El Despertar I

|Capitulo diecisiete|

|Calma|

No lo sabes, pero estás en el epicentro de la tormenta. Y eso yo lo sé porque, en este momento, todos nos sentimos en calma.

—Te estaba buscando, ¿dónde te escondiste esta vez?

Andrew me intercepta en medio del pasillo, caminando rumbo a mi habitación para dejar mis cosas y luego reunirme con él y los demás en la cafetería. Yo lo miro, confundida, y le regalo una leve sonrisa.

—Tenía cosas que resolver, he estado yendo y viniendo —respondo, y no es del todo mentira. Después de que el padre Gregorio me dejase ir, tuve que ir a ver a la hermana Rita solo por hacer el intento de tranquilizar las aguas. La monja me recibió con una sonrisa, aunque yo no la sentí como las sentía desde antaño.

No podía hacerlo desde el incidente con mi cambio.

—¿En qué soy buena? —indago, queriendo llegar al punto de la búsqueda de Andrew por mí.

Él me hace una seña y yo la comprendo al segundo. Comenzamos a caminar en dirección contraria a la que me dirigía, viendo el pasar momentáneo de algunos residentes de Gellicut. ¿´´Cuando creo que solo vagaremos sin rumbo fijo, Andrew gira y se enfrenta a dos puertas que dan hacia un pasillo externo. Afuera, el cielo se encuentra despejado y el viento es apenas un suspiro friolento. Al salir, lo compruebo.

—No hemos hablado mucho estos últimos días —dijo mirándome directamente.

Sus ojos azules solían ser bastantes fríos o hoscos, pero había algo en ellos que te hacía notar la nota humana que guardaba dentro. Y era fuerte, cálida y hermosa. A pesar de que siempre buscaba la forma de pasar desapercibida, más de uno pudo notar que aquella frialdad tras la cual Andrew se ocultaba solo era una pantalla. Por dentro, estaba el chico que habia llegado a conocer con los años. Aquel que, a causa de lo que sucedía con su hermano mayor, tuvo que tomar su rol.

—¿Cómo está todo con Leandro? —pregunto después de convenir con lo que él habia dicho.

Se queda en silencio un momento, bajando la mirada y perdiéndola en el piso. Sus manos están ocultas en los bolsillos de su pantalón y, cada tanto, noto como el vaho escapa con sus suspiros. Las ojeras bajo sus ojos también son notorias y el brillo de cansancio grabado en sus ojos no pasa desapercibido. Al menos para mí.

—Se está recuperando… —dice y veo que duda.

Me mira y aparta la mirada casi al instante, asoma su lengua entre sus labios y luego vuelve a esconderla. Respira hondo, una, dos, tres veces. Decido detenerme y lo obligo a hacer lo mismo tomándolo del antebrazo. Él me mira y el temor se asoma en su mirada, el temor y la duda. También una extraña emoción que no logro calificar.

—Golpéame.

Automáticamente, frunce el ceño.

—¿Qué? —pregunta, estupefacto, y yo me trago las ganas de reírme.

—Una vez, me dijiste que te golpeara si sentía que algo me ahogaba. Ahora te estoy diciendo que hagas lo mismo —explico sin perder la calma. Sé que tanto para él como para los demás pudo parecer que estaba demasiado metida en mí misma como para notar lo que les sucedía, la forma en que la oscuridad y el frío los envolvía y los elegía como presa de su tortura. Pero he estado allí, y supe saber en qué momento ellos fueron arrastrados con el mismo fin —. Golpéame y descarga lo que sea que te oprime.

—No voy a golpearte, Ada —dijo, como si lo que yo insinuaba fuese una completa locura.

Y lo era.

Pero era lo único que podía ofrecerle en este momento, y era un lugar en donde descargar todo aquello que ahora lo arrastraba hacia las profundidades de un abismo denso y oscuro. Aunque no pudiera contenerme a mí misma, haría el intento por contenerlo a él.

—O puedes insultarme, o hablarme o también, si quieres, puedes… —mis palabras murieron cuando Andrew tiró de mí y su cuerpo atrapó el mío en un abrazo desesperado. Sus brazos me rodearon y apretaron, quitándome el aliento por el golpe. Sentí como la calidez bajo aquel frío se expandía y llegaba hasta mí, quitándome un frío que no sabía que tenía —. O solo abrázame —murmuré, devolviéndole el abrazo.

Escuché cómo soltaba una risa ronca y un cosquilleo despertaba en donde su aliento chocaba con la piel de mi nuca. Respiró hondo y lo sentí temblar.

—Han sido… semanas locas y desequilibradas —susurró y yo sonreí suavemente. Si él tan solo supiera qué tan locas pudieron ser aquellas semanas —. Meses, años, una vida loca y desequilibrada y solo necesitaba saber que estabas bien. Que no…

—Hey, espera, espera —lo interrumpo, apartándome y tomando su rostro entre mis manos. Sintiendo su piel fría, Andrew me mira y la desesperación es tan tangente en su mirada que por un momento me desequilibra —. Estoy bien, no tienes por qué preocuparte por mí ¿oyes? Estoy bien —reitero, haciendo que mi voz salga firme para darle más credibilidad a mis palabras.

Engañosas palabras.

Andrew muestra la desconfianza que siente hacía ellas, no se las cree y yo no lo culpo por ello. Pero no sé qué puedo hacer para menguar lo que sea que lo mantiene despierto. Y me siento tan… impotente. Soy un lío sin fin que solo sirve para crear más tensión a su alrededor, poner una nube incluso más negra sobre aquellos que ya luchan contra sus propias tormentas. Respiro hondo y no despego mi mirada de la suya.

—Andrew… —murmuro, sintiendo la congoja apretar dentro de mi pecho.

—¿No lo sientes, Ada? —preguntó y sus ojos tomaron tonos más oscuros —. Lo mal que todo se siente…

Decirle que no, que eran ideas suyas, que estaba siendo un paranoico hubiese sido ir demasiado lejos. Así que no lo hice, no lo hice porque sentí que, esta vez, no podía mentirle de forma tan descarada. Porque era evidente que también lo sentía, que lo sabía. Las pesadillas que se volvían cada vez más realistas, las palabras de Lara que, en cada sueño, se graban a fuego en mi memoria, todo lo sucedido con Leandro… y aunque este último no fuese algo totalmente extraño, si generaba una especie de sensación friolenta y filosa en el ambiente que nos rodeaba a todos.




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