El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 63

El agotamiento pesaba sobre Ylva después de un largo día de entrenamiento, así que su cuerpo clamaba por descanso, pero Katrina no le dio opción.

—Ven conmigo, quiero mostrarte algo —le dijo, tomándola de la mano con emoción.

A pesar de su resistencia, no pudo rechazar aquella petición. Siguió a su hermana más allá del Palacio, cruzando senderos que nunca antes había recorrido.

—¿A donde vamos?

—Ya verás, sólo falta un poco —dijo Katrina con una sonrisa de esas que se contagian.

Ambas corrieron unos minutos más hasta que llegaron.

Ylva quedó sin palabras.

Frente a ella se extendía un prado vasto, el cual tenía una explosión de colores brillantes ondeando con la brisa. Las flores, de todas las tonalidades imaginables, parecían danzar bajo el cálido resplandor del sol.

Mariposas de alas iridiscentes flotaban en el aire, creando un espectáculo etéreo contra el cielo azul. y el clima era perfecto. Cálido, acogedor, como si el propio lugar la envolviera en un abrazo invisible.

Fue entonces cuando sintió un deja vu. Este prado… era el mismo de sus sueños.

Un escalofrío recorrió su piel, pero antes de que pudiera formular palabras, Katrina rompió el silencio.

—Este es el lugar favorito de mamá —le dijo con suavidad—. De todo el Reino, este era su refugio, aquí venía casi a diario, al menos eso es lo que me han contado. Pero lo cierto es que, cada vez que vengo, siento una conexión tan fuerte con ella, como si estuviera a mi lado.

Ylva sintió un latido intenso en el pecho. Había algo en este lugar. Algo más grande que ella misma. Pero entonces Katrina dijo algo más.

—Este sitio es mágico, Ylva. Puede revitalizar la energía de quien lo visita. ¿Lo sientes?

Ylva lo sintió de inmediato.

El cansancio que la había estado agobiando desapareció como si nunca hubiera existido. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero no eran de tristeza. Eran de emoción, de sensaciones que no podía describir. Cerró los ojos, y ahí estaba ella.

Luna.

La loba que la había acompañado siempre. La que susurraba en sus sueños, la que parecía ser parte de su alma. La imagen era clara. Su pelaje blanco como la nieve, su mirada sabia y profunda.

—Lo estás haciendo muy bien —susurró Luna con una voz que resonó en su interior—. Pronto estaremos juntas. Mamá te ama. Mamá las ama mucho mis pequeñas lobas.

Las lágrimas se deslizaron sin control cuando Ylva abrió los ojos. La emoción era demasiado. Katrina se acercó y le tomó la mano con fuerza, podía casi sentir lo que Ylva veía.

—Mamá es fuerte —le aseguró con convicción—. Y está luchando para que estemos juntas las tres, al fin.

El peso de aquellas palabras se instaló en el corazón de Ylva. Porque sabía que era cierto, ya que ella no dejaría que su madre muriera cuando podía ayudarla. Así que tenía la seguridad de que, pronto, todo cambiaría.

En otra parte del continente, la atmósfera era completamente distinta.

El salón de piedra de la fortaleza estaba impregnado de tensión mientras los hombres lobo de aspecto demacrado daban su informe al alfa.

Su líder observaba desde el trono improvisado en el centro de la sala, su mirada oscura y profunda, llena de furia contenida. Las cicatrices marcaban su rostro, testigos de innumerables batallas, señales de su brutalidad y autoridad.

Uno de los hombres lobo tragó saliva antes de dar la noticia.

—Mi señor… algunos miembros de la manada han huido. No sabemos cuántos más intentarán escapar.

El alfa apretó la mandíbula, eso no lo podía tolerar. El sonido de sus garras rascando el brazo de su asiento resonó en la sala, causando que el resto de los presentes se tensaran.

—Encuéntrenlos —ordenó con voz grave—. Y maten a cualquier traidor, ninguno merece vivir, me han desafiado y eso es imperdonable.

Las palabras fueron una sentencia inmediata, una orden que no requería explicación. Cualquier acto de rebeldía se pagaría con sangre.

Pero su furia no terminó ahí. Se incorporó, alzando la vista hacia los guerreros que aguardaban sus siguientes órdenes.

—No esperaremos más —añadió, con un tono que no dejaba espacio para dudas—. Preparen a los neófitos.

Algunos de los hombres lobo intercambiaron miradas entre sí, pero nadie cuestionó la orden. El alfa se acercó a uno de ellos, su presencia sofocante, su energía desprendiendo poder.

—Todos los reinos deben inclinarse ante mí. No hay lugar para la debilidad. No hay espacio para la tregua. Yo... soy el Rey.

Con esa orden, los vientos de guerra se estaban levantando, a la vez que el aire en la sala se tornó más pesado cuando una mujer entró con pasos temblorosos, y la mirada clavada en el suelo.

Makon, interrumpido en medio de sus órdenes, frunció el ceño con irritación.

—Habla —gruñó, su voz fría y peligrosa—. Si no quieres morir, di lo que tienes que decir.

La mujer tragó saliva, su cuerpo temblando mientras reunía el valor para hablar.

—Mi señor… —dijo con voz temblorosa—. El heredero ha muerto. No sobrevivió… al igual que la loba que lo dio a luz.

El silencio que siguió fue mortal. La mirada de Makon se oscureció, y su furia latente como un fuego fue imposible de contener.

Otra vez. Desde que tomó el lugar de Alfa, no había logrado conseguir un heredero. Cada loba que tomaba, cada descendencia que intentaba asegurar, terminaba en la misma tragedia.

Así que la rabia explotó sin control.

Su transformación fue instantánea, su cuerpo expandiéndose, sus garras emergiendo, su furia convertida en instinto asesino y sin vacilar, se abalanzó sobre la mujer y la desgarró con la misma brutalidad con la que gobernaba. La sangre tiñó el suelo, y nadie intervino.

La sala permaneció en un silencio sepulcral.

Cuando Makon finalmente se reincorporó, su mirada ardía con una resolución implacable.

—Encuentren a una loba más joven —ordenó con voz gélida—. Una que sea capaz de darme un heredero digno.




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