El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capitulo 58

Ethan observaba a Ylva, su respiración tranquila, su temperatura normal, señales de que la tormenta había pasado, al menos por ahora.

Deslizó los dedos por su cabello, que había recuperado su tono blanco puro. Parecía frágil, vulnerable en ese instante. Pero Ethan sabía que su mate era todo lo contrario. Ylva era fuerza, resistencia, poder contenido en su forma más pura, era un arma letal.

Entonces, su mirada se posó en su cuello en la marca que ahora se veía diferente.

El tono dorado resplandecía con suavidad, como si fuera un tatuaje que estuviera perfectamente delineado por una energía que solo él podía comprender. Ethan sonrió.

Ese era el símbolo de su manada. La prueba de que Ylva le pertenecía a él y a nadie más.

Pero el hecho de que su marca adquiriera ese tono… significaba mucho más que una simple señal de pertenencia. Era un vínculo profundo, una conexión que trascendía lo físico, era mucho más.

La satisfacción que recorrió su pecho era indescriptible. Agradecía tenerla a su lado, agradecía que fuera su loba, su amor eterno.

Porque Ylva no era solo su mate, era una alfa... ella era su alfa.

Aunque su apariencia pudiera llevar a muchos a confundirla con una omega, su esencia no dejaba lugar a dudas. Era una líder nata, una fuerza que pocos comprenderían.

Para ellos, los títulos solo eran eso. Palabras que no definían el verdadero valor de un ser. No determinaban el potencial ni la fortaleza de alguien.

Pero para los rebeldes, aquellos que se negaban a seguir las reglas que se habían establecido… una omega no significaba nada.

Ellos se aferraban a esas jerarquías, dándoles más peso del que merecían. Veían los títulos como un símbolo de poder y sometimiento, cuando en realidad, su única función debía ser mantener el orden.

Ethan exhaló suavemente, sin apartar la vista de Ylva.

Nada de eso importaba ahora. Porque ella era suya, su alfa, su vida entera. El cansancio finalmente venció a Ethan.

Su cuerpo había soportado demasiado, su mente había estado al borde del colapso. Sin darse cuenta, terminó quedándose dormido, sentado junto a la cama, su cabeza apoyada cerca de Ylva, su mano sosteniendo la de ella con firmeza, como si, incluso en su descanso, no quisiera soltarla.

Las horas transcurrieron en un silencio pesado, pero luego algo pasó. Un ligero movimiento. Una respiración más agitada.

Ylva despertó.

Sus ojos se abrieron con esfuerzo, pesados por el cansancio y la debilidad. Su visión tardó unos segundos en enfocarse, su pecho subía y bajaba con una sensación de confusión. Todo le resultaba extraño, desconocido.

Pero entonces… su mirada encontró a Ethan, quien aún dormía. Y todo se calmó. Lo observó por un momento, su respiración estabilizándose al ver que él estaba ahí. Aún dormido, aún aferrado a ella, protegiéndola incluso sin estar consciente.

Giró su vista alrededor, tratando de reconocer el lugar en el que estaba. Nada le resultaba familiar, y lo último que recordaba era desmayarse. El frío extremo que la invadió, el dolor, la sensación de estar congelándose por dentro, y como la oscuridad la envolvió.

Su garganta se cerró por un instante al imaginar la angustia que debió de sentir Ethan al verla así. Al saber que no podía hacer nada más que esperar.

Sin decir una palabra, volvió a mirar su rostro, suavizando su expresión. Él siempre había estado ahí.

El aire en la habitación era tranquilo, el único sonido era la respiración pausada de Ylva y el ritmo constante de Ethan dormido a su lado. Pero entonces, con voz suave y cargada de cariño, ella lo llamó.

—Mi amor, Ethan…

Él reaccionó de inmediato. Sus ojos se abrieron y su cuerpo se tensó por un instante antes de encontrar la mirada de su amada despierta y consciente.

La emoción lo golpeó con fuerza.

—Mi vida ¿Cómo estás? —preguntó con urgencia, aún sosteniendo su mano.

Ylva le sonrió, su expresión tranquila, aunque su cuerpo todavía se sentía débil.

—Estoy bien —aseguró—. Solo que tengo mucha hambre.

Ethan soltó una risa suave, su alivio reflejándose en cada gesto. Ella estaba aquí, despierta, hablando. Sin necesidad de más palabras, se inclinó y la besó.

Ylva sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo al sentir la calidez de los labios de Ethan sobre los suyos. Un beso apasionado que parecía fundir sus almas en un único ser. Sus respiraciones se entrelazaban en un vaivén incesante, compartiendo el aire y el deseo mutuo.

El beso se volvía más y más intenso, el corazón de Ylva latía con fuerza en su pecho mientras Ethan la sostenía con ternura. Sus manos se entrelazaron con las de él, buscando el calor y la seguridad del otro en medio de la intensidad del momento.

El beso fue mucho más que un simple gesto, fue un anhelo contenido, un susurro silencioso de todo lo que habían pasado, de todo lo que significaban el uno para el otro. Más que palabras, más que pensamientos.

Al separarse, sus frentes quedaron juntas mientras se miraban a los ojos con complicidad. Ylva pudo ver en la mirada de Ethan todo el amor y la pasión que sentía por ella, haciéndola sentir más viva que nunca.

Ylva parpadeó, como si apenas procesara el lugar en el que se encontraba, y su rostro estaba de un tono rojizo.

—¿Dónde estamos? —preguntó, recorriendo la habitación con la mirada.

Ethan tomó aire antes de responder.

—Estamos en Lycandar —dijo—. En el Reino Dragón no había nadie que pudiera atenderte cuando te desmayaste.

Ylva quedó asombrada, al fin su viaje había culminado. Finalmente estaba en el Reino Licántropo. El lugar al que pertenecía, el lugar donde encontraría respuestas. Su pecho se llenó de emoción. Toda su vida había buscado entender quién era, y ahora, tenía la oportunidad de descubrirlo.

Pero entonces, un recuerdo atravesó su mente como un destello.

Luna.

Las palabras de la loba volvieron a resonar en su interior. Ylva sintió un escalofrío recorrer su piel, sus ojos se tornaron más serios, y miró a Ethan.




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