El despertar del mago

Prólogo

El cielo ardía en un rojo intenso, un lienzo de sangre sobre un campo de batalla desolado. Cadáveres yacían a mi alrededor, silenciosos testigos de la situación del lugar. Mis propios huesos parecían crujir bajo el peso de las heridas. La sangre se mancillaba en mi boca.

Mi fiel espada, compañera de incontables combates, se tambaleaba a mi lado, su filo desgastado. Una batalla más y se partiría en dos.

Mis enemigos, que no eran humanos, acechaban a una distancia peligrosa. Sus garras, sus dientes afilados y su piel gris, una aberración de la naturaleza, me recordaban que estaba luchando contra algo más que un ejército. Eran demonios, criaturas de total pesadilla.

Apreté los puños debido a la rabia que sentía. No podía evitar mirar a mis compañeros caídos, a la vida arrancada de manera brutal. Luchaba por controlar la furia que me consumía.

Los demonios, con sus grotescas risas, me observaban. Su alegría macabra era palpable. Yo era el último superviviente, la última esperanza para este condenado mundo.

No busqué sobrevivientes. Las posibilidades de ganar eran mínimas. Mi maná se había agotado. Mi espada, una reliquia de tiempos mejores, era mi única arma. Estaba condenado a morir.

La respiración se me hizo dificultosa, pero con un esfuerzo sobrehumano logré recuperar el aliento. Mi mirada se clavó en los demonios, mi espada apuntando hacia ellos, una amenaza silenciosa.

—No me vencerán tan fácilmente, estúpidos demonios — dije con mi voz ronca y llena de odio.

Las miradas de los demonios se volvieron asesinas. Pero yo no temía. Sabía que su ataque era inevitable.

— ¡MALDITO MOCOSO!

El primer demonio se abalanzó sobre mí. Era una estrategia suicida, incluso para un ser tan despiadado. El más poderoso de los demonios no atacaría tan impulsivamente, sobre todo sabiendo que era el único superviviente.

Pero ese demonio parecía decidido a destrozarme.

Me lancé hacia él con la velocidad que me permitía mi cuerpo magullado. Tenía un plan, un movimiento preciso para desmantelar su ataque sin arriesgar mi espada.

El demonio claramente planeaba usar sus garras para acabar en el pecho, buscando mis pulmones o mi corazón.

Pero yo lo había anticipado. Con un movimiento veloz, desvíe su ataque, raspando su hombro con el filo de mi espada. Temía que se rompiera, pero aguantó. No sabía cuánto más resistiría.

Los otros dos demonios, al presenciar mi movimiento, se lanzaron sobre mí, una amenaza conjunta.

— Mierda, estoy acabado.

Esta vez usarían magia. Mi espada se rompería, sería electrocutado, calcinado, congelado o quién sabe qué. Pero no moriría como un cobarde. Moriría como un guerrero, como un mago que luchó hasta el final.

Me preocupaba por el reino, por las personas que aún quedaban.

"Idiota, ¿por qué piensas en eso? Ya estarás muerto, no podrás hacer nada"

De pronto, los demonios se detuvieron a escasos centímetros de mí. Sus deseos asesinos se congelaron de manera repentina.

— Dejenlo ya. Yo me ocuparé de él — dijo una voz fría, imponente.

El último demonio, el que había permanecido inmóvil hasta ahora, ordenó a sus compañeros. Se apartaron sin discutir. Su respeto por el líder era palpable.

Me preparé, analizando la situación. Mi instinto me decía que este enemigo era más fuerte que los otros, mucho más.

— Quiero que se alejen de aquí — espetó el demonio. — Mejor busquen si hay más sobrevivientes y acaben con ellos.

Nos quedamos solos. El demonio, una amenaza formidable, y yo, un mago herido y desarmado.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo. Un escalofrío me recorrió la piel. Era la muerte misma la que me acechaba.

El demonio comenzó a crecer, a deformarse, a engordar. Escamas nacieron de su piel, cubriéndole en una coraza escamosa. Un cosa totalmente horrible.

— Lamentarás cada segundo de tu existencia, humano insolente. Tu muerte será dolorosa — dijo, con una voz gutural. Se lanzó hacia mí a una velocidad inhumana.

La impotencia me obligó a reaccionar. Mi cuerpo, atemorizado, me impulsó a un ataque desesperado. Nunca pensé en las consecuencias.

Mi espada se rompió al impactar contra la piel del demonio. Era dura como la roca.

Había terminado. Una muerte dolorosa me esperaba. Mi cuerpo estaba debilitado, mi mente se nublaba. No podría hacer nada para detener la matanza que se avecinaba.

Fue en ese momento que mis recuerdos me invadieron, una avalancha de imágenes. Una sola pregunta surgió de mi mente:

¿Cómo diablos habíamos llegado hasta este punto?




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