La noche era tranquila, envuelta en una atmósfera cálida y profunda después de un momento de pasión entre dos lobos calenturientos.
Pero Ylva seguía despierta, su mente atrapada en pensamientos que no la dejaban en paz. Quería hablar con Ethan. Quería preguntar. Pero no sabía cómo hacerlo.
Sin embargo, él, que ya la conocía demasiado bien, lo notó al instante. Se giró hacia ella, su mirada suave, su toque cálido mientras acariciaba su brazo con ternura.
—¿Qué te pasa, mi amor? —preguntó con cariño, su voz apenas era un murmullo en la intimidad de la habitación—. Te noto muy pensativa, dime, ¿que te inquieta?
Ylva suspiró profundamente, tratando de ordenar sus pensamientos antes de hablar.
—Es solo que… —comenzó, pero se detuvo por un momento, buscando las palabras correctas—. Me he dado cuenta de que llevamos más de un año juntos y aún no he quedado embarazada.
Ethan se quedó en silencio, también es algo que ha notado. Sus pensamientos viajaron a cada instante que habían compartido, a cada noche intensa, a cada momento en el que se dejaron llevar.
Recordó cómo, en algunas ocasiones, había dejado su esencia dentro de ella, mientras que otras veces se cuidó, cuando la lógica se lo advertía.
Finalmente, exhaló con calma.
—Quizás… —dijo con suavidad— las veces en las que no hubo protección simplemente no eran tus días fértiles.
Pero Ylva negó con la cabeza.
—Eso podríamos decir si yo fuera completamente humana —respondió—. Pero en nuestra especie, eso no sucede así.
Ethan frunció ligeramente el ceño, escuchándola con atención.
—¿A qué te refieres? —preguntó, pese a que sabía la respuesta.
—Los licántropos… —explicó— son más propensos a concebir en la etapa del celo. Y yo he estado contigo en todos esos momentos.
De pronto la realidad golpeó sus pensamientos. Ylva hizo una pausa antes de preguntar lo que realmente la inquietaba.
—Ethan… ¿qué pasaría si no puedo dar hijos? ¿Que harías si soy estéril? —su voz estaba a punto de quebrarse, mientras se esforzaba por contener las lágrimas.
Pero el silencio fue breve y en Ethan no hubo dudas en sus palabras. Sonrió con ternura, mirándola como si la respuesta ya estuviera escrita en su alma.
—Los hijos son un hermoso regalo de la luna —le dijo con tranquilidad—. Pero si no llegan, cariño… mi mayor regalo eres tú.
Ylva sintió el peso de su preocupación al disiparse poco a poco. Porque, al final, la única certeza era el amor que los unía.
El corazón de ella latía con fuerza en su pecho. Sin poder contener la emoción, unió sus labios en un beso apasionado y lleno de anhelo con los de él.
Los ojos de Ylva brillaban con deseo mientras se perdía en la profundidad de la mirada de Ethan. Sus manos exploraban cada rincón de su cuerpo, sintiendo la calidez de su piel bajo sus dedos, mientras el deseo ardía entre ellos.
Entre susurros entrecortados y gemidos de placer, se dejaron llevar por la pasión desenfrenada que ardía dentro de ellos. Cada caricia, cada beso, cada suspiro, les recordaba lo profundo de su conexión, lo intenso de su amor.
El deseo los consumía, envolviéndolos una vez más en un torbellino de sensaciones y emociones. Se entregaron el uno al otro con una intensidad abrumadora, sin restricciones ni inhibiciones, fundiéndose en un éxtasis compartido que los dejó sin aliento.
Y en medio de aquel frenesí de amor y pasión desatada, Ylva supo en su corazón que no importaba si tenían hijos o no, porque lo único que realmente necesitaban era el uno al otro, para amarse y completarse en cada noche de entrega total y desenfrenada.
Ylva tenía la certeza de que él siempre estaría a su lado y eso la llenaba de felicidad absoluta. Cuando el amanecer llegó, el día trajo consigo muchas cosas que hacer.
Ylva le comentó a Ethan que Aldric le había ordenado que se hiciera algunos chequeos médicos antes de iniciar su entrenamiento. Él no se sorprendió demasiado y, sin objeciones, la acompañó al médico.
Las horas transcurrieron hasta que, finalmente, por la tarde recibieron los resultados.
—Todo está bien —dijo el médico con tranquilidad, repasando los informes—. Tu salud es óptima y, como sospechábamos, no estás embarazada.
Ylva soltó un suspiro de alivio, ya que eso quería decir que podía entrenar todo lo que quisiera.
—La razón por la que no has concebido no es casualidad —explicó Aldric—. Tu propio poder ha bloqueado la posibilidad de que seas madre. Pero cuando logres controlarlo por completo, estoy seguro de que tendrás hijos.
Las palabras hicieron que Ylva se quedara en silencio por un momento, asimilando la verdad detrás de su propio poder.
Ethan, por su parte, no tardó en aprovechar el momento para hacer otra pregunta que lo había inquietado durante mucho tiempo, aunque ya lo habían hablado, no tenían la seguridad de que fuera así.
—¿Eso también explica por qué no hemos podido mantener nuestro enlace mental? —preguntó, su mirada fija en Aldric.
El rey de Lycandar asintió con seguridad.
—Sí, pero como te lo mencione una vez, no solamente es la crioquinesis, también es el velo arcano que lleva dentro ha bloqueado más aspectos de ella de lo que imaginas, pero de alguna manera ha cumplido con su función, la cual es proteger a su dueña.
Ylva quedó sorprendida al escuchar la explicación de Aldric sobre sus poderes que habían bloqueado varias cosas en ella.
—¿Incluso mi aroma? ¿fue bloqueado por eso?
—Exactamente —confirmó Aldric—. Tu escudo ha ocultado tu presencia natural ante los demás. Pero lo que aún me intriga —agregó con un tono de admiración— es que a pesar de todas estas barreras, Ethan logró reconocerte como su mate.
Ethan al escuchar eso la miró con una admiración y cariño, comprendiendo ahora por qué era tan especial para él. Pues, el vínculo entre ellos era más fuerte que cualquier poder que intentara ocultarlo.
Aldric les aseguró que con el tiempo y entrenamiento, Ylva podría controlar su poder y desbloquear todas esas barreras que habían estado impidiendo su pleno desarrollo como pareja. Ethan sonrió, sabiendo que juntos podrían superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
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Editado: 26.06.2025