Los días se deslizaron en una bruma de preocupación y esperanza en el Castillo de Lycandar. La victoria era segura, pero la presencia inerte de Ylva mantenía un hilo de tensión en el aire. Ethan permaneció a su lado, velando su sueño, mientras que la voz juguetona de Ylva resonando a veces en su mente, un secreto íntimo y reconfortante.
Una mañana, el sol se filtraba a través de las ventanas de la habitación de Ylva, pintando patrones dorados en el suelo. Ethan, dormido en una silla junto a la cama, fue despertado por un ligero movimiento. Levantó la cabeza, aturdido, y sus ojos se encontraron con un par de orbes que ahora brillaban con un familiar matiz azul, no el blanco cegador del poder desatado, sino la calidez y la inteligencia de su Ylva, luego sonrió como si el sol hubiera nacido solo para él.
Una sonrisa se extendió por el rostro de Ylva, débil al principio, luego más fuerte.
—Mi lobito... —Su voz era un susurro ronco, pero lleno de vida.
Ethan se lanzó hacia ella, tomándole las manos con delicadeza, sus ojos empañados.
—¡Ylva! Mi nevosa. Estás despierta... ¡Dios! me tenías preocupado. Pensé que me volvería loco si no abrías tus ojos.
Ella se rió, una melodía suave que disipó la última sombra de preocupación.
—¿Preocupado? Si me acabo de enterar de que soy el lobo más poderoso que ha visto el mundo, ¿no? —Una chispa juguetona brilló en su mirada—. Y además prometí disfrutar de sabroso lobito al despertar.
Ethan se sonrojó de nuevo, pero esta vez con una felicidad desbordante. El alivio lo invadió, un torrente de calidez que ahuyentó los días de ansiedad.
Ella lo atrajo hacia sí, y se fundieron en un abrazo largo, profundo. No había palabras suficientes.
Solo piel, susurros, y el alivio de estar vivos.
En ese momento es como si el mundo se hubiera detenido para que se reencontraran.
Sus cuerpos se buscaron con ternura, sin prisa, como si cada caricia fuera una promesa.
Ylva se sintió completa. No por el poder. Sino por él.
Ethan estaba extasiado con el aroma embriagador de Ylva a su lado, su piel suave y cálida le invitaba a más. Ella lo miraba con su brillante mirada de color azul que lo hipnotizaba.
—Mi pequeña nevosa—susurró Ethan con un tono ronco y lleno de deseo mientras acariciaba su mejilla con ternura.
Ylva sonrió pícaramente antes de acercar sus labios a los de Ethan en un beso apasionado y salvaje. Sus cuerpos se fundieron una vez más en un abrazo apasionado mientras ella le susurraba al oído con voz seductora:
—Quiero sentirte en cada fibra de mi ser.
Ethan, excitado por la intensidad de sus palabras, la tomó en brazos con delicadeza y se entregaron el uno al otro en un frenesí de deseo y amor, sus cuerpos entrelazados como uno solo mientras se perdían en un éxtasis de placer y pasión. Juntos exploraron cada rincón de su ser, uniéndose en un vínculo indisoluble que los llenaba de éxtasis y satisfacción. Al final, exhaustos pero feliz, se quedaron abrazados, sabiendo que su amor y conexión eran eternos.
Horas más tarde, mientras descansaban entre sábanas tibias, Ylva se incorporó, mirando por la ventana.
—Tengo que entrenar más —dijo, con la voz firme—. Lo que despertó en mí… no está del todo bajo control.
Ethan se acercó por detrás, rodeándola con los brazos.
—Lo harás. Y no estarás sola, cariño. Tus hermanos están listo para entrenarte, solo que tomate un poco de descanso más.
Ella apoyó la cabeza en su pecho.
—Te amo Ethan Volkov.
—Te amaré por toda la eternidad, Ylva Lancaster, mi amada luna.
Los siguientes días fueron un remanso de paz y profunda conexión. La convalecencia de Ylva fue rápida, su extraordinario poder acelerando la recuperación. Fue un tiempo para ellos, para reconectar y para celebrar su propia supervivencia.
Largas conversaciones a la luz de las velas, toques tiernos, risas compartidas. Se sentían completos, un ancla el uno para el otro en un mundo que aún prometía desafíos. La conexión entre ellos, forjada en la batalla y cimentada en el amor, se había profundizado con el despertar de Ylva. Había una nueva capa de entendimiento, de susurros compartidos a través del vínculo que solo ellos podían oír.
A pesar de la felicidad palpable, sabían que el camino no terminaba ahí. La victoria sobre Makon era solo una batalla ganada, no la guerra.
Ylva, sintiendo la inmensidad de su poder, una fuerza que todavía la sorprendía, comprendió su nuevo propósito.
—Necesito entrenar, Ethan, creo que ya he descansado lo suficiente —dijo una noche, sus ojos fijos en la luna llena que se asomaba por la ventana—. Realmente entrenar, porque no es solo mis habilidades licántropas, sino todo esto... el hielo, el fuego, lo que sea que provenga de mis ancestros elfos y hadas. Solo así podré estar lista.
Ethan la miró con admiración.
—¿Lista para qué, mi amor?
—Para ir a buscarlos, quiero ir en busca de mis padres así que... debo estar lista.—respondió Ylva, con una determinación férrea en su voz—. Estoy segura de que si este poder es tan grande como parece, debe ser capaz de traerlos de vuelta. Tenemos que encontrarlos.
—¡Por supuesto! —asintió Ethan feliz.
Una tarde, antes de que los entrenamientos empezarán, Ethan la llevó a un claro secreto cerca del castillo, un lugar donde las flores silvestres florecían en abundancia y un arroyo canturreaba suavemente. Había planeado este momento desde el instante en que Ylva había vuelto de alguna manera a la vida.
Cuando llegaron, Ylva se quedó sin aliento. El claro estaba adornado con delicadas luces mágicas, y un pequeño festín de sus comidas favoritas aguardaba sobre una manta.
—¿Qué es todo esto cariño? —preguntó ella, sus ojos brillando.
—Una celebración para mi luna, por estar de vuelta y por todo lo que eres —dijo Ethan, tomándole las manos. Sus ojos, profundos y sinceros, reflejaban todo su amor.
Se arrodilló sobre una rodilla, sacando de su bolsillo un pequeño estuche de madera. Al abrirlo, reveló un anillo: una sencilla banda de plata labrada con motivos de lobos y una pequeña piedra de luna en el centro, que parecía capturar la luz del crepúsculo.
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Editado: 04.11.2025