Mi nombre es Aden, tengo 14 años recién cumplidos.
Soy hijo de campesinos en la aldea Geck, un pueblo humilde del Reino Earth. A pesar de crecer entre el pasto y la tierra, nunca me interesó la labor agrícola.
Mis papás aún no lo sabían, yo siempre les decía que estaba de acuerdo con su vida, pero las cosas se tornarían complejas.
La presión sobre mí era inmensa. Cada día, mi padre me explicaba algo diferente sobre los cultivos, y yo trataba de poner atención por el bien de todos. Pero mi interés era fingido.
Un día, todo iba a cambiar.
De niño, iba con mi madre a nuestro paseo semanal por la aldea. Geck era un pueblo pequeño, con casas humildes de piedra y madera, rodeado de campos de trigo que se extendían hasta donde la vista alcanzaba.
La plaza central era un punto de encuentro animado, con la posada, la tienda de herrería y la taberna. Era un lugar bullicioso, con mesas de madera llenas de gente riendo y hablando. El olor a cerveza y comida flotaba en el aire. Un lugar donde la vida transcurría a un ritmo tranquilo y pausado.
Siempre me molestaba cuando mi madre se quedaba conversando con sus amigas.
— Ay, mamá, ¿cuánto tiempo vas a estar aquí? — decía quejándome constantemente.
Era inútil, no me escuchaba.
Por suerte, me encontré con Kalmer, mi mejor amigo. Él era un chico travieso, de pelo pálido y siempre sonriente. Envidiaba su libertad: podía ir y venir por la aldea a su antojo. Me propuso acompañarlo en una de sus aventuras.
Me volví hacia mi madre, que estaba tan cómoda conversando que supuse que no terminaría pronto. Tendría una oportunidad.
El pueblo era muy pequeño, perfecto para carreras y juegos. La gente nos miraba, pero no se quejaban de nosotros. Solo éramos dos niños jugando, ¿qué podía pasar?
Mientras corría, algo me hizo detenerme.
Había escuchado unas palabras en mi mente, pero no podía distinguir de dónde procedían. Si no estaba equivocado, una voz me llamó por mi nombre: "Aden". Segundos después volví a escuchar lo mismo. Esta vez sí logré encontrar su origen.
Era una vieja anciana que se encontraba detrás de mí, pequeña y encorvada, con el rostro arrugado. Su pelo blanco como la nieve le caía sobre los hombros, y sus ojos, hundidos en sus cuencas, brillaban con una luz extraña.
Ella se encontraba a escasos centímetros detrás de mí, entre la multitud de personas. Podía ver cómo me hacía señas con las manos para que me acercara a ella.
Estaba muy dudoso. Mi madre siempre me había dicho que no hablara con personas extrañas, y, además, conocía a todas las personas que vivían en la aldea. Sin embargo, era la primera vez que veía a esa señora.
La voz de la anciana me llenó de escalofríos que recorrían mi cuerpo, mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Además, no me consideraba un niño malo que no ayudaba a las personas, así que reflexioné sobre si esa anciana podría necesitar ayuda. Recordé las palabras de mi padre: “Ayuda a quien lo necesite y serás recompensado”. No podía pasar por alto esa situación, así que decidí acercarme.
A pesar de mis pensamientos, mis piernas empezaron a moverse con libertad. No temía ayudar a la señora, pues creía que no sucedería nada malo.
Kalmer notó mi extraño comportamiento al instante y frunció el ceño al verme hacer movimientos inusuales.
— Eh... amigo, ¿te encuentras bien?— preguntó sin obtener respuesta de mi parte.
Me sentía confundido y aturdido, con un nudo en el estómago, una mezcla de miedo y confusión. Mi mente se nubló y sentí como si un torbellino invisible me arrastrara hacia lo desconocido.
Kalmer agarró mi brazo de repente, sacándome de aquel estado confuso. Supongo que me detuvo de cometer lo que parecía ser una locura. La misteriosa presencia había desaparecido.
—¿Había sido todo una ilusión?”, me pregunté, incrédulo.
A pesar de que yo la había visto y escuchado claramente, como si sus palabras me tocaran profundamente, parecía que nadie más se había percatado de la anciana, pues todo continuaba con normalidad.
—¡Aden! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?— me preguntó Kalmer, preocupado.
Para no alarmarlo más, decidí relajarme y decir que todo estaba bien, y él me creyó. Sin embargo, me di cuenta de que había pasado mucho tiempo desde que me separé de mi madre.
Antes de que pudiera buscarla, la vi corriendo hacia mí, con el rostro enrojecido y las manos en la cintura, claramente molesta y esperando explicaciones.
—Sabes lo que pasará ahora, ¿verdad? — afirmó, y asentí avergonzado despidiéndome de Kalmer, sabiendo que me esperaba un castigo en casa.
A pesar de todo, seguía pensando en lo ocurrido aquel día y en su misteriosa anciana.
Es cierto que ahora he crecido y soy más maduro, pero ese día no se me olvidaba.
Sacudí la cabeza rápidamente para alejar esas ideas. Estaba en mi cuarto cuando mi padre entró. Se mantenía relajado como de costumbre, pero sus gestos me hicieron suponer que quería decirme algo importante.
—Hijo... Creo que ya es hora de que te encargues de la tarea familiar.
Su voz, por lo general tranquila y serena, ahora sonaba como un trueno. Me quedé petrificado.
—¿De qué tarea hablas, papá? No lo entiendo — respondí, confundido.
Él suspiró con pesadez.
—Ya tienes 14 años, Aden. Es hora de que te hagas cargo.
Mi rostro se tensó y mis ojos se abrieron como platos.
—Quiero que te encargues de una de mis tareas como campesino — anunció.
— ¡Ehhhh!
No, no, esto no podía estar pasando. Es algo sumamente aterrador. Ya esto es demasiado. Sus intenciones de heredarme sus trabajos son muy serias. Me sentía abarrotado de emociones y sin encontrar ninguna solución.
—Papá, no creo que esté preparado para hacer todas esas cosas. Siento que aún necesito más práctica.
Argumenté, volviendo a implementar mi vieja estrategia de mentiras. Pero las cosas estaban empeorando. En cualquier momento se enterarían de todo. Cuando se descubra, seré hombre muerto.