El Despertar I

|Capitulo dieciséis|

¡Especial capitulo doble!

***

|Orden|

Y cuando todo parece ir tan rápido que apenas sientes que sucedió, los pensamientos que te dictan la verdad se escapan con el viento. No recuerdas nada, porque nada paso.

Y eso es exactamente lo que ellos quieren que creas.

Escucho sus pasos, sus respiraciones apresuradas, incluso podría creer que siento sus intenciones. Intenciones que me persiguen, que intentan alcanzarme y tomarme, arrastrarme de nuevo hacia la oscuridad. Y yo corro. Huyo lo más lejos que puedo. Mientras las ramas de los arboles intentan detenerme, mientras que arañan mi piel y las raíces se convierten en espinas que se clavan en mis pies. Grito, lloro, suplico, pero no me detengo.

No debo hacerlo.

Aunque al final sepa que me alcanzaran, porque nunca llego realmente a escapar. A huir. A obtener mi ansiada libertad. Y ellas me persiguen, me rozan, me alcanzan. Y yo caigo, mi rostro se estrella contra la tierra húmeda y fría del bosque y siento el sabor metálico de la sangre. Las esperanzas se mueren dentro de mí y la energía que antes movía mi cuerpo se drena de golpe. Me siento inerte sobre el suelo, con los músculos tan tiesos que duelen. Escucho pasos, risas, hojas secas y ramas rompiéndose bajo el peso de un cuerpo.

—¿Te rindes, Adeline?

Rossy.

Un estremecimiento me recorre la espalda, nauseabundo y frívolo, hace que las arcadas me invadan por la tierra que aun mantengo en mi boca.

«¿Rendirme

Toso y termino escupiendo la tierra mezclada con sangre a un lado. Mis brazos tiemblan violentamente cuando intento apoyarme en ellos para incorporarme, pero entonces alguien me patea en las costillas y vuelvo a caer, esta vez rodando hasta terminar boca arriba. Grito por el dolor y mi vista se desenfoca, las luces de las estrellas sobre mí se difuminan y se alargan, se hacen más brillantes y luego tan tenues que la duda sobre si en realidad existen me asalta. A mi lado, una figura se agacha. La familiaridad que siento es tanta, que veo las similitudes que tiene con aquella vez que soñé con los ojos de Alessandro.

«No puedes rendirte, Adeline» dijo Lara a mi lado.

Entonces la veo a ella allí, junto a mí. Con el rostro aniñado de una niña de nueve años. Jamás creció, al menos no para mí.

«¿Cómo puedes rendirte, si jamás te has levantado?» volvió a hablar.

Y tal vez, solo tal vez, ya era hora de levantarme.

El sonido envolvente de miles de voces llena el espacio en el que me encuentro. La calidez que destila la presencia de casi doscientos alumnos hace que el frío que predomina afuera parezca impensable. Y, sin embargo, sigue allí abajo. Se mueve entre nosotros buscando a la presa más débil, a aquella que tiembla y se aleja, la que no deja que aquel calor humano la proteja.

Y muchas veces yo habia sido electa.

Los residentes de Gellicut se mueven, ansiosos y nerviosos por lo que se dirá. Negar y decir que yo no me encuentro de la misma forma sería ser idiota, porque las pistas son demasiado evidentes como para no notarlas. Para mí suerte, no soy la única en el grupo que las tiene pegadas. Andrew, a pesar de mantener su rostro inexpresivo, dobla y desdobla los dedos de su mano izquierda cada cierta cantidad de segundos; mientras que Beca, a mi izquierda, muerde nerviosamente la uña de su pulgar derecho. ¿La razón de esto? Sencillo. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que la madre superiora llamó para anunciar algo que no fuese referido a un día festivo. Hoy, a aquel conteo se le añadió otro punto más.

El vestíbulo principal de Gellicut no muchas veces se ve tan saturado de personas como ahora. La madre superiora carraspea, parada en las escaleras para más altura y para de cierta forma verse más imponente, haciendo que el murmullo provocado por las voces de preocupados estudiantes se detenga paulatinamente hasta desaparecer. Ahora, en el ambiente solo reina un silencio cargado de expectación, miedo y cierto toque de desesperación.

—Estas últimas semanas, existieron muchos factores que desestabilizaron el orden impoluto de esta institución —comenzó, sin saludar o dar vueltas que supongo creyó inútiles —. Peleas que traspasaron la barrera de lo verbal, medicaciones que fueron suplantadas y un largo y tendido etcétera que nos dejaría aquí hasta la cena —agregó y, a mí lado izquierdo, sentí a Leandro tensarse. Lentamente y como si mi amigo fuese de cristal, alcancé su mano con la mía y la tomé para apretarla, haciéndole saber que yo estaba allí.

Que me tenía allí.

Y no sabía si aquello significaba algo viniendo de una persona cuyos problemas estaban a punto de ahogarla, pero era lo único que poseía para darle en aquel instante. Además, yo también recibí de aquel apoyo cuando él correspondió el apretón con otro. Respiré, el temblor se extendió desde mi garganta hasta mis pulmones y envió una oleada de escalofríos. Frente a todos, la mujer de cabellera blanca y túnica negra volvió a hablar.

—La decepción que tanto yo como los encargados de su cuidado sentimos ante esta falta de disciplina es inmensa y, al parecer, mencionarles las consecuencias que sus insurrectas acciones tendrán no parece funcionar —dijo, hablando tan fuerte y claro que a más de uno debió de ponérsele la piel de gallina como a mí —. Por eso, y sin sentir ningún placer por ello, hemos decidido acortar el toque de queda, así como los tiempos libres del que todos disponen —una oleada de voces quejumbrosas se elevó por sobre ella. Yo, por mi parte, solo logré tensarme más y tambalearme. La madre superiora no permitió que las voces la interrumpieran y continuo, aunque con un tono más elevado y enfadado —. Ahora, la cena se servirá a las seis y media y, a las siete, todo el mundo deberá estar en sus respectivas habitaciones. El desayuno se servirá a las siete y media y, a las ocho, se dará comienzo a su primera clase. El resto de su agenda se acomodará con respecto a estos nuevos términos y…




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