El Despertar I

|Capitulo doce|

|Débil|

«A donde tú vayas, nosotras iremos. Porque además de ser nuestra perdición, también eres nuestra salvación»

Silencio.

No importa hacia donde me concentre, solo encuentro un silencio pesado y frío. Que, junto a la oscuridad de la noche, predomina todo. Pasillos, rincones, habitaciones. Y mis pies ni siquiera dejan un suspiro a medida que avanzan sobre el suelo. Mis manos pican, la ansiedad es algo que se mantiene burbujeante en mi garganta y estómago, acompañada de la incertidumbre que me habia seguido todos estos años. Ahora, el sentimiento de ir a la deriva y sin un objetivo claro solo habia aumentado.

El pijama apenas me protegía del frío y sabía que, aunque estuviera abrigada de pies a cabeza, seguiría temblando como lo estoy haciendo ahora. Y aumenta cuando me encuentro en el cruce de las dos inciertas opciones. Si sigo derecho, Wendy me estará esperando en los baños. Si giro hacia la izquierda… será para avanzar hasta llegar al punto en donde Alessandro aguarda.

Volví a debatirme entre ambas opciones. El mal conocido o el oscuro incierto. Y algunos dirían que un mal que se conoce es mejor que uno que no, pero otros… otros se arriesgarían. Porque jamás sabes lo que te depara la vida.

«A ti solo te depara cosas malas, querida» se burla una de ellas y tengo que respirar hondo para alejarla de mi cabeza al menos un momento.

A punto de elegir, la razón me gritó que solo me devolviera sobre mis pasos y aceptar lo que, hace años, debí aceptar. Pero no pude, no quise, y me encontré caminando. Girando y siendo empujada por una sensación que nacía en lo profundo de mi pecho, la cual me hizo seguir y dirigirme hacia aquel que solo se habia aparecido un día en mis sueños y, al siguiente, en mi vida. Cuando me di cuenta de a donde me dirigía, ya me habia internado en los pasillos más profundos de Gellicut y note que, aunque quisiera, ya no me detendría.

No podría.

La oscuridad y el frío parecieron aumentar bruscamente. El olor a humedad y a encierro lo impregnó todo, como si la luz del sol jamás hubiera sido capaz de llegar hasta estos lados.

—Pensé que no me elegirías —dijo una voz entre la penumbra. Respiré hondo, reconociendo aquel tono suave y aterciopelado con el que hablaba Alessandro. Como si fuera un antiguo aristócrata europeo.

Un político que, con su carisma y encanto, te haría seguirlo hasta los confines del infierno.

—Si te soy sincera, yo tampoco —confesé a media voz.

Ahora que lo pensaba, debí haber traído la linterna que utilizaba para dibujar en las noches sin luna. Los focos en esta parte eran tan escasos y poco luminiscentes, que daba la sensación de que la poca luz que otorgaban, solo aumentaba la oscuridad ya existente.

Alessandro salió un poco de la penumbra, acercándose y siendo apenas iluminado por uno de esos escasos focos. La imagen que recibí del chico, aun con el uniforme puesto, se asemejó a la de uno de esos ángeles oscuros que vi dibujado en algún libro de la biblioteca. Un demonio o, tal vez, solo una más de ellas. Porque, ensombrecidos, los ojos verdes de Alessandro te daban la impresión de estar viendo un páramo repleto de desconsuelo y abandono. Obscuro y con un sinfín de misterios y secretos.

—¿Entonces? —pregunté y él sonrió de lado divertido.

—Directa al punto —comentó con parsimonia acariciando distraídamente la pared a su lado.

Fruncí los labios, inquieta.

—No puedo perder el tiempo y correr el riesgo de que una de mis compañeras despierte y note que me he ido —expliqué, por alguna razón.

Retorcí mis mangas entre mis dedos, sintiendo el nerviosismo hacer mella cada vez más dentro de mi pecho. Mientras tanto, él se mostraba calmo y paciente, como si la seguridad que lo perseguía lo hiciera sentir… indestructible.

—Pueden solo pensar que fuiste al baño.

No pude evitarlo y solté un ja sonoro. Tapé mi boca rápidamente y escondí la sonrisa que, alimentada por los nervios y el miedo, creció.

—No conoces a mis compañeras —dije.

«En especial a una de ellas»

—Nadie va a descubrir que te has salido, Adeline —dijo, mostrándose más empático a los nervios que yo mostraba —. Te lo prometo —añadió, con un tono que llegó con una brisa inexistente y se metió en el fondo de mi pecho.

Acariciando, llenando, dejando en calma por un breve momento la tormenta que siempre residía dentro de mí. Y, por alguna razón, le creí.

Sin embargo, no podía arriesgarme con él aún más. Aún no.

—Alessandro…

Soltó un suspiro tintado de frustración y rendición. Se despegó de la pared y caminó hacia mí sin prisa. Sentí como mi cuerpo se tensaba de una manera que no comprendí, como mi mente cosquilleaba al igual que mi pecho al solo observar el par de ojos que no me quitaba de su foco de atención. Cuando llegó hasta mí y se detuvo a menos de tres pasos, me habia convertido en un manojo de pulsaciones erráticas y sensaciones desconocidas.

—¿Qué tengo que hacer? —quise saber, intentando aparentar que su cercanía no me causaba… lo que causaba.

Su mirada oscurecida me recorrió el rostro, más de una vez. Contornos, relieves… todo. Inspiré hondo.

—Depende —dijo, haciendo que yo frunza el ceño —. ¿Para librarte de las pastillas… o de ellas? —añadió al ver la interrogativa en mis ojos.

El mundo pareció detenerse abruptamente. El universo mismo guardó su siguiente suspiro y contuvo la respiración. Yo la contuve.

«Ambas» quise decir, pero algo me dijo que él ya conocía la respuesta.

—Tener confianza en mí —se encogió de hombros.

—¿Y si no lo hago? —estiró una mano y tomó un mechón de mi cabello. Mi piel cosquilleó cuando sus nudillos rosaron mi mejilla.

—Pues que esto de pie a su nacimiento.




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