El despertar del lobo. Crónicas del diamante

Capítulo 71

La batalla rugía alrededor, pero en el centro del caos, solo dos figuras importaban. Makon, con su armadura oscura y ojos encendidos por ambición, se acercó a Ylva con paso firme, arrogante, como si el mundo ya le perteneciera.

—Inclínate —ordenó, su voz grave como un trueno contenido—. Te reclamo como mía. Tu sangre me pertenece.

Ylva lo miró… y soltó una carcajada tan intensa, tan desbordada, que por un momento pareció una lunática. El sonido cortó el aire, burlón, porque no era una risa dulce. Era una risa salvaje, irónica, como si la locura y la lucidez se abrazaran en su pecho.

—¿Tú? ¿Reclamarme? —dijo entre risas—. ¿Con qué derecho? ¡Soy libre como el ave!

Makon frunció el ceño, molesto. Pero su olfato no mentía. Ella tenía un vínculo. Y era con el lobo que él había lanzado lejos, Ethan, sentía una picazón en su nariz pero para él eso no era nada.

—Ese lazo débil no significa nada —escupió—. Él no tiene lo que yo tengo. Tú llevarás mi marca. Porque tu linaje… es poderoso. Y yo lo necesito.

Ylva se cruzó de brazos, aún sonriendo.

—Tendrás músculos, Makon. Pero cerebro… te falta. Y sentido común también.

Makon rugió, furioso, ninguna loba se había atrevido tanto como ella. Intentó someterla, lanzándose con velocidad, pero Ylva se movía como viento entre espinas. Cada golpe, cada intento de atraparla, era evadido con agilidad impresionante.

—¡Estupida Omega! —escupió furioso.

Makon se frustró, porque no podía tocarla y mucho menos no podía dominarla. ¿Como podría marcarla así?

Entonces se transformó. Su cuerpo se expandió, sus huesos crujieron, su piel se rasgó y un lobo negro gigantesco emergió, con ojos rojos y colmillos como dagas. Pero su forma era horrenda. No majestuosa. ni ancestral. Solo grotesca.

Ylva lo observó sin miedo.

—¿Eso es todo? —susurró.

Y entonces, ella también cambió, hasta ese momento habia luchado con su forma humana. pero ahora era el momento de mostrar todo su poder.

Su cuerpo se alzó, y su piel se cubrió de pelaje blanco como la luna. Una licántropa de belleza feroz, mezcla perfecta de humano y lobo, con garras de hielo y ojos que brillaban como estrellas antiguas.

Su tamaño no era pequeño y su presencia… era inmensa.

Makon retrocedió un paso aunque lo disimuló. Pero Ylva lo olió.

—¿Eso es miedo, Makon? —dijo con voz grave—. Huele… delicioso.

Y la pelea comenzó.

Makon atacó con una fuerza bruta embistiendo como un toro desbocado, pero Ylva respondió con precisión, con mucho más poder. Lanzó hielo desde sus garras, su crioquinesis creando estalactitas que cortaban el aire.

El intento lanzarse una vez más sobre ella, pero Ylva lo esquivó, girando sobre sí misma, y dejando estelas de escarcha en el aire. Sus garras se cruzaron y Makcon intentó morderla, pero ella lo congeló parcialmente, dejando su mandíbula entumecida.

Él rugió, liberándose con violencia. Lanzó una onda de energía oscura que partió el suelo pero Ylva saltó, giró en el aire, y lanzó una ráfaga de hielo que se incrustó en su lomo.

Makcon gruñó, pero no se detuvo. Intentó penetrar en su mente, invadir sus pensamientos, sembrar miedo y hacer que le fuera obediente como toda una sumisa a un amo.

Pero para su sorpresa se encontró con un muro. Una especie de fortaleza. Y fue ahí que se dio cuenta que ella no es una loba cualquiera, es una loba que no se doblegaba ante nadie.

—No puedes entrar —dijo Ylva, mientras lo golpeaba con una ráfaga de escarcha—. Porque no hay espacio para ti en mi alma, cucaracha.

Makon retrocedió, jadeando, sus ojos mostraban lo que sentía. Su pelaje ennegrecido comenzaba a agrietarse. Ylva avanzó, sus ojos brillando con poder.

—Tú querías una débil omega —dijo ella riéndose—. Pero encontraste una reina.

Ella extendió sus brazos en el aire y con un rugido que sacudió hasta el mismísimo cielo, se lanzó sobre él.

Y por primera vez… Makon sintió que el final podía olerse.

Porque el aire, denso y cargado con el hedor acre de la malicia de Makon, se tensó, era un cambio en todo, una vibración que hasta las hormigas podían sentir.

El lobo lo sintió y no necesitó ver; el instinto, más antiguo y afilado que la vista, le gritó que el final no era suyo, era como ese presentimiento helado, casi una premonición, que le recorrió la espina dorsal:

El final no sería de Ylva. Sería el suyo y tenía que hacer algo antes de que llegará. No estaba dispuesto a perder.

En ese instante, giró el hocico, el olfato se agudizó hasta volverse doloroso. Percibió la cercanía de Ethan, un rastro fresco de protector y ancla. Creyó que ese lobo tonto moriría con ese lanzamiento que le había dado, pero ahora se alegraba que no fuera el caso.

Podía sentir que está herido, pero seguía vivo. Una sonrisa cruel, macabra, se dibujó en el rostro bestial de Makon. Ese era el vínculo. La debilidad de ella, el punto por el que podía doblegarla, someterla a su voluntad y convertirla en su mate.

—Perfecto —gruñó—. Si no puedo someterla por fuerza… lo haré por su amor.

Con un rugido que buscaba intimidar y desviar la atención, Makon concentró sus fuerzas, el músculo tenso, y giró su cuerpo masivo hacia la dirección de donde venía Ethan. Estaba listo para el juego perverso.

Pero lo que vio en Ylva no fue el miedo que esperaba.

Así que todo cambió. Ylva llevó su mirada a donde venía su amado, estaba herido porque se tambaleaba entre los cuerpos, por lo que corría con dificultad.

Pero al ver a Ethan en peligro inminente, algo se rompió dentro de ella o quizás... se liberó

Porque no fue un quiebre; fue una explosión. El control férreo que siempre había mantenido sobre sus dones se desintegró en un instante de necesidad pura. Un rugido brotó de su pecho, como si fuera un llamado donde los linajes silenciados, el poder oculto de los elfos y las hadas, se unieron a la bestia licántropa.




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