katrina, dejó a su beta a cargo del problema en el mundo humano y partió sin titubeos. Pero el enojo seguía ahí, latiendo en su pecho con fuerza.
Maldecía el momento en que los renegados habían comenzado a causar caos. Siempre buscando destruir, siempre queriendo acabar con lo poco de paz que les quedaba, sólo porque ellos quieren ser los únicos Reyes en el planeta. Pero no lo permitiría. No esta vez. Iba a terminar con ellos.
Uniría fuerzas con otras especies, organizaría una ofensiva, hará lo que sea. El reino licántropo no podía seguir soportando estos ataques, ni siquiera otras especies incluyendo los humanos. No permitiría que siguieran desafiando el equilibrio que tanto habían tratado de mantener.
Mientras corría, sentía que el camino se hacía más largo, como si el destino jugara con su paciencia.Pero no podía detenerse. Afortunadamente, su fortaleza como licántropo le daba la resistencia necesaria para soportar aquella carrera desenfrenada.
Cada salto, cada zancada, lo acercaba más a su objetivo a esa verdad que debía enfrentar. Aldric sintió alivio al pisar sus tierras nuevamente, pero no disminuyó la velocidad. Sus patas se movían con más fuerza, con más urgencia.
Cuando llegó al palacio, Sarai ya lo esperaba, una túnica negra en sus manos, lista para entregársela en cuanto él se transformara. El frío del invierno no era rival para la inquietud que lo consumía.
Tan pronto su forma humana regresó, Sarai notó los rasguños en su piel.
—¿Tienes alguna herida? —preguntó con un tono preocupado.
Aldric apenas le dedicó una mirada, un gesto de la mano dejando claro que eso no era importante. Las heridas eran lo de menos.
Pero entonces, las siguientes palabras de Sarai lo hicieron detenerse.
—Katrina llevó a Ylva al dormitorio de tus padres.
Por un instante, su cuerpo se congeló. Sus ojos azules se fijaron en la loba que estaba a su lado, su expresión endureciéndose.
—¿Qué has dicho? —su voz resonó con un filo peligroso, cargado de emociones que no había dejado salir en años.
Sarai sostuvo su mirada sin un ápice de miedo, sin vacilación alguna.
—Ylva está en la habitación de tus padres —repitió con firmeza.
El cuerpo de Aldric reaccionó antes que sus pensamientos. Antes de que pudiera procesarlo del todo, sus pies ya se movían.
Caminó con rapidez, dirigiéndose a aquella habitación que tantas veces le había traído amargos recuerdos. Un lugar que había enterrado en su memoria, pero que ahora debía enfrentar.
Porque ahora, la persona más importante estaba ahí... Ylva.
Aldric apenas había cruzado el umbral de la habitación cuando fue sacudido con fuerza.
Antes de que pudiera reaccionar, Ethan lo agarró de la túnica, sus manos apretando el tejido con furia descontrolada. Su rostro estaba marcado por el cansancio, la desesperación y una rabia que no tenía dónde contenerse.
—¡¿Dónde demonios has estado, carajo?! —rugió, su voz temblando entre el enojo y el miedo—. ¡¿Por qué has tardado tanto?! Necesito que la salves, de lo contrario no responderé de lo que haga.
Aldric no reaccionó. No se movió, no esquivó la ira de su amigo. Porque podía verlo. Podía ver el dolor en sus ojos.
No había necesidad de palabras en ese momento. La angustia de Ethan hablaba por sí sola.
Pero antes de que la tensión pudiera subir aún más, Lyra, quien había llegado minutos antes, se acercó rápidamente.
—Ethan, calma —le dijo con voz serena pero firme—. Ya Aldric llegó, y ella estará bien.
Ethan estaba fuera de sí. Cada segundo que pasaba sin una respuesta lo hundía más en una desesperación que amenazaba con consumirlo.
Lyra entendía su reacción. Ella había intentado ayudar a Ylva, pero su propio poder había sido insuficiente ante la magnitud del hielo que la envolvía y ver eso, hizo que Ethan se desmoronara más.
Pero ahora, la esperanza estaba en Aldric. Y el tiempo corría contra ellos.
El aire en la habitación se volvió denso, cargado de tensión y desesperación. Aldric finalmente reaccionó, su cuerpo rígido, su expresión endurecida. El peso de la situación lo golpeó con fuerza, y su voz resonó con autoridad inquebrantable, como la de un rey Alfa.
—¡Todos fuera de la habitación! —ordenó con un rugido.
Ethan giró bruscamente, su mandíbula apretada, sus ojos llenos de furia.
—Ni lo pienses —espetó con voz áspera—. No me voy a separar de Ylva, me quedaré aqui, ella es parte de mí.
Aldric lo miró con una mirada afilada, fría pero llena de convicción. Sabía que Ethan no cedería fácilmente, pero necesitaba que todos salieran para poder ayudar a Ylva.
—¡Fuera! —repitió sin un ápice de compasión por lo que Ethan pudiera sentir.
Ethan estaba a punto de replicar, pero Ignis lo tomó del brazo antes de que pudiera continuar y lo arrastro fuera de la habitación. Su agarre era firme pero no agresivo, un silencioso recordatorio de que debían confiar en Aldric, por más doloroso que fuera.
Ethan apretó los dientes, su cuerpo temblando de frustración, pero finalmente cedió. Ambos fueron seguido por los demás
Solo Katrina se quedó.
Sus dedos aún aferraban la mano de Ylva, su mirada reflejando algo que no quería dejar ir.
Aldric la observó por un instante, pero no dijo nada. Katrina fijó sus ojos en su hermano, su mirada temblorosa, las palabras atrapadas en su garganta. El peso de aquella verdad era demasiado grande, demasiado profundo.
Aldric, con el corazón acelerado, preguntó con voz contenida:
—¿Es ella?
Katrina asintió. No hubo necesidad de palabras. Sus labios temblaron y, finalmente, las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo cayeron sin resistencia.
Aldric sintió una ola de emociones golpearlo con fuerza. Sus pensamientos se desbordaron en un torbellino de recuerdos y pérdida, de esperanza y incredulidad.
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Editado: 10.05.2025