El aire dentro del castillo era imponente, cada pasillo irradiaba historia, fuerza, un sentido de pertenencia que Ylva nunca antes había experimentado.
Mientras caminaban juntos, tomados de la mano, ella no pudo evitar comentarlo.
—Este castillo es impresionante… —susurró, observando cada detalle con una mezcla de asombro y nostalgia—. Pero esto es diferente, la sensación... Aquí, me siento en casa.
Ethan no respondió de inmediato. Solo la miró de reojo, sintiendo que aquellas palabras contenían mucho más que una simple apreciación del lugar.
En su mente, lo pensó con certeza.
«Es tu casa»
Pero en voz alta, se limitó a decir con tranquilidad.
—Estás en tierras de lobos, mi amor. Aquí, la conexión es más profunda, que en cualquier otro lugar.
Ylva asintió y siguieron hablando de temas triviales, mientras avanzaban hacia el despacho de Aldric. El encuentro que estaba por suceder significaba más de lo que cualquier palabra podría expresar.
Finalmente, tocaron la puerta, al llegar.
La voz firme del rey se escuchó desde el otro lado, y en cuanto les dio permiso, ambos entraron.
Ylva se encontró con la figura de Aldric, aunque aún desconoce, que él es su hermano, el líder de Lycandar. Sintió esa familiaridad que no se puede esconder.
Al verla despierta, al verla de pie frente a él, Aldric sintió una oleada de emociones golpeándolo con fuerza. Quería correr hacia ella, abrazarla, besar su frente como tantas veces imaginó.
Quería decirle lo mucho que la ama. Quería decirle cuánto la había buscado.
Pero se contuvo. Tenía miedo de que ella se asustara.
Solo le quedaba esperar que Ylva preguntara lo que necesitara saber, que ella misma diera el primer paso en este reencuentro.
Así que, en lugar de dejarse llevar por la emoción, inclinó levemente la cabeza y la saludó con modestia.
—Bienvenida a casa, Ylva.
Ella observó a Aldric con asombro. No era como lo había imaginado. Pensó que el Rey de Lycandar tendría una apariencia... quizás más envejecida por el peso de los años, jamás se lo imagino que sería joven. Pero lo que encontró frente a ella fue algo completamente distinto.
Aldric se parecía a ella.
El parecido era innegable, los rasgos familiares que nunca antes había notado en otros, ahora estaban ahí, en carne y hueso, frente a sus ojos.
La sorpresa la hizo olvidar momentáneamente las formalidades, pero cuando se dio cuenta de que no había saludado al rey como se debía, rápidamente corrigió su error.
Se inclinó con respeto ante Aldric y le agradeció por la bienvenida y la hospitalidad que le habían mostrado.
Aldric la observó con calma, pero en sus ojos había algo más que simple cortesía.
—Tomen asiento —indicó con un gesto.
Ethan, decidió que era el momento de dejarlos a solas.
—Me retiraré —dijo con tranquilidad—. Estoy seguro de que tienen mucho de qué hablar.
Aldric asintió, agradeciendo el gesto de su cuñado. Por más que Ylva quisiera que Ethan se quedara, él le aseguró con una mirada tranquila que todo estaría bien.
—Tranquila —le dijo, con voz firme pero serena—. Puedes preguntar todo lo que te inquiete, el rey esta dispuesto a responder cada pregunta.
Ylva soltó un leve suspiro, dejando ir la necesidad de tenerlo a su lado en este momento. Cuando Ethan finalmente salió, Aldric tomó aire y se presentó.
—Primero, disculpa por no haberlo hecho antes —dijo con solemnidad—. Mi nombre es Aldric Lancaster, Rey de Lycandar y el hijo mayor de los Reyes Lancaster White.
Ylva mantuvo su mirada firme en Aldric, sentia una emoción y tenía expectativa brillando en sus ojos.
—Es un placer conocerte —dijo con sinceridad—. Desde que supe sobre el Reino, ansiaba llegar aquí, y conocerlo.
Aldric sonrió levemente, pero en su mirada había una profundidad que hablaba de años de espera.
—Cuéntame ¿Qué es lo que te ha inquietado tanto? —preguntó con suavidad—. ¿Qué te ha traído hasta aquí?
Ylva respiró hondo antes de responder. Las palabras pesaban en su pecho, pero eran necesarias.
—Quiero encontrar a mi familia —confesó, su voz cargada de un anhelo que había estado guardando por demasiado tiempo—. Crecí entre humanos, y hasta hace poco descubrí mi verdadero origen. Pero necesito respuestas. Necesito saber de dónde provengo y lo más importante necesito encontrar a mis padres.
La habitación quedó en un silencio casi abrumador. Las palabras de Ylva flotaban en el aire, llenas de una fuerza que ni siquiera ella podía controlar.
Aldric se armó de valor. No podía seguir conteniéndolo. Era momento de decirle la verdad.
—Ylva… —su voz fue baja, pero firme—. Eres una Lancaster.
Las palabras cayeron como un trueno.
—Eres mi hermana. La princesa perdida.
El mundo de Ylva pareció detenerse. El impacto de la revelación aún vibraba en cada fibra de su ser.
Ylva se quedó en silencio, su mente girando en un sinfín de pensamientos que chocaban entre sí. Había imaginado muchas cosas, había sacado cuentas, había tratado de descifrar su origen.
Pero jamás… jamás pensó que sería parte de la familia real.
Sus labios temblaron, su respiración era errática mientras intentaba procesar lo imposible.
—¿Hablas en serio? —preguntó con voz temblorosa, su mirada buscando cualquier señal de engaño—. No quiero que esto sea una maldita broma, porque...
Aldric no dudó un segundo. Se acercó, rompiendo cualquier distancia que los separara. La abrazó, con fuerza, con el amor de un hermano que había esperado demasiado tiempo.
Besó su frente, con la ternura que solo se tiene por alguien perdido y finalmente encontrado. Sujetó su rostro entre sus manos, asegurándose de que ella viera la verdad en sus ojos.
—Sí, Ylva. Eres mi hermana. —Su voz fue un susurro cargado de una verdad innegable—. Eres aquella a la que he estado buscando por tantos años.
Las palabras rompieron algo dentro de Ylva. La contención desapareció y las lágrimas brotaron con fuerza, pero no eran de tristeza. Eran lágrimas de alegría.
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Editado: 26.06.2025