El Despertar I

|Capitulo veinte|

|Miedo|

Podía oírla susurrar en mi oído, arrastrarse y recorrer mi cuerpo y alma por entero. Podía sentirla dentro, como si fuese una serpiente. Una venenosa y engañosa. Una que, diferente a las demás, estaba ahí para mí. Por mí. Y era extraño, sentir aun el cosquilleo de la noche anterior recorrerme las venas. Llenármelas. Hacerme sentir que podía hacer lo que quisiera.

Por otro lado, nadie descubrió que yo estuve en el momento en el cual el espejo se rompió, nadie sospechó cuando las alumnas de aquel sector vieron con horror el desastre que se había armado en el baño. Nadie habia oído el momento exacto en donde habia perdido todo control y equilibrio. Yo me quedé en mi cuarto toda la mañana, sabiendo solamente gracias a Phin lo que se decía allí afuera. Y aunque nadie le dio una real importancia a un espejo roto, la curiosidad era algo que subsistía en el fondo de la naturaleza humana. Casi, o más allá, del propio instinto de supervivencia.

Como era sábado, nadie estaba realmente obligado a salir de su habitación, pero las actividades solo nos llevaban desde la cafetería a la biblioteca. Yo decidí acompañar a Beca a estudiar por el simple hecho de que distraerme era mejor que ponerme a pensar en lo que había pasado la noche anterior. No quería pensar en la noche anterior. La cabeza me dolía y daba vueltas cada vez que mi mente llegaba a parar de nuevo en aquel sitio. Y agradecí que mi compañera de cuarto no dijera nada ante mi actitud callada, aunque pensándolo bien no era para nada extraña.

Beca siguió hablándome de lo que haríamos ese día, de que nos juntaríamos con los demás en la biblioteca y haríamos una especie de… reunión. Sí, utilizó la palabra reunión. Por un breve momento, aquello me causó gracia. Mis amigos estaban intentando acercarse de nuevo, notando lo alejados que habíamos estado, y yo en lo único que estaba pensando era en el temor que sentía por encontrarme a la razón de mis desvaríos en alguna parte del pasillo. Para mi suerte, no lo vi en todo el camino de mi habitación hasta la biblioteca.

Por un instante, el hecho de que hubiera respetado lo que le pedí me alivió, me permitió bajar la guardia un poco. Pero también sentí un retorcijón en la boca del estómago. Uno que me supo a decepción y tristeza. Había tenido la leve esperanza de que se sincerara y me dijera lo que pasaba de una vez por todas, que me buscara a sabiendas de que no sería yo quien le daría otra oportunidad para destapar cada una de sus mentiras. No obstante, Alessandro prefirió seguir guardando sus misterios para él, o al menos no iba a compartirlos conmigo. Y esa idea dolía.

Ardía de una forma que no conocía.

Al final del pasillo, Andrew nos recibió con una pequeña sonrisa. Se le veía mucho mejor que ayer, más descansado y relajado. En cambio, yo solo caía en picada.

—Leandro y Ángel están ya dentro, Phin dijo que vendría después de ir a la enfermería por algo —dijo deteniéndose junto a nosotras.

—Al parecer todos tienen ganas de estudiar —mascullé obligándome a salir de mis pensamientos. Andrew me miró con una ceja elevada —. Yo no —dije componiendo una sonrisa perezosa que él acompañó.

—Pero lo harás de todas formas —me reprochó Beca mirándome atenta, yo asentí, intentando no poner los ojos en blanco —. Creo que te vendría bien que te concentraras en otra cosa y dejaras de divagar en esa mente tuya.

La miré, sintiéndome algo ofendida.

—¡Yo no divago! —me defendí, aunque tal vez ella tuviera razón. Me miró y sonrió divertida, se estaba burlando de mí en mi cara. Fruncí el ceño, disgustada —. Que existan cosas que me distraigan no es mi culpa.

Ella suspiró.

—Pero que existan esas cosas no significa que tengas que darles tu atención, a veces es mejor ignorarlo, Ada.

Como si yo no tratara de hacerlo siempre, como si no hubiese vivido toda mi vida con aquella idea y aquel mantra dominando mis días. Pero no era tan fácil como se oía, no solo se trataba de cerrar los ojos y taparse los oídos, también había que ser realmente fuerte para ignorar los golpes que esas “cosas” te daban de frente. Por ejemplo, el golpe que habia recibido la noche anterior. Un golpe que aún dolía, que aún me quitaba el aire cada vez que lo veía. Me pregunté cómo iba a lidiar con eso, como iba a afrontarlo. Saberlo… confirmarlo…, estaba perdida.

Perdida y confundida.

—Okey, tienes razón —concedí a mi amiga, respirando hondo y obligando a mis dudas a irse de nuevo bajo el tapete por el momento —. Tengo demasiadas tareas acumuladas.

Andrew se rió por lo bajo y me abrazó por los hombros, guiándome dentro de la biblioteca. Beca tenía una sonrisa que gritaba a los cuatro vientos que tenía razón, al menos en eso la tenía.

—¿La regla de hoy? Cero divagaciones —dijo el rubio a mi lado.

Yo, realmente, dudé de que pudiera evitar romperla.

Miré absorta la cadena en mi mano, el brillo del dije cada vez que la luz de la lámpara le daba de lleno y la luna parecía demasiado solitaria. Reconocí el colgante de un recuerdo lejano, de aquellos que parecen estar bajo el agua y no te permiten detallarlo por completo. Recordé también que la luna antes estaba acompañada por un dije más pequeño que lo complementaba, un pequeño pájaro que posaba suavemente sobre la curvatura de la luna nueva. Y que ahora ya no estaba.

Le había dado aquel collar a Alessandro. A Alessandro el niño. Y una extraña sensación se instaló en mi pecho cuando llegué a pensar que él aun poseía la otra parte del mismo. Fruncí levemente el ceño y solté un suspiro pesado, enfadado.

Eran pasadas las once de la noche y todos dormían, todos excepto yo. Tenía mejores cosas que hacer —como mirar un absurdo dije— que dormir y descansar. Aunque en realidad esos términos jamás me acompañaron al cerrar los ojos en las noches, terminaba siempre abriéndolos a causa de algún sueño o alguna pesadilla, o también por el simple hecho de que el insomnio me asaltaba en plena madrugada. Era casi un milagro que la falta de sueño muchas veces no se notara en el día. Que pudiera ocultarlo bajo otras tonterías.




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