El Despertar I

|Capitulo trece|

|Un vistazo|

—No es cierto —dice Alessandro en medio del silencio.

Ya no estamos en el pasillo, sino que nos vimos —o me vi más bien— obligados a buscar un lugar en donde no nos encontrarían tan pronto. Porque lo sabía. Como supe que Wendy me devolvería lo que le habia hecho, que mis acciones tendrían graves consecuencias.

Las peleas no eran bien vistas aquí, y si no te castigaban encerrándote en una habitación por todo un día o más, te encerraban en la iglesia a rezar y pedir por el mal que padecías.

—¿Qué no es cierto? —pregunté, jugando con el cordón suelto de mi zapato.

Sentados sobre aquel banco, con el sol brillando lo más que podía en el cielo, éramos dos fugitivos de un destino que ya se habia sellado a cal y canto gracias a las acciones de uno de ellos. Divertido y cómico, aunque trágico si tuviera otros matices o realidades.

—No eres débil, Adeline.

Levanté la mirada de golpe hacia él. Alessandro se mantenía serio, aunque aún brillaba la fascinación en sus ojos verdes. Respiré con fuerza y solté todo el aire que habia juntado de vuelta. Repetí esa acción al menos tres veces antes de desviar la mirada y clavarla en el horizonte despejado.

—No estoy tan segura de ello —murmuré, haciendo una mueca.

Wendy habia dado en el clavo a muchas cosas, pero en el momento equivocado. Sin embargo, eso no le quitaba la razón que sus palabras contenían dentro de cada uno de sus significados.

—Bueno, tal vez sí lo eres.

Fruncí el ceño, escasamente divertida, y lo miré de nuevo.

—Creí que querías hacerme sentir mejor —me mofé enderezándome y recostándome por el respaldar del banco.

Alessandro resopló una risa y negó, igual de escasamente divertido que yo.

—Busco hacer que entiendas que eres un ser humano que puede llegar a ser débil y a la vez fuerte —explicó, mucho mejor —. Te creí lo suficientemente inteligente como para saber que en la vida no todo es siempre negro o blanco.

Fue un impulso, pero terminé golpeándole el hombro.

—¿Intentas decirme que ahora me crees burra? —dije, solo para molestarlo y desviar la atención del tema en donde era ser humano y podía ser débil y fuerte.

Era algo que ya sabía. Hace demasiado tiempo. Que alguien viniera y me dijera lo que ya sabía no hacía demasiada diferencia, al menos no lo creía en este momento. Tal vez, escuchar las cosas de terceros —así como escuché a Wendy— era lo que necesitaba para entender que las cosas no estaban tan mal o bien como yo las veía. Tal vez, así como escuché a Wendy llamarme débil y cobarde y darle la razón, también debía escuchar a Alessandro diciéndome que las cosas no eran siempre negras o blancas, y que también podía ser fuerte.

—¿Acabas de bromear conmigo? —cuestionó, levantando una ceja divertido.

Traté de esconder la sonrisilla que creció en mis labios, pero apenas lo logré.

—No me molestes, rarito —espeté por lo bajo.

—No pidas imposibles, dulcecito —sonrió de oreja a oreja, picándome las costillas.

Mi sonrisa tembló y me encontré alerta.

—Es la segunda vez que me llamas así —observé y noté como los hombros de Alessandro se tensaban un poco. Aunque lo disimuló excelentemente, tan excelentemente que estaba segura que no lo hubiera notado si yo no lo hubiera estado observando tan detenidamente.

—Tú me has llamado rarito.

—Sí, pero dulcecito no es algo que se le ocurra a todo el mundo —dije.

—No soy como todo el mundo —se defendió.

—Ya —bufé, soltando a la vez un suspiro y mirando hacia el jardín de estatuas frente a nosotros —. Debería volver adentro —dije, más para mí que para él.

De todas formas, asintió. Sin embargo, el gesto careció de todo tipo de convicción. Me levanté, sacudí un inexistente polvo de mis mangas y noté como Alessandro tenía la mirada perdida en el manto de nieve que cubría gran parte de la explanada.

—¿Te sientes bien? —le pregunté, frunciendo levemente el ceño.

Él soltó un suspiro y se puso de pie, quedándose frente a mí. Tenía la mirada clara y serena, como si quisiera convencerse —o convencer— de lo que sea que estuviese pasando a través de su cabeza. Tragué saliva, incomoda ante esa clase de mirada. De las cuales apenas habia visto u oído.

—Puedes confiar en mí, Adeline —susurró.

Un estremecimiento me recorre de pies a cabeza y tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano por obligarme a respirar.

—No entiendo tu insistencia con esto —murmuré, manteniendo la mirada firme sobre la suya.

Aunque me sintiera temblar, aunque sintiera que solo le estaba dando acceso a todos mis secretos y misterios. No dijo nada, y lo entendí. Porque la mirada clara habia desaparecido y fue sustituida por otra con la que estaba más familiarizada. Una que habia visto en mis amigos, una que yo misma habia utilizado. Aquella que, sin necesidad de otro gesto, dejaba las cosas claras.

O más bien, ocultas.

—Te veré por ahí —dije, rompiendo un silencio que estaba segura él no rompería.

Me alejé y me di vuelta, buscando la manera de enviar aquella sensación de decepción lejos de mi sistema. Eliminarla o simplemente aislarla. Porque no la quería, no la entendía. Tenía otras cosas en las que preocuparme como para ponerme a asimilar el hecho de que él me pedía que confiara, pero, a su vez, no pensaba seguir sus propias palabras.

Tuve la mala suerte de que fuese la hermana Irene quien me encontrara. La monja, irritante en algunos momentos, no se guardó saliva en decirme de camino a la oficina de la madre superiora todo lo que pensaba sobre mi reciente comportamiento. La mayoría del tiempo ni siquiera le presté atención, pero eso no quería decir que el sonido de su voz no me molestara. Como una mosca o un mosquito de la cual no te puedes deshacer a pesar de todos los manotazos que des. Y, como si su verborrea no hubiese sido suficiente, también estuvo aquella que la propia madre superiora nos dio tanto a Rossy como a mí.




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