El sol del amanecer se elevaba con una promesa dorada sobre el valle. La victoria era palpable, respirada en el aire limpio y fresco que había desplazado la pestilencia de Makon.
Los Reinos celebraban, pero la alegría se entrelazaba con el luto. Banderas rasgadas ondeaban junto a rostros ennegrecidos por el dolor. Se contaban las bajas, se honraba a los caídos.
Los dragones alzaban sus alas en señal de honor.
Los elfos entonaban cantos antiguos por los caídos.
Las hadas tejían coronas de luz para los héroes.
Los enanos encendían fuegos sagrados en memoria de los que no volverían.
Cada raza había perdido. Guerreros valiosos. Hijos. Hermanos, padres.
Sin embargo, en medio de las lágrimas, una esperanza silenciosa unía a todos. Cierta leyenda, susurrada entre los más ancianos, hablaba de aquel que poseía el poder de devolver la vida; la capacidad de restaurar aquello que la guerra había arrebatado, una vez que el poder del diamante se restableciera por completo.
—Cuando el equilibrio se restablezca —dijo Elara, en voz baja—, habrá uno que podrá devolverles la vida, no perdamos nuestra fe hermanos. No será por magia… sino por amor a nuestras especies.
Ylva, la catalizadora de la victoria y ahora inconsciente, fue llevada con la reverencia de una heroína al corazón del Castillo de los Licántropos.
En una habitación de tapices gruesos y piedra pulida, Ylva yacía inmóvil, de nuevo vestida, pero pálida. Sus hermanos, Aldric y Katrina, ambos con conocimientos médicos en su raza la examinaban con una mezcla de preocupación profesional y angustia fraternal.
—Estoy segura que nuestra hermana despertará pronto —dijo Katrina tratando de mantener una actitud positiva.
Aldric, quien siempre ha sido un hombre metódico y práctico, frunció el ceño mientras revisaba el pulso y la respiración de su hermana.
—El agotamiento es total, Katrina —dijo en voz baja, sin dejar de sentir el frío residual que emanaba aún de su piel—. Ha drenado su núcleo por completo. Nunca había visto algo así. No sé cuánto tardará en...
Pero qntes de que pudiera terminar, la Reina Elfa Tari, de porte regio e inmutable, se acercó al lecho. Su mirada, antigua y penetrante, no se posó en el cuerpo de Ylva, sino en el aire que la rodeaba.
—Ella está bien, Aldric —afirmó Tari con una voz tan suave como el musgo, pero con la innegable autoridad de quien conoce verdades más profundas—. Lo puedo sentir. El poder está sellado, en reposo, pero su espíritu está intacto.
Aldric se enderezó. La molestia era palpable. Él, que acababa de revisar cada signo vital y cada residuo de energía, no podía aceptar esa simple afirmación mística.
—Con todo respeto, Majestad —replicó Aldric, su voz baja y tensa, con un matiz de desafío—. Acabo de examinar a mi hermana. Su energía está al límite. Decir simplemente que "está bien" es minimizar la magnitud de lo que ha hecho y...
El aire entre ellos crepitó. Tari levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Aldric. No hubo gritos, pero la tensión era casi física. Fue como un choque eléctrico entre la ciencia lupina y la sabiduría elemental élfica. Ambos mantuvieron la mirada por un instante que pareció eterno, el lobo escéptico frente a la elfa conocedora.
Katrina intervino suavemente, colocando una mano en el brazo de Aldric, antes de que el roce pudiera volverse una escaramuza abierta.
Mientras tanto Ethan, que había permanecido cerca de la puerta, observando la escena con el corazón en un puño, dio un respingo.
Fue repentino, claro y completamente inesperado. Una voz—la voz de Ylva—resonó directamente en el centro de su mente, a través del vínculo que compartían, pero del cual antes no habia podido usar con ella.
"No te preocupes, mi lobo. Estoy bien. Dile a Aldric que baje la guardia, la Reina Elfa tiene razón."
Ethan se quedó helado, sus ojos se abrieron de par en par. Miró el cuerpo inmóvil de Ylva. Ella estaba dormida. ¿Cómo era posible que la escuchara con tanta claridad?
La voz volvió, cargada con el afecto juguetón que tanto amaba.
"Solo estoy... agotada, mi amor. Ha sido una fiesta de elementos, ¿sabes? Un poco cansada. Pero cuando despierte..." Hubo una pausa, y la intención de la voz se hizo deliciosamente pícara. "...quiero disfrutar de un sabroso lobito."
Ethan sintió cómo la sangre se le subía al rostro, pintándole las mejillas de un rojo intenso. El calor se extendió hasta sus orejas.
¡Ella no estaba tan inconsciente! ¡Y ese tipo de pensamiento...!
La tensión en la habitación se rompió, cuando Aldric, Katrina y Tari, que discutían en voz baja, se detuvieron y lo miraron fijamente.
Ethan estaba tan sonrojado y tan obviamente abrumado que, para los demás, parecía haber perdido la razón, pues no entendían porque estaba tan rojo.
—Ethan, ¿estás bien? —preguntó Katrina, frunciendo el ceño—. Me parece que tienes fiebre, deberías de decirle a mi tía que te de algún medicamento antes de que empeore.
Ethan balbuceó, incapaz de articular una palabra, y solo logró sacudir la cabeza con torpeza. Todos en la habitación se miraron entre sí, sin entender. Solo veían al esposo, el guardián de Ylva, de pie en un rincón, sonrojado como un tomate por una razón que solo él conocía.
«Loco de amor» pensó Aldric con un suspiro, volviendo a enfocarse en la respiración de su hermana.
Pero mientras todos los miraban raro, Aria levantó una ceja. Ignis se rió por lo bajo. Tari lo observó con curiosidad.
Ethan solo podía sonreír para sus adentros, sintiendo el calor de la promesa y la confirmación: Ylva estaba bien y pronto estarían disfrutando juntos de momentos agradables, ya que solo él podía escucharla.
Solo él sabía que, aunque dormida…
Ylva seguía siendo fuego.
Y así mientras el mundo comenzaba a sanar,
el legado de la loba blanca apenas empezaba a despertar.
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Editado: 04.11.2025