El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 56

El viento soplaba con fuerza en aquella altura, moviendo el cabello de Ylva como si fuera parte de la misma corriente marina que se extendía ante sus ojos.

El mar se veía inmenso, un azul profundo que parecía contener secretos que nadie más podría comprender. Ese horizonte abierto le ofrecía una libertad que el mundo real nunca le había dado.

Se giró, encontrándose con la mirada de Luna, quien la observaba con una expresión seria, molesta incluso. Ylva frunció el ceño.

—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó, cruzándose de brazos—. Hay que ser felices.

Luna resopló, su postura firme.

—Debes volver. No puedes quedarte aquí, niña —respondió con convicción.

Ylva rodó los ojos, fastidiada por lo que consideraba una absurda insistencia.

—¿Por qué no puedes adoptarme? —espetó—. Acaso no lo entiendes? No quiero regresar a ese mundo cruel, me encanta estar aquí. Se que, eres real. Te siento tan viva como yo lo estoy, así que me puedo quedar.

La loba blanca no respondió de inmediato. En cambio, la miró con detenimiento, evaluándola.

—¿Por qué no quieres volver? —preguntó finalmente.

Ylva suspiró, volviendo la vista hacia el mar. Tan azul, tan poderoso, tan infinito.

—Allá… —susurró— muchos se burlan de mí. Por mi color de cabello. Mi familia me ama, pero la sociedad no. Siempre soy una rara.

Luna se tensó. Había algo extraño en esas palabras, algo que no encajaba. Observó con más detenimiento a Ylva, analizándola y un pensamiento cruzó su mente.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó con voz más suave.

Ylva apenas giró el rostro hacia ella, su expresión dudosa.

—Quince, ya te lo he dicho varias veces, no me digas que estas anciana y perdiendo la memoria?

Pero Luna negó con la cabeza, con seguridad.

—No, no tienes quince. —Su voz era firme, como si estuviera revelando una verdad que Ylva aún no podía ver—. Ya eres una mujer, mírate, tú cuerpo ha cambiado, los años han pasado. Y recuerda esto, nunca debes temer a quienes se burlan de aquellos que son diferentes, porque esa clase de personas son las débiles que se quieren ocultar en las debilidades de los poderosos como tú. En ti habita el poder del mar mi amada Ylva.
.
Ella sintió un latido extraño en su pecho ante esa revelación, era como una punzada, un dolor inexplicable que la quemaba.

Su mirada se perdió en el horizonte, su respiración se volvió pesada.

—Luna… —murmuró, con un hilo de voz—. ¿He olvidado una parte de mí?

La pregunta quedó suspendida en el aire, a la vez que el silencio entre ellas fue profundo, pesado, como si el tiempo mismo se detuviera.

Luna no respondió a la pregunta de Ylva, no hubo espacio para explicaciones que alargaran lo inevitable. Solo la misma frase, la misma sentencia que había repetido desde el principio.

—Debes volver —dijo, con una voz impregnada de algo más que urgencia—. No solo porque alguien te espera, sino porque si no lo haces… yo moriré.

Las palabras cayeron como un golpe invisible.

Ylva sintió un escalofrío recorrer cada fibra de su cuerpo desnudo, su piel erizándose como si la brisa helada la atravesara más que nunca. Miró a Luna con temor, su voz temblorosa cuando preguntó:

—¿Estás enferma? ¿Por que dices que vas a morir si me quedo?

Luna asintió, pero no con tristeza, sino con certeza. La verdad no podía ser evitada.

—No soy yo —susurró, con una dulzura que escondía algo mucho más profundo—. Es mi dueña, mi parte humana.

El aire pareció volverse más denso. Ylva sintió que algo en su pecho se comprimía, que su alma se sacudía con fuerza.

—¿Quién eres? —murmuró, como si su propia voz apenas pudiera salir.

Luna sonrió. Pero no era una sonrisa cualquiera. Había algo en ella, algo tan cálido y tan triste a la vez.

Los ojos azules de la loba brillaron, reflejando una ternura inexplicable que Ylva no podía descifrar.

—Soy tu... madre.

El mundo de Ylva se detuvo.

El impacto fue tan profundo que su mente quedó en blanco, sin poder procesar lo que acababa de escuchar. No hubo palabras coherentes, solo un vacío inmenso, un huracán de emociones inconexas.

Luna, con la misma calma, le confesó que solo ella podía descongelar sus pensamientos más profundos de su lado humano, y así hacer que regresara.

Pero no le dio tiempo de responder. Antes de que Ylva pudiera reaccionar, Luna se abalanzó sobre ella.

El impacto fue repentino, brutal, y en un segundo, todo cambió.

Ylva caía.

El precipicio no perdonó, el vacío la recibió con una inmensidad que le robó el aliento.

Mientras descendía, las ráfagas de hielo la envolvieron, su piel sintiendo el peso de la escarcha como si su propio poder se revelara en cada golpe de viento.

Y ahí estaba de nuevo. Una punzada atravesó su corazón, un dolor intenso, inexplicable. Y entonces, su grito desgarró el silencio.

Un grito que resonó en el aire mientras la silueta de Luna se desvanecía ante sus ojos, antes de perderse por completo en aquel horizonte azul y eterno.

Mientras tanto en la habitación del palacio que antes irradiaba calor ahora parecía un congelador.

El hielo emergía del cuerpo de Ylva en diferentes formas: ráfagas heladas que cortaban el aire, partículas de nieve que caían como escarcha en su piel, y cualquier forma que pudiera tomar. Era un caos de poder desbordado, una tormenta helada que se escapaba de su propio ser. Pero Aldric no titubeó, no la dejaría morir.

Movía sus manos con precisión, trazando caminos invisibles, guiando la energía, tratando de contenerla. Cada intento era una lucha contra la tempestad que habitaba en ella. Si lograba estabilizar su punto de control, Ylva estaría fuera de peligro.

A su lado, Katrina no descansaba. Su poder de luz brillaba intensamente, envolviendo a Ylva en un resplandor dorado que trataba de contrarrestar el frío extremo. Pero la resistencia del hielo era feroz.




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