La noche anterior fue de fuego y ternura, donde Ylva y Ethan, sabiendo que el amanecer traería sangre, se permitieron un instante de eternidad.
Sus cuerpos se unieron en un silencio sagrado, donde el deseo no era solo físico, sino más allá de la piel. Una danza entre almas destinadas. El mundo afuera se desvaneció. Solo existían ellos, y el amor que los sostenía antes de la tormenta.
Pero el amanecer llegó. Y con él, el olor a batalla. El aire estaba denso, cargado de magia, miedo y determinación. Incluso los árboles parecían contener la respiración y las nubes se arremolinaban como si el cielo mismo se preparara para mirar sin intervenir.
Lyra caminaba por los pasillos del Palacio con el corazón en la boca. Por primera vez en siglos, sus visiones eran borrosas y el futuro se movía como agua agitada.
—No puedo ver más allá de esta batalla —le confesó a Aldric—. Y eso me aterra.
—Tranquila tía, haremos todo lo que está en nuestras manos.
Cada especie estaba lista. Los dragones sobrevolaban las llanuras, sus escamas brillando como armaduras vivas. Los elfos se alineaban con sus arcos de luz, y sus ojos afilados como cuchillas.
Las hadas tejían encantamientos en el aire, sus alas vibrando con energía ancestral. Los enanos marchaban con sus martillos y escudos, formando una muralla de acero y voluntad. Los licántropos, liderados por Ethan, se preparaban para la transformación. El rugido de sus almas ya se sentía bajo la piel.
Ylva se colocó su armadura de hielo y plata, la capa ondeando como una bandera de guerra. A su lado, Ethan ajustaba sus guanteletes, la mirada firme, y el corazón encendido.
—¿Lista mi amor? —preguntó él, sin apartar la vista del horizonte.
—Más que nunca —respondió ella—. Hoy no peleamos solo por nosotros. Peleamos por todos los que no pueden hacerlo.
El cuerno de guerra sonó. Un sonido grave, antiguo, que despertaba memorias de batallas pasadas.
Ylva cerró los ojos un instante. Recordó a su madre, en su forma lobuna. Se imagino al tío de Ethan y a la esposa como pudieron verse en el pasado. Y a cada alma que había caído por culpa de Makon.
Hoy, la historia cambiaría.
«Porque cuando el amor se convierte en fuerza…
la guerra no es solo destrucción. Es renacimiento» pensó Ylva mientras que Luna también pronunció las mismas palabras.
De pronto el suelo tembló. No por magia, ni por dragones o algunos troles. Sino por algo más antiguo. Más podrido.
Makcon apareció en el horizonte, rodeado por un ejército que parecía salido de una pesadilla.
Criaturas deformes, con extremidades torcidas, ojos vacíos y piel que colgaba como trapos húmedos.
Demonios encadenados por runas oscuras, gruñendo con hambre de sangre.
Licántropos corruptos, con garras negras y espinas saliendo de sus espaldas.
Ylva frunció el ceño, porque el olor llegó antes que el sonido.
Putrefacción. Muerte. Magia rota.
—Huelen como si la oscuridad los hubiera devorado desde dentro —murmuró—. Como si ya no fueran seres… sino cascarones. Zombies con garras.
Ignis, la reina dragón, soltó una carcajada desde lo alto. Su voz resonó como un trueno entre las montañas.
—Jamás en mi vida he visto espectros tan inútiles —rugió—. ¿Eso es lo que trae Makon? ¿Carne podrida y bestias sin alma?
Pero Tari, la reina elfa, no sonrió. Sus ojos, profundos como lagos antiguos, se clavaron en Ignis con calma.
—No subestimes a la oscuridad —dijo—. Puede consumir incluso a los más sabios… si se le deja entrar. Y a veces, lo hace sin que lo notes.
El silencio que siguió fue pesado.
Makon avanzó entre sus filas, su armadura negra brillando con runas rojas. Sus ojos se clavaron en Ylva, pero ella no se movió.
—¿Ese es el Alfa que cree que puede gobernar? —susurró Katrina, a su lado.
—Ese es el cadáver que aún no sabe que está muerto —respondió Ylva, con una sonrisa helada.
Los ejércitos se alinearon y las lanzas se alzaron.
Los hechizos se cargaron. Y el mundo contuvo el aliento.
Porque cuando la oscuridad se presenta con dientes… la luz debe responder con fuego.
Un rugido volvió a romper el cielo y nuevamente no fue de dragón, ni de lobo. Fue un grito de una guerra que llevaba siglos esperando estallar.
Las líneas se chocaron como olas de fuego y sombra y el suelo se tiñó de sangre, magia y ceniza.
Los hechizos estallaban en el aire como relámpagos vivos. Las garras se cruzaban con espadas.
Los cuerpos caían… y otros se alzaban sobre ellos.
Ethan y Ylva luchaban espalda con espalda.
Sus movimientos eran sincronizados, como si sus almas se comunicaran sin palabras. Él derribaba a los licántropos corruptos con fuerza brutal.
Ella congelaba a los demonios con su poder de hielo, quebrando sus cuerpos como cristal.
Pero la batalla no era justa. Los aliados caían. Un dragón fue derribado por una lanza envenenada.
Un grupo de elfos fue rodeado por espectros que se movían como humo. Un hada del crepúsculo se sacrificó para proteger a un niño humano que había quedado atrapado.
Ylva lo vio todo. Cada pérdida. Cada sacrificio.
Y su corazón ardía con furia.
—¡Ethan, a la izquierda! —gritó, lanzando una ráfaga de hielo que partió a una criatura en dos.
—¡Estoy contigo! —respondió él, girando para protegerla de un ataque por la espalda.
Pero entonces, el aire cambió.
Makon se movió.
No corrió. No rugió. Simplemente caminó entre la batalla como si el caos lo obedeciera. Sus ojos estaban fijos en Ylva. No en el ejército. No en Ethan.
Solo en ella.
—¡Ylva! —gritó Lyra desde lejos, sintiendo el cambio en la energía—. ¡Él va por ti!
Ylva lo sintió también. Como si la oscuridad la estuviera llamando por su nombre.
Makon sonrió. Pero era una sonrisa oscura como si fuera una promesa de destrucción.
Ethan se interpuso, pero Makon lo lanzó lejos con una onda de energía oscura. Ylva cayó de rodillas, el impacto sacudiendo su pecho.
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Editado: 04.11.2025