El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 66

La llegada de la familia de Ethan al Palacio de Lycandar fue un reencuentro agridulce. No hubo sonrisas amplias ni celebraciones, solo abrazos apretados, silencios pesados y miradas que decían más que cualquier palabra.

Iván, se apartó con él hacia uno de los balcones de piedra, desde donde se podía ver el bosque ondeando bajo la brisa nocturna. La conversación, inevitable, no tardó en surgir.

—Logramos escapar por los bosques del norte y algunos túneles —le dijo Iván, con el ceño fruncido—. Pero no todos lo consiguieron. Makon… arrasó con todo, Ethan. Lo destrozó. La manada… ya no existe como la conocíamos.

Ethan apretó los puños. Su mandíbula temblaba de la rabia contenida.

—Si yo hubiera estado ahí, papá… —murmuró, la voz áspera por la frustración—. Si no hubiera huido aquella noche, quizás… quizás estarían vivos.

—No digas eso —intervino Dereck, caminando hacia él con determinación—. En ese momento, luchar significaba morir inútilmente, porque Makon tenía un ejército detrás de él. Huir no fue de cobardes. Fue parte de la salvación de los que hoy respiran. No es tu culpa lo que ha pasado.

Ethan bajó la cabeza, pero sus ojos aún brillaban con la ira de quien se siente responsable.

Fue entonces cuando Aria, su hermana menor, se acercó y le rodeó el brazo con suavidad. Sus ojos, grandes y brillantes, reflejaban una tristeza dulce… pero firme.

—A veces creemos que la única forma de honrar una pérdida es a través del sacrificio —le dijo con ternura—. Pero eso no es siempre cierto. Las cosas pasan por algo, Ethan. Si estás aquí… si sobreviviste… es porque todavía tienes algo que cumplir. Y estoy segura que le devolveras a la manada la paz que una vez tuvo.

Las palabras de sus familiares no lo curaron de inmediato, pero sí sembraron una calma distinta. Un recordatorio.

Él no estaba solo.
Y lo que quedaba… todavía podía defenderse.

—Tienen razón.

Ylva se acercó a Ethan en silencio, sus pasos firmes pero suaves, como si pudiera percibir el torbellino de emociones que hervía dentro de él. Cuando estuvo frente a él, le tomó la mano con decisión.

—No estás solo, mi amor —le dijo con voz baja pero segura—. Jamás dejaré que cargues con esta guerra tú solo. Voy a ayudarte a derribar a ese usurpador… cueste lo que cueste.

Ethan levantó la mirada, sus ojos encendidos por un brillo silencioso. Aún con el corazón herido por la pérdida de su manada, pero en ese instante, halló consuelo en la mirada de su mate.

Iván, que los observaba desde unos pasos detrás, sonrió con orgullo.

—Me alegra ver que mi hijo tiene a su lado a una gran loba… una compañera que no teme luchar junto a él. Que lo ama de verdad. —Hizo una pausa, observando a ambos con intensidad—. Si ustedes se mantienen firmes, juntos… no habrá sombra que los apague.

Todos quedaron en silencio unos segundos, con el peso de aquellas palabras. Y entonces, con un leve suspiro, Ethan desvió la mirada hacia la ventana, como si necesitara encontrar coraje en el paisaje.

—Hay algo que aún no te he contado… —dijo en voz baja, mirando ahora a Ylva.

Ella frunció ligeramente el ceño y le apretó la mano con suavidad.

—Lo que quieras compartir, lo escucharé —susurró—. Jamás te voy a juzgar por decisiones que hayas tomado.

Ethan asintió y respiró hondo, como si desenterrar esos recuerdos le doliera más de lo que mostraba.

—Antes de que Makon tomara el poder… —comenzó, la mirada perdida en el horizonte—, el líder de nuestra manada era mi tío, Lykan. Gobernó durante siglos. Era justo, sabio, pero también firme. Bajo su liderazgo, los clanes vivieron años de equilibrio.

Ylva escuchaba sin interrumpir, captando cada detalle con los sentidos alerta.

—El problema comenzó con la presión de algunos consejos de lobos ancianos, porque ni siquiera los Reyes se metían en estos asuntos —Ethan bajó el tono—. Veían que mi tío no tenía un heredero, y eso les preocupaba, según ellos. Le exigían que tomara otra loba, una fértil. Pero… mi tía, era su única elegida, pero no podía concebir. Era estéril.

Se hizo una pausa. Dolorosa.

—Pero él no quiso abandonarla, ni por política, ni por linaje. —Ethan sonrió, una de esas sonrisas tristes que viven en el recuerdo—. Estaban enamorados de verdad, Ylva. Eso de amor verdadero… lo vi en ellos, así como en mis padres.

—¿Y qué pasó con ella? —preguntó Ylva con cuidado.

Ethan desvió la mirada, y el aire pareció volverse más denso.

—Murió en una emboscada. Fue una trampa cuidadosamente tendida por lobos que se escondían bajo la lealtad. Ella... murió en segundos. Y él… —sacudió la cabeza—. Nunca volvió a ser el mismo.

Ylva bajó la mirada, conmovida por el dolor transmitido.

—Después de eso —continuó él—, mi tío se convirtió en un lobo, mmm, errante, emocionalmente. Se negaba a tener otra mate, pero comenzó a buscar placer momentáneo, mujeres de paso, sin compromiso, sin alma. Solo cuerpos que no le devolvían el eco de la suya, tomaba a cualquiera, humana, lobas, o de otra especie.

El silencio que siguió fue largo.

—Cuando entendió que nunca tendría hijos, me eligió a mí. Lo anunció como una decisión firme: “Si alguna vez caigo, mi linaje continuará contigo, Ethan.” —Sus ojos se oscurecieron con tristeza—. Pero lo que nadie supo… fue que esa elección despertó la codicia de otros. Y Makon… supo aprovechar la oportunidad.

Ylva entrelazó sus dedos con los de él, firme y sin palabras. Porque sabía que a veces, el mayor consuelo no está en lo que se dice, sino en quién está cuando lo compartes.

—Lo peor es que le dimos abrigo a Makon. Lo tratamos como parte de la familia, sin saber lo que realmente tramaba.

Ethan bajó la mirada mientras hablaba, su voz arrastrando memorias que aún olían a traición.

—Recuerdo esa noche claramente —intervino Ivan, la rabia latente bajo cada palabra—. Una loba llegó a la casa de mi hermano con un bebé en brazos… jurando que era suyo. Que ese niño era su heredero.




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